2 jun 2015

Hedor

Una historia corta de "terror."; parte de la Saga Experimental que trata pequeñas historias de distintos géneros y con distintos estilos cada uno. que busca establecer un estilo fijo para futuras publicaciones.
Se podría decir que son simples pruebas para ver qué tal salen las cosas.
*Un mejor y más detallado resumen será publicado en un futuro.*


"Hedor"


– “¿A dónde fueron tus padres?”
Preguntaban los amigos de Mikey.
– “Salieron de la ciudad.”
Contestaba el pequeño con gran calma.
– “¿Y porqué no puedes salir a jugar?”
Volvían a preguntar sus pequeños amigos, esperando a que éste por fin aceptara salir a jugar.
– “Mi hermana se enojará. Tengo tarea y ella no me quiere estar vigilando.”
Contestaba el pequeño, a lo que sus amigos contestaban únicamente suspirando, dándose la vuelta, y alejándose de la puerta de la casa de Mikey, perdiéndose entre los arbustos de la casa de enfrente.

– “¿Otra vez tus amigos?, ¿No crees que sería mejor decirles que simplemente no deseas salir?”
La hermana de Mikey, Elizabeth, habló estando parada en el último escalón de las escaleras, mirando al pequeño cerrar la puerta detrás de él luego de haber rechazado la cita para jugar con sus amigos una vez más.
– “¿Acaso no te enojarías si saliese a jugar con ellos?”
Preguntó el pequeño, dando un par de pasos acercándose a a las escaleras para poder observar mejor a su hermana.
– “No. Tal vez. Quien sabe...”
Se dio la vuelta y dio un par de pasos, entró a una habitación y desapareció de la vista del joven luego de que cerrara la puerta detrás de ella.
El pequeño Mikey solo se quedó ahí parado justo al pie de las escaleras. Se había quedado mirando un retrato familiar que había colgado no muy lejos de donde se encontraba parado, justo a un lado de la puerta que daba al comedor. Su atención era robada completamente por aquél retrato en donde se mostraba a su hermana sonriendo mientras mordía un perro caliente que sujetaba con sus manos; a su madre y padre quienes sonreían a la cámara mientras se daban un beso; y a él, quien sonreía mientras sujetaba con una de sus manos un globo de color azul, y con la otra una pequeña bolsa que guardaba dentro agua, y además, un pequeño pez dorado; y mientras su mente se perdía por completo en las memorias de aquél día en el parque de atracciones, algo ocurría en su habitación, algo extraño, algo que él no notaría hasta mucho tiempo después, pasadas las ocho de la noche, que era el momento en el que él regresaría a su habitación para poder dormir.

La puerta rechinó, la oscuridad inundaba el dormitorio del pequeño, y con el simple movimiento de un apagador la oscuridad desapareció por completo y la habitación y todo dentro de ella fue bañada de una brillante luz blanca que salía de aquél foco que colgaba justo en el centro.
El pequeño caminó a su cama, se quitó los tenis que había llevado puestos todo el día, y se tumbó sobre el colchón.
Si hubiese salido con sus amigos durante esa mañana entonces no habría pasado el resto del día ayudando a su hermana con la limpieza de la casa.
Si hubiese salido con sus amigos se hubiese divertido más de lo que se divirtió jugando a las damas chinas con él mismo.
Si hubiese salido con sus amigos habría explorado en enorme mundo, mucho más grande de lo que era el sótano de la casa donde vivía.
Si tan solo hubiese aceptado esa oferta entonces no habría tenido que pensar en nada de lo anterior. Pero sus padres nunca habrían aceptado que saliese así de repente, no habiendo tanta limpieza por hacer; no habiendo un juego de mesa por terminar; no habiendo cosas qué ordenar en el sótano. Sus padres nunca le habrían dejado salir habiendo tantas cosas por hacer, pero, aunque sus padres no estaban, aunque había tenido la oportunidad de poder no hacer cualquiera de esas cosas, él simplemente decidió hacer todo por su cuenta; ni si quiera tuvo que ser regañado por su hermana, él lo hizo todo por cuenta propia. Se podía suponer que, por fin, luego de tanto tiempo, luego de tantos castigos que se le habían impuesto, al fin el pequeño Mikey había aprendido a darle importancia a cosas antes que a otras. En éste caso, era mucho más importante para él el hacer la limpieza; era mucho más importante para él el terminar ese juego de damas chinas que había comenzado con su padre; y era más importante para él el ir a explorar el sótano buscando un lugar para poder acomodar cosas viejas; todo ésto era más importante que ir a jugar con sus amigos; más importante que pasar la mañana fuera de casa; más importante que cualquier otra cosa que se le pudiese haber ocurrido. Sí, el pequeño Mikey había aprendido bien, y él lo sabía.
Su mirada se había quedado hasta ese momento fija en el foco que brillaba sobre su cabeza. Parpadeó. Se talló los ojos y se levantó de la cama dando un pequeño salto. Caminó en dirección al apagador, y como cuando entró en la habitación con el simple movimiento del apagador la luz desapareció y el interior del dormitorio se vio sumergido en las sombras. La única luz que entraba era la de las lamparas en la calle, y ésta era muy tenue. De no ser por aquellas cortinas que cubrían su ventana la luz podría ser más intensa y llegar a iluminar la habitación, pero no era así, y la poca luz que entraba apenas era suficiente como para dejar ver el contorno de los objetos que había ahí dentro.
Caminó de vuelta a su cama, y antes de poder tumbarse en ella de nuevo algo atrajo su atención, y no solo su atención, si no que también su olfato.
Por un instante el pequeño Mikey percibió un olor fétido, fue casi instantáneo, aquél olor de inmediato desapareció, pero eso no dejó a Mikey tranquilo. Había dejado de nuevo comida debajo de su cama.
Pensó en mirar debajo de su cama y encontrar aquél plato que imaginaba que ya tenía hongos y gusanos viviendo en él, pensó en tomarlo usando una bolsa de basura y llevarlo al fregadero que había en la cocina en el primer piso de la casa; pensó en echarle un montón de detergente, vinagre para quitar las costras que se hubiesen formado, y destapacaños para matar aquellos asquerosos insectos que podrían haber comenzado a vivir ahí. Y pensó en hacerlo, incluso se había ya comenzado a hincar frente a su cama, y fue en ese momento en el que recordó que, si se ponía a hacer algo así durante esa hora de la noche, su hermana de inmediato sabría lo que había pasado, se enojaría con él, lo regañaría, y luego lo acusaría con sus padres, de nuevo. Supo que no era la mejor decisión que podía tomar, así que optó por la otra opción: esperar al amanecer y luego llevar acabo ese plan maestro que había hecho para poder deshacerse de toda evidencia de que en algún momento hubo un plato con comida en su habitación.
Sí, esperaría a la mañana del día siguiente para poder deshacerse de toda evidencia.

Tan pronto como sus ojos se abrieron al sentir los fuertes rayos de luz golpeando sus párpados, Mikey dio un salto de su cama quitándose de encima las cobijas que lo habían cubierto toda la noche, se tiró al suelo y miró debajo de su cama, no encontró nada.
¿Qué significaba eso? No había plato, no había ninguna vajilla, o taza, nada que pudiese en algún momento haber albergado algún alimento y que ahora éste estuviese pudriéndose. No había pista alguna que señalara a que algún alimento hubiese estado pudriéndose debajo de su cama, ¿es que acaso había dejado comida en algún otro lugar?
Por una hora Mikey estuvo olfateando cada rincón de su habitación, buscando el origen de aquél fétido olor que había percibido la noche previa, pero su búsqueda no dio resultados. El olor ya ni se percibía, así que, tal vez pudo haber sido algo pasajero. Tal vez algo murió en el jardín, se pudrió, y algún animal durante la noche se lo había llevado. Tal vez fue su imaginación, fuese lo que hubiese sido ya no lo percibía. Y no era como si le importase tanto de donde venía, tal vez lo hizo en el momento en el que lo sintió, aún si fue por tan solo unos cuantos instantes, pero ahora que no había remanente alguno de aquél fétido olor, ya ni si quiera le importaba saber si ese olor había estado o no realmente en su habitación la noche anterior.
Abrió la puerta, salió al pasillo y luego cerró su dormitorio detrás de él.
Por un momento deseó haber buscado más a fondo en su habitación, deseó haber buscado un poco más la causa de aquél hedor, pero no pudo hacerlo, realmente ya no le importaba.

Y el resto del día corrió de una manera similar a la del día previo.
Sus amigos llegaron de visita, y una vez más le pidieron a Mikey salir a jugar. Una vez más éste se excusó diciendo que tenía que ayudar con las labores de la casa. Sus amigos de nuevo le dejaron en paz otra vez suspirando decepcionados, y su hermana una vez más le hizo ver lo tonto que le parecían sus acciones.
A él realmente no le importaba. Quería compensar sus acciones del pasado tratando de volverse el niño modelo que sus padres tanto habían tratado de lograr hacer; Quería mostrarles cuánto él había aprendido, cuánto él había entendido, y cuánto él estaba dispuesto a hacer con tal de ver a sus padres felices. Y quería hacerlo antes de que ambos regresaran de aquél viaje al que habían tenido que salir de urgencia, quería darles una gran sorpresa de bienvenida. Él estaba dispuesto a hacer lo que fuese todo con tal de lograrlo.
Por lo tanto, cualquier cosa que le pudiese parecer banal, cualquier cosa que no tuviese relación alguna con las tareas diarias del hogar, con cosas que sus padres hacían, o con tareas que usualmente él tenía que realizar, no le importaban en absoluto. Su único deseo, su única razón para despertarse cada mañana, era únicamente para poder lograr su cometido: mostrarle a sus padres cuanto había cambiado.

Y así como él se había propuesto al comienzo del día luego de haber investigado sin resultado alguno el origen de aquél hedor que había en su habitación, finalmente terminó las tareas del hogar. Sin ayuda de su hermana, sin distracciones absurdas como lo eran sus amigos que no dejaban de tocar la puerta buscándolo, y sin tener que distraerse a jugar más juegos de mesa -que ya no tenía razones para hacerlo considerando que había terminado el último juego que había dejado pendiente -. Él había logrado llevar a cabo todas las tareas del hogar que tenía planeadas hacer durante los consiguientes días en un sólo día, había acabado mucho antes de lo planeado. Pero por el hecho de que se esforzó tanto, y duró tanto tiempo haciéndolo, habían dado las nueve de la noche cuando éste hubo terminado. Estaba tan cansado que ni cenar pudo, él solo quería ir a su habitación, tumbarse en su cama y dormir hasta las doce de la tarde del día siguiente.
Subió las escaleras, éstas rechinaban con cada paso que daba. Se podía escuchar el ruido de la televisión viniendo de la habitación de su hermana, se escuchaban risas, algunos gritos llenos de emoción, campanas y otros efectos especiales. ¿Sería acaso un concurso, o sería una tonta comedia de esas a las que los adolescentes gustan tanto ver? No le importaba saberlo. Podía ser aquella película de horror que tanto había querido ver en donde el hombre entraba en un cine y mataba a todos y aún así no le habría importado en absoluto. Él solo deseaba poder dormir. Quería tumbarse en su cómoda cama y poder sumergirse en el mundo de lo sueños, y eso estaba por hacer justo luego de abrir la puerta a su habitación, pero, cuando lo hizo, algo lo detuvo. Un olor fétido, un olor pútrido emergió de su habitación en cuanto abrió la puerta, olor que pronto había inundado el resto del pasillo.
Estaba tan oscuro que, de haber habido luz, muy probablemente se habría visto una nube de color verde emanar de su habitación, pero no era así. No hubo ninguna nube, pero no era necesario tener que ver una nube para saber que algo ocurría ahí; además de lo obvio, del hecho de que el aire era ahora denso y pesado, de que se sentía un fuerte aroma ácido y agrio sin estar dentro del alcance de la nube invisible, su rostro lo decía todo: un rostro lleno de asco, de horror, de repulsión.
Trató de no devolver el estómago ante aquél horrible hedor que emanaba de su habitación.
¿Qué rayos era eso, qué rayos había ahí dentro que podía causar tal olor?
No lo entendía. Había revisado su habitación de pies a cabeza la mañana de ese día y no había encontrado nada; ¿acaso algo se había metido mientras él no se encontraba y había muerto ahí dentro?
Dio un par de pasos adentrándose en su habitación, y en cuanto estuvo completamente dentro, aquél ambiente pesado y denso desapareció. Ese olor a putrefacción se había disipado, y toda prueba de que éste alguna vez estuvo ahí había desaparecido por completo.
Cansado, a punto de vomitar, con el estómago revuelto y completamente exaltado por lo que acababa de ocurrir, comenzó a voltear su habitación entera para tratar de encontrar aquella cosa que, dos noches consecutivas, había causado una pestilencia sin origen evidente.
Comenzó a sacar todas las cosas que había en su armario, ropa, juguetes, cajas y mas cajas; quitó las sábanas y cobijas que cubrían su cama, quitó el colchón e incluso movió de lugar la base de su cama para tratar de encontrar algo que le indicara donde podía estar aquella cosa de donde había emanado ese pútrido hedor.
Cada cosa que encontró la extrajo de su habitación; todo lo que pudo mover lo movió, todo exceptuando un enorme armario que, por lo pesado que era, él no tenía la fuerza suficiente para cambiarlo de lugar aún si éste se encontraba vacío, por lo que ni si quiera se molestó en intentar ponerle un dedo encima; pero, a diferencia del resto de las cosas en su habitación, todo lo demás fue movido. No quedaba absolutamente nada, exceptuando por la base de su cama y un par de muebles. Y, a pesar de haber vaciado su habitación entera, no encontró nada. No encontró ni si quiera una pequeña pista de qué pudo haber sido aquella cosa que había liberado esa pestilencia en su habitación.
Al final, sin tener una idea de donde más podía buscar, sin tener una idea de si realmente había habido un olor en su habitación en un principio, cansado, fatigado y aún con el estómago revuelto, simplemente decidió darle fin a ese día. Se tiró sobre el colchón de su cama que ahora se encontraba en el pasillo justo frente a su puerta y prosiguió a dormirse; no tenía las fuerzas ni para poder tomar una cobija para cubrirse, por lo que durmió completamente descubierto.

La mañana siguiente Elizabeth, la hermana del pequeño, se despertó mucho antes que él. Cuando salió de su habitación bostezando y tallándose los ojos y se encontró con él y todas sus pertenencias regadas por todo el pasillo, ésta no dudó ni un segundo y de inmediato fue a despertarlo, todo para poder darle una buena regañada.

– “¡Hey, ¿qué se supone que es ésto?!, aunque ni papá ni mamá estén aquí eso no implica que puedas andar haciendo lo que te plazca.”

La joven se dio cuenta de que su hermano pequeño no despertó, no despertó ni si quiera luego de que lo empujó con su pie descalzo.

– “Nunca entenderé cómo es que tu mente trabaja… por cierto, ¿puedo saber qué carajo pasó anoche como para que hubieses sacado todas las cosas de tu habitación?”

Ella no esperaba una respuesta al ver como el pequeño se quejaba aún estando dormido. Suspiró, miró hacia la puerta de la habitación y dio un par de pasos. Por un instante pensó en si debía o no abrir la puerta, pensó que tal vez él había hecho algo y necesitaba todo el espacio necesario,¿ o tal vez había hecho algo malo y por eso había sacado todo de su habitación?, pero, ¿qué cosa sería tan mala como para tener que sacar todo de la habitación de uno? No lo sabía, pero quería una respuesta, y fuese lo que fuese estaría algo más satisfecha al saberlo.
Colocó su delgada y pálida mano sobre la perilla de la puerta, la hizo girar noventa grados y con un chasquido ésta se abrió, pero en cuanto lo hizo, los ojos de la joven se pusieron llorosos, su garganta se irritó, su nariz comenzó a ponerse roja, y todos sus sentidos comenzaron a volverse locos. Fue como si hubiesen golpeado con una puerta su cabeza, por un instante no sabía qué ocurría, estaba completamente confundida, y luego de eso todo dentro de su cabeza regresó a cómo debía de ser. Salió disparada hacia el baño, se tiró frente a la taza y comenzó a vomitar.
Al momento en el que abrió la puerta una brisa de color verdosa comenzó a emanar de la habitación, esparciéndose rápidamente ya no solo por el pasillo del segundo piso de la casa, si no llegando incluso hasta el sótano. Era aún más fuerte que el día anterior o el día antes que ese; era un olor más fuerte, más concentrado, más nauseabundo; un olor agrío, un olor amargo, un olor irritante, un olor a putrefacción…
La joven estuvo vomitando durante un par de segundos, segundos que se hicieron largos minutos. El olor era tan intenso que no la dejó despegarse del retrete.
Y mientras Elizabeth vomitaba en el baño, el pequeño Mikey comenzaba a ser afectado por aquél hedor que rodeaba el ambiente. Comenzó a toser, comenzó a quejarse, sus ojos comenzaron a llorar, y cuando por fin éste despertó, lo primero que hizo fue notar como toda la habitación tenía aquella neblina de color verdosa levantándose. ¿Era acaso causada por aquello que se encontraba dentro de su habitación? No lo sabía, pero, ahora que estaba ocurriendo justo en ese momento, ahora que podía ver a la perfección aquella verdosa neblina, podía descubrir fácilmente el origen de ésta.
Se armó de valor, se cubrió la nariz y la boca con una camisa que había arrojada en el suelo y se adentró en el interior de su habitación que se encontraba exactamente igual a como la había dejado la noche anterior, excepto por el hecho de que, justo detrás de aquél enorme armario que no había podido mover por lo pesado que era, un remolino de aquella estela verde emergía, lo que lo llevó a una sola conclusión: el origen de aquél fétido olor se encontraba justo detrás de ese armario.
Intentó empujarlo con todas sus fuerzas, pero no lo logró mover ni un centímetro. Lo trató de jalar pero el resultado fue el mismo. Y cuando estaba por usar una lámpara para romperlo en pedazos su hermana se apareció frente a su puerta, estaban pálida, sus ojos estaban rojos de lo irritados que se encontraban, y sobre su boca y nariz sujetaba un trapo.

