Se podría decir que son simples pruebas para ver qué tal salen las cosas.
*Un mejor y más detallado resumen será publicado en un futuro.*
"Hedor"
– “¿A dónde fueron tus
padres?”
Preguntaban los amigos de Mikey.
– “Salieron de la ciudad.”
Contestaba el pequeño con gran
calma.
– “¿Y porqué no puedes salir a
jugar?”
Volvían a preguntar sus pequeños
amigos, esperando a que éste por fin aceptara salir a jugar.
– “Mi hermana se enojará. Tengo
tarea y ella no me quiere estar vigilando.”
Contestaba el pequeño, a lo que
sus amigos contestaban únicