31 may 2014

Pequeñas Princesas: La caída del Reino Parte 4/11

"... El día se acerca. Lo presiento, no sé por qué pero, sé que está por llegar. Sé que tu también lo sabes, sé que tu también sientes lo mismo... el final está cerca, más cerca de lo que creíamos... "


Una llamada telefónica sorprendió a Vanessa ese fin de semana. Ella se encontraba preparando la comida, se encontraba haciendo arroz con papas, estaba friendo el arroz cuando el teléfono en la sala comenzó a sonar. Corriendo dejó la espátula metálica dentro de la hoya, fue hasta la sala y tomó el teléfono, recibió la llamada cuando se encontraba a medio camino de regresar a la cocina.
—¿Hola? —Dijo Vanessa mientras regresaba a tomar la espátula y a continuar moviendo el arroz.
—¿Vanessa? —Preguntó la otra persona al otro lado del teléfono. Era una voz femenina, una voz que Vanessa de inmediato reconoció.
—¿¡Rosa!? —Preguntó ella. Sabía bien quien era la persona al teléfono, pero quería saber la reacción que esta haría.
—¡Me recuerdas! —Dijo la mujer al otro lado del teléfono.
—Claro que te recuerdo. ¿Qué te hace llamar este día?, ¿algo ocurrió?, ¿acaso quieres que regrese a ser tu paciente para poder pasar de nuevo momentos juntos?
—¿Acaso no puedo llamar solo para poder hablar?
—Bueno, ha pasado ya más de un año, un año en donde nunca me habías hablado, así que...
—Lo lamento tanto. Con lo que pasó, tu mudanza... y bueno, hubo una gran confusión y perdí tu número de teléfono. Hace unos días me encontré con una de las cajas de ropa que me diste, la que hiciste justo a mi medida, y bueno, encontré allí un papel con un número de teléfono. No había llamado porque no sabía si serías tú o no, además podría ser posible que no estuvieses en casa, así que esperé hasta el fin de semana para poder hablarte. Y aquí estoy ahora. Creo que hice bien —Explicó Rosa. Vanessa tomó una hoya con salsa hirviendo dentro de esta y la vació en la hoya en donde se encontraba el arroz. De inmediato una columna de vapor salió de la hoya de arroz —¿Estás con alguien? Lo lamento, te llamaré más tarde —Le dijo Rosa al escuchar el agua hirviendo frente a Vanessa.
—No, estoy preparando la comida, acabo de vaciar agua en una hoya, ya terminé aquí, podemos hablar un poco —Le dijo Vanessa. Ella arrojó unas especias en la hoya, la cubrió con una tapa y caminó a la sala.
—Es increíble que haya pasado ya un año... Estoy segura que tienes mucho que decirme —Dijo Rosa.
—La verdad sí. He entrado en la universidad, he conocido nuevas personas, he tenido algunos problemas, pero todo va bien, todo va perfecto.
—¿Acaso sigues en contacto con Erika y Sofía?
—Sí, ya no tanto, la universidad no nos deja hablar mucho, así que, cuando hay vacaciones o días libres intentamos pasarlos juntas.
—Amigas hasta el final, ¿no? —Vanessa por unos segundos se quedó en silencio. Aquellas palabras que Rosa acababa de decir hicieron sentir incómoda a Vanessa, una sensación que no había sentido en mucho tiempo. Trató de calmarse, respiró profundamente y luego habló.
—Cierto. Tanto tiempo ha pasado y seguimos siendo amigas... me gustaría que esto nunca llegase a su fin —Dijo Vanessa con un tono desanimado.
—¿Y porqué llegaría a su fin? —Preguntó Rosa preocupada.
—En algún momento todos morimos, la muerte será el fin de nuestra relación.
—Pero falta mucho para que llegue ese momento, aún son muy jóvenes.
—Sí... es cierto... falta mucho —Había algo en el tono con el que Vanessa había afirmado que no la convenció ni a ella ni a Rosa de ello. Sabía muy bien que su muerte estaba más cerca de lo que los demás sabían. Muy pronto su luz cesaría y su vida llegaría a un fin. Esta extraña forma de hablar de Vanessa llamó la atención de Rosa, quien de inmediato se le ocurrió hacer algo para poder animarla.