– “¿¡Qué significa ésto!?”
Dijo la joven tratando de evitar inhalar aquél aire tóxico.
– “¡Ayúdame a mover éste armario!”
Le pidió el pequeño a su hermana.
Sin dudarlo, sin pensarlo, sin si quiera cuestionar las razones del porqué quería mover aquél armario, la joven decidió ayudar a su pequeño hermano, y juntos lograron tirar hacia un lado el pesado mueble, dejando al descubierto una enorme grieta que había en el muro, grieta de donde surgía un remolino verdoso, el culpable de que aquél pútrido hedor cubriese cada milímetro de la propiedad.

El joven y su hermana miraron aquél extraño suceso, no sabían qué hacer, no sabían qué decir, no sabían cómo reaccionar, o al menos ésto era así para la chica, quien simplemente se quedó parada mientras su hermano usaba la misma lámpara que iba a usar antes contra el mueble ahora en contra del muro, golpeando repetidas veces la debilitada estructura hasta terminar rompiendo por completo el yeso que recubría la pared.
Y cuando el remolino verde desapareció cuando el último trozo de yeso cubriendo el muro cayó, fue cuando los vieron. Fue en el instante en el que la lámpara cayó sobre el suelo que ambos los vieron, los cuerpos de sus padres. Cuerpos deformes, con la gran mayoría de los huesos rotos, doblados cientos de veces para poder caber dentro de un muro tan delgado; cubiertos de gusanos que salían y entraban por cada cavidad abierta, por cada herida y cortada que existían en sus cuerpos; ropa rasgada y cubierta de tanta sangre seca que era difícil no asumir que esas fueron las mismas vestimentas con las que habían muerto; pero, no era el hecho de que los cuerpos habían sido prácticamente exprimidos como frutas para poder ser metidos dentro del muro lo que era lo más impactante, si no que era el hecho de que los rostros de ambos aún eran visibles, completamente reconocibles y sin haber sido dejados como el resto de sus cuerpos, como si el culpable hubiese deseado que, cuando los encontraran, supiesen de inmediato quienes eran; rostros llenos de horror, con expresiones bien marcadas y definidas que eran el reflejo vivo de lo que era tener miedo; bocas abiertas que mostraban el interior de las mismas cubiertas de sangre del momento cuando sus cuerpos fueron metidos con brutal fuerza entre aquellas dos paredes de madera y yeso; ojos completamente oscuros, siendo el reflejo de lo último que vieron: oscuridad eterna que inundaba el interior de su último recinto; incluso en uno de ellos, en la madre, se podían encontrar uñas enterradas en su piel, como si hubiese arañado su rostro esperando poder despertar de la pesadilla a la que había sido obligada a vivir.

Mientras el chico miraba los cuerpos de ambos, la joven solo pudo hacer una cosa: tirarse al suelo y comenzar a gritar llena de horror.
Y mientras se jalaba el cabello arrancándose mechones del mismo, sintió sobre su hombro derecho la mano de alguien, y cuando miró, ahí estaba él, su hermano, sonriendo.

– “No te preocupes hermana. Es tu turno.”

Solo se pudo escuchar un grito por parte de la joven.
Un grito desgarrador que se escuchó por todo el interior de la casa. Un grito que incluso se pudo escuchar en la acera a unos cuantos metros alejada de la puerta que daba al interior de la casa. Pero aún así, aún si fue un grito tan fuerte, para cuando terminó, nadie se había percatado de él, y aunque aún se podían escuchar gritos venir de ese mismo lugar, gritos venir de esa misma habitación, simplemente ya no eran como el de antes, eran gritos silenciosos, gritos ahogados, eran gritos que parecían venir desde el interior de un muro...


– “¿En serio vas a salir?
– “Sí.”
– “¿Acaso tu hermana no te va a regañar?”
– “Salió de la ciudad.”
– “¿También?”
– “Sí... Debería de invitarlos algún día a jugar en mi casa.”
– “¿Y si vamos ahora?”
 – “No veo porqué no.”


Fin.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja un comentario con tu opinión acerca de lo que leíste ;)