—Sabes, me gustaría poder pasar una tarde contigo, comer y volver a recordar esas tardes que pasamos juntas. Y me parecería mucho mejor que llevase a Erika, a Sofía, y a tus nuevas amigas.
—Es posible hacerlo. Las cinco se conocen entre sí, así que no habría problema entre ellas... aunque contigo, nadie te conoce más que solo yo. Será un poco incómodo para ellas. No importa, tu también eres una amiga, así que no puedo dejarte fuera de esto. Propón un día, yo las convenceré de vernos.
—¿El siguiente fin de semana estaría bien?
—Sí, entonces ya estamos... Será grandioso tener a mis seis amigas reunidas por primera vez... será un completo caos, pero, será algo increíble —Finalizó Vanessa.
Con una gran sonrisa en su rostro continuó escuchando lo que rosa tenía que decir, y aunque ella escuchaba y entendía lo que Rosa decía, su atención estaba más dirigida hacia sus pensamientos de lo que ocurriría el siguiente fin de semana. Pensaba en lo que podían hacer, en lo que podía preparar de comida, de lo que hablarían. Planeó todo lo que ocurriría en su velada, y aunque sabía que las cosas no ocurrirían exactamente igual, como mínimo se acercarían un poco a sus deseos y expectativas.
En los días previos a la reunión que se daría en la casa de Vanessa, ella comenzó a comprar las cosas con las que prepararía la comida. Compró suficiente comida para las siete, pero no solo eso, si no que también compró botanas y postres que todas podrían disfrutar.
Ninguna de las cinco chicas se negaron y aceptaron al momento la invitación, exceptuando Andrea, quien, a pesar de que no se negó al principio, su decisión de ir no era tan confiada como la de las demás, tenía miedo de conocer a Rosa, no sabía lo que pasaría al momento de encontrarse frente a ella, pero el hecho de que Vanessa la tuviese como amiga la calmaba un poco.

Los días se acercaban velozmente, y conforme el tiempo se acortaba para que la reunión comenzase la confidencia de Vanessa bajaba. Tenía la idea de que su tarde perfecta se vería arruinada por el hecho de que ella podría cometer errores, como no haber encendido el horno, o el haber quemado alguna comida. No era muy confidente, y aunque lo deseaba, y aunque quería esperar lo mejor, siempre se desanimaba pensando en las cosas que podrían llegar a salir mal. Llegado el día ella se encontraba desesperada, y recordando algo que había aprendido hace tiempo decidió hacer algo. Había recordado que, si en algún momento perdía la confidencia en algo, siempre podría recurrir a sus amigos para poder recuperar esa confidencia, y eso hizo, llamó a Erika y a Sofía quienes accedieron llegar a su casa más temprano para poder ayudarla.
—Muchas gracias por haber venido... estaba a punto de arrancarme los cabellos de los nervios —Les agradeció Vanessa.
—Sabíamos que te pondrías así... siempre lo haces —Le dijo Sofía mientras tomaba un par de zanahorias de una bolsa de plástico frente a ella y las comenzaba a picar con un enorme cuchillo.
—Pero sé más discreta, o como mínimo suaviza las cosas al hablar —Le reclamó Erika a Sofía mientras cerraba la puerta del horno y subía la temperatura.
—Las extrañaba —Les dijo Vanessa.
—Lo sabemos —Dijo Sofía. Erika la miró con enojo. Vanessa y ella se rieron.
—¿Acaso no hay problema con...? —Antes de terminar de hablar, Vanessa interrumpió a Erika.
—No, no lo hay. Siempre y cuando no se les ocurra subir al ático... si lo hacen estoy muerta... literalmente —Contestó Vanessa.
—Creo que las tres. Si tan solo nos aceptasen, si tan solo hiciesen eso no tendríamos que ocultar nada —Le añadió Sofía.
—Así sería... pero es mucho pedir, a esta sociedad no le gusta que los miembros de la misma tomen justicia por su cuenta. Quieren que un montón de oficiales gordos y estúpidos repartan justicia.
—Hablando de eso, mañana tengo que ir por gasolina —Les dijo Erika mientras llevaba un montón de platos a la mesa del comedor.
—Yo tengo que ir al hospital, la última vez que fui no encontré a nadie. ¿Podrías dejarme en uno ya que vas por esos rumbos? —Le pidió Sofía a Erika mientras iba detrás de ella llevando en su brazos varias bolsas llenas de frituras y otras botanas
—Pero voy a ir por gasolina.
—¿Y? Estoy segura que hay hospitales cerca de donde vas a tomar gasolina.
—Bien, pero quiero que me encuentres una a mí.
—Trato hecho—Ambas regresaron con Vanessa, quien se encontraba moviendo un cucharón en una enorme hoya llena de agua con verduras y carne.
—Sean discretas —Les dijo Vanessa.
—¿Disculpa? —Preguntó Sofía acercándose a Vanessa.
—¡Sean discretas! ¿¡Acaso quieren que la maldita policía nos descubra, acaso quieren que se sepa todo esto y nos terminen separando!? —Contestó Vanessa en un ataque de rabia. Su rostro tenía una expresión de frustración y de enojo, una mirada que no habían visto antes nunca.
—Vanessa, cálmate... lo lamentamos, no lo volveremos a hacer —Se disculpó Erika.
—No quiero perderles... no antes de tiempo... quiero que estemos juntas, juntas hasta el final —Les dijo Vanessa mientras apretaba con fuerza sus puños.
—Y así será, no es necesario que te pongas así. Estaremos juntas siempre, hasta el final —Le dijo Erika mientras caminaba hacia ella y le daba un abrazo. Sus brazos cruzaron por entre sus caderas y se unieron frente a su vientre, Erika recargó su cabeza contra la de Vanessa, algo que extrañamente la tranquilizó y calmó. En pocos segundos la expresión que Vanessa tenía había cambiado a una de calma y de serenidad.
—Gracias... ahora váyanse a arreglar, yo me encargo de esto —Les ordenó Vanessa. Ambas salieron corriendo de la cocina y subieron corriendo por las escaleras, en un par de segundos ambas habían desaparecido de la vista de Vanessa —El día se acerca. Lo presiento, no sé por qué pero, sé que está por llegar. Sé que tu también lo sabes, sé que tu también sientes lo mismo... el final está cerca, más cerca de lo que creíamos —Murmuró Vanessa. No muy lejos de la estufa, justo sobre el microondas, la vieja muñeca yacía sentada, mirando en dirección a Vanessa. Su vestido estaba descolorido, al igual que el resto de la misma muñeca, su cabello había comenzado a caerse y lentamente había comenzado a volverse una muñeca muy frágil. Era una señal, una señal que Vanessa comprendía muy bien.
“Aquí fue cuando me di cuenta de que el mundo era distinto... Ella lo sabía, las voces hicieron eco y llegaron hasta aquí. El destino de este mundo ya no sería el mismo del de antes...”
Vanessa bajó corriendo las escaleras, llevaba puesto un pantalón de mezclilla y una camisa roja. Ella corrió hacia la puerta, una vez más volvieron a tocar en ella, ella llegó justo a tiempo antes de que el golpeteo terminase, y al abrirla se encontró con Diana con su brazo alzado y su mano en forma de puño.
—¿Me hiciste tocar estando parada a un lado de la puerta? —Le reclamó Diana al ver a Vanessa.
—¡Acabo de llegar! —Se excusó Vanessa.
—¿Me hiciste tocar y no me dejaste terminar? —Volvió a reclamarle Diana.
—Ya cállate y salúdame —Ambas se dieron un abrazo, y mientras Vanessa tenía su cabeza sobre el hombro de Diana logró ver detrás de ella a Irene y a Andrea, quienes agitaron sus manos saludando a Vanessa. Vanessa terminó el abrazo entre Diana y luego fue hacia Irene y hacia Andrea para luego recibirlas con un abrazo igual de caluroso que el de Diana.
Pasó un tiempo mientras Rosa llegaba a la casa, mientras tanto las seis esperaban mientras preparaban el resto de la mesa para poder cenar, acomodaban la sala con varias sillas para poder pasar el resto del día viendo la televisión juntas, y acomodaban las bolsas llenas de botanas a un lado del sofá.
—Siempre me he preguntado como es que un grupo tan extraño se haya formado —Dijo Irene mientras miraba el interior del horno por el pequeño cristal que cubría su puerta.
—Tampoco lo sé. El simple hecho de que se hayan llevado tan bien con Erika y Sofía me ha impresionado he de admitirlo. Pensaba que terminarían peleándose todo el tiempo, ya sabes, con Sofía siendo tan poco inmadura, tu siendo una buscapleitos, Diana siendo calmada, Erika siendo demasiado madura y con Andrea siendo la chica que siempre termina del lado de ambas... Realmente creía que en algún momento tú y Sofía terminarían agarrándose a golpes.
—Debo de decirte que así me parecía que ocurriría, pero, hubo algo extraño, en el momento en que hablamos por primera vez, pude sentir una extra sensación, como si algo o alguien me estuviese advirtiendo de algo acerca de ella —Le explicó ella.
—¿En serio? —Preguntó Vanessa extrañada.
—Sí, ¿acaso tú nunca lo has sentido, como una sensación de peligro estando cerca de ella?
—La verdad no. Nunca he sentido eso. Puede que simplemente no te agrade como persona, no siempre todo el mundo puede gustarnos.
—No, no es eso. Me gusta tenerla como amiga, pero, el estar cerca de ella me hace sentir incómoda, me pone en alerta.
—Tal vez ella en otra vida te asesinó brutalmente.
“He he he he...”
La forma en que Vanessa le había dicho eso puso incómoda a Irene, lo había dicho con un tono tan calmado y serio que parecía como si realmente hubiese ocurrido.
—Eso es... posible, pero es algo dramático. No hay que llegar a esos extremos... tal vez, siguiendo tu teoría, tuvimos una pelea y no pudimos ser amigas en nuestra vida pasada, de allí el hecho de que ahora me sienta incómoda estando a su lado.
—También puede ser —Le finalizó Vanessa mientras abría la puerta del horno y sacaba un enorme pollo de allí.
Ambas fueron al comedor en donde las otras cuatro esperaban impacientemente, y al ver como la bandeja que llevaba el pollo se acercaba a la mesa las cuatro caminaron a las sillas y se pararon justo detrás de ellas, observando como la bandeja era colocada con cuidado en el centro de la mesa, rodeada de otros platos llenos de ensalada, salsas, guisados y otras comidas y aderezos. Justo cuando Vanessa se preparaba para llevar el resto de los platos de la cocina, el timbre de la casa sonó, de inmediato Vanessa le ordenó a Irene llevar los platos al comedor mientras ella atendía la puerta.
Pasó corriendo a un lado de Erika quien esperaba impacientemente a que los platos llegasen a la mesa para poder comenzar a comer. Vanessa llegó a la puerta, y al ver la silueta a través de las cortinas supo de inmediato quien era. Con una sonrisa en su rostro abrió la puerta, y allí estaba, Rosa, parada frente a ella con una gran sonrisa marcada en su rostro.
—¡Rosa! —Gritó Vanessa emocionada. Ella se le quería arrojar a Rosa, quería darle un abrazo, quería compensar el largo tiempo que habían pasado separadas, pero tampoco quería parecer demasiado imprudente. Esperó a que rosa reaccionara, esperó a que ella contestase, y lo que hizo la sorprendió.
—Sé que quieres darme un abrazo, hazlo, no hay problema... —Le dijo Rosa. Ella se acercó al oído de Vanessa y le susurró —Yo también quiero darte un enorme abrazo.
Vanessa sonrió a las palabras de Rosa, y siguiendo las instrucciones que ella le había dado ella se arrojó sobre Rosa y le dio el tan deseado abrazo que llevaba tanto tiempo esperando darle. Rosa le regresó el abrazo de la misma forma en que Vanessa se lo dio.
—Te extrañé tanto —Le dijo Vanessa.
—Sabes que yo a ti también —Le añadió Rosa. Las otras cinco chicas veían desde el pasillo al comedor la conmovedora escena, y en cuanto Rosa se percató de ello comenzó a buscar una forma de quitarse a Vanessa de encima. Se sacudió, trató de hacerle cosquillas, incluso intentó hablarle, pero nada logró quitarla.
—Vanessa, ya suéltala que si siguen así nunca podremos comer —Le dijo Erika mientras caminaba hacia las dos.
—Perdón, lo lamento.
—No te disculpes, fue mi culpa el no haberte hablado, fue mi culpa el que estés desahogándote en este mismo instante —Le dijo Rosa.
—Extrañaba tanto el que me apoyases de esta forma —Dijo Vanessa mientras seguía sujetada a Rosa.
—Sabes, yo extrañaba mucho el que fueses tan abierta acerca de todo. Me trae tantos recuerdos.
—Creo que a todas nos trae recuerdos. Esos días contigo fueron días felices en la vida de Vanessa, días felices que se reflejaron también en nuestras vidas —Le dijo Erika mientras colocaba una mano justo sobre el hombro de Vanessa.
—Sí, se quieren mucho y todo, pero ahora vamos al comedor que aquel enorme pollo no se comerá solo —Les apuró Sofía mientras regresaba al interior de la casa. Todas se rieron mientras veían a Sofía alejarse.
—Vamos, no hay que dejar que se nos muera de hambre —Dijo Rosa.
Las seis caminaron al interior de la casa, Vanessa fue la última en entrar en la casa, cerró la puerta detrás de ella y luego fue al comedor, en donde alcanzó a las demás. Cuando se asomó al interior de la habitación desde la puerta logró ver como las seis se sentaban en las diferentes sillas que rodeaban la mesa del comedor. Diana, Irene y Andrea se sentaron del lado izquierdo de la mesa, mientras que Erika, Sofía y Rosa se sentaron del lado derecho. Vanessa no sabía donde sentarse, había una silla sobrante en cada lado de la mesa, y tras pensarlo un par de segundos decidió simplemente sentarse en medio de ambos grupos. Entró en el comedor, las miró a todas y luego prosiguió a sentarse.
—¿Qué ocurre Vanessa? —Le preguntó Rosa al verla callada.
—Simplemente... estoy alegre. Ver a todas mis amigas juntas me hace sentir muy feliz.
—Estoy segura que podremos tener mas reuniones así, lo sé, lo presiento —Le dijo Diana.
Todas sonrieron al mismo tiempo, todas exceptuando Irene, quien, por unos instantes dudó en las palabras de Diana.
Las siete se dispusieron a comer, comenzaron a servirse en sus platos trozos del pollo que había servido en el centro de la mesa. Las risas, las sonrisas, las tranquilas charlas entre todas llenaban la habitación. La comida rápidamente fue desapareciendo de sus platos, y al ver que aún quedaba mucha decidían servirse otro plato. Todas habían pasado dos veces por los diferentes recipientes que almacenaban la comida, habían tomado un trozo de pollo y habían vuelto a comer tranquilamente.
El final de la cena llegó, y cuando Vanessa se dio cuenta de que aún había mucha comida sugirió que cada una se llevase un poco a su casa.
—¿En serio? Gracias. Todos las noches comeré un poco para poder recordar este increíble día —Le agradeció Rosa mientras aceptaba la propuesta de Vanessa. Todas aceptaron con gusto y llegó el turno de preguntarle a Diana.
—No gracias, no quiero muerto —Contestó ella.
Erika, Sofía y Vanessa quedaron petrificadas ante las palabras de Diana. Las habían agarrado desprevenidas, sus rostros se habían puesto pálidos y ellas habían quedado en completo silencio. Pequeñas gotas de sudor comenzaron a correr por sus frentes y caían por sus mejillas.
—¿”no quieres muerto”?, ¿qué significa eso? —Le preguntó Irene a Diana con curiosidad.
—Oh, lo siento. Es una expresión que usan en mi familia con las sobras de comida. Nunca llevamos sobras a nuestra casa y... —Mientras Diana explicaba la extraña frase que había utilizado unos minutos atrás, las tres princesas se miraban con alivio. Se limpiaron el sudor y volvieron a la normalidad, como si no hubiese pasado nada. Rosa se percató de como las tres se habían puesto nerviosas ante tales palabras, no le dio mucha importancia en ese momento, pero por el resto de la noche aquél momento tan extraño rondó por su mente.

—Ojalá muy pronto volvamos a tener una tarde así, me gustó mucho —Le dijo Diana mientras se despedía dándole un caluroso abrazo a Vanessa.
—También espero lo mismo —Le dijo Vanessa.
—Gra-ci-cias por t-todo —Le dijo Andrea dándole otro abrazo a Vanessa.
—No fue nada, de hecho, yo debería de agradecerles por haber venido. Gracias —Andrea caminó hacia Irene y Diana quienes la esperaban frente a un taxi estacionado frente a la acera.
—Bueno, mañana hablamos, cuídate Vanessa —Dijo Erika mientras salía de la casa caminando a un lado de Sofía.
—¡Tendremos comida para toda la semana! —Gritó Sofía con emoción y alegría. Vanessa sonrió. Cuando Erika y Sofía habían desaparecido en la negrura de la noche y las otras tres chicas habían subido al taxi ella cerró la puerta de la casa y caminó al pasillo que daba a las escaleras al segundo piso —¿¡Encontraste el baño!? —Preguntó Vanessa.
No recibió respuesta así que decidió subir a ver que ocurría. Subió con mucha calma y tranquilidad por los escalones que conformaban la escalera, y cuando estuvo en el segundo piso comenzó a mirar hacia todos lados, buscando indicios de la ubicación de Rosa. Miró hacia la puerta del baño, no logró ver luz saliendo de por debajo de ella, y al continuar mirando hacia el resto de las habitaciones logró ver como una de las puertas a una de ellas se encontraba abierta y un haz de luz salía de por un lado de ella. Su corazón comenzó a latir velozmente, al igual que antes, había quedado paralizada al momento en que vio aquella puerta abierta. Con pasos pesados comenzó a caminar hacia aquella puerta, cuando estuvo frente a ella, con una fuerza impresionante abrió la puerta azotándola contra la pared, a muy pocos pasos de distancia se encontraba Rosa, mirando una pequeña caja de madera que se encontraba frente a ella. Cuando Rosa se dio cuenta de la presencia de Vanessa de inmediato se giró y la miró con horror.
—¡Vanessa!... lo lamento, no quise ver, no quería ver eso... Yo quería ir al baño y no supe donde... esta fue la primer puerta que encontré y decidí abrirla... no fue mi intensión ver nada —Repitió ella con horror mientras observaba a Vanessa caminar lentamente en su dirección. Rosa se quedó paralizada, no sabía que hacer. Vanessa llegó a su lado, abrió la caja de madera removiendo la cubierta, y dejó al descubierto el contenido dentro de esta.
—¿Por qué estás tan horrorizada?, es solo cabello —Le explicó Vanessa mientras observaba el interior de la caja.
Extendido a lo largo de la pieza de madera colocada sobre un colchón de tela morado yacía un enorme mechón de cabello. El mechón del mismo color del cabello que Vanessa se encontraba en muy buen estado, parecía que lo cepillaban seguido, y era más plausible pensar eso cuando había un peine acomodado a un lado de este.
—El cabello... ¿es tuyo? —Preguntó Rosa con miedo.
—Claro —Respondió Vanessa —Ah, ya veo porqué tu confusión. Hace un año, luego de lo ocurrido con mis padres tuve una decaída, quedé atónita y, bueno, perdí un poco el control. No sé si quiera porqué demonios llevaba puestas unas coletas pero, llevaba puestas un par de coletas. Con unas tijeras me corté este mechón de cabello, estoy segura que de no ser por Erika o Sofía, en esta caja abría el doble de cabello, o quien sabe, tal vez, no habría nada... —Con un suspiro de alivio Rosa miró a Vanessa.
—Lamento haber entrado aquí y hurgado en tus cosas... Me iré en este momento, hablaremos otro día —Le dijo Rosa mientras salía de la habitación.
—Agradezco que hayas estado aquí, agradezco que hayas escuchado mis palabras —Dijo Vanessa mientras la miraba aún estando parada frente a la caja de madera.
—Para eso están las amigas, ¿no? —Respondió Rosa. Ella desapareció de la vista de Vanessa, ella regresó su mirada al interior de la caja y continuó observando el enorme mechón de cabello. La puerta de la casa se escuchó cerrarse, segundos mas tarde, el ronroneo de un motor de auto comenzó a escucharse desde el frente de la casa, segundos más tarde aquel sonido desapareció.
—Tuve suerte de que solo haya visto esto..., ¿no es así?... Lo sé, es una amiga, debería de decirle estas cosas pero... no sé, no creo que llegue a entender lo que hacemos. ¿Dónde me sugieres que guarde estas cosas?... ¿en el ático, junto con lo demás?... Sí, ya sé, tiene más sentido tener estas cosas allí arriba, pero, me relaja el tenerlas tan cerca. Bien, lo haré, al menos así evitaré más cosas como estas —Vanessa levantó la enorme caja de cartón en donde la pequeña caja de madera yacía, sacó ambas cajas de la habitación, se escucharon varios ruidos venir del pasillo, y luego regresó —Listo. Oh, casi se me olvida eso —Vanessa corrió a donde una vez había estado la caja, en el suelo yacían un par de tijeras de carnicero, de esas que se usan para poder cortar la carne en pedazos. Al levantar las tijeras y colocarlas contra la lámpara en el techo, las cerró un par de veces y sonrió, como si estuviese recordando algo.
Con las tijeras en mano ella salió de la habitación. En medio de la cama, recostada contra las almohadas, la pequeña muñeca yacía tendida allí, con su cabeza mirando hacia donde la escena entre Vanessa y rosa se había dado.
—Listo. Ya se han ido y ya no tengo nada más que hacer, así que, creo que es momento de contarte todo lo que nos pasó —Vanessa corrió a la cama y se lanzó contra ella, cayendo a un lado de la muñeca, y teniéndola frente a ella, Vanessa la acercó a su pecho y la abrazó.
Los meses que Vanessa había estado trabajando habían sido meses muy calmados. Su trabajo era muy bueno, tenía buena paga y era algo que le gustaba hacer. Si bien no era el trabajo que tanto deseaba, al menos le tocó ser algo que, como mínimo la mantenía cerca de aquellas cosas que tanto quería.
Vanessa era cajera en una tienda departamental. Ella sabía tratar bien a los clientes, daba sus opiniones y los ayudaba a pesar de que ese era el trabajo de sus otras compañeras. Tenía un par de compañeras amigables, quienes no les importaba el hecho de que Vanessa saliese de su puesto e hiciese tareas que eran el deber de ellas, si bien a ellas no les molestaba, había una chica a quien realmente le molestaba ese hecho, y cada vez que podía intentaba hacer ver mal a Vanessa. Le quitaba clientes y los enviaba a otras cajeras, hablaba mal de ella con los clientes y hacía lo posible para que nadie se le acercase. Si bien lograba quitarle una cantidad de clientes a Vanessa, las otras dos compañeras, quienes la apreciaban y gustaban de que ella estuviese allí siempre le enviaban sus ventas, compensando las acciones de aquella mujer.
No solo había dos personas que apoyaban a Vanessa en su trabajo, si no que también había una persona más, el jefe del área, quien constantemente notaba y destacaba las acciones de Vanessa, sabía lo duro que trabajaba y le tenía mucho afecto. La cuidaba como si fuese su hija, y hacía lo posible para que la mujer quien siempre la intentaba atacar, recibiera un castigo. Tras meses trabajando allí haciendo lo mismo, él se dio cuenta de que era momento de darle un asenso, fue a sugerir un asenso con el jefe de la tienda, quien, al escuchar las cosas positivas que él tenía que decir acerca de Vanessa, le dio el asenso.

Tras recibir el asenso, Vanessa fue promovida de cajera a chica de ventas, mientras que la otra mujer, quien siempre se encontraba en contra suya, la cambiaron de puesto y le dieron el que Vanessa había llevado hasta ese momento. 

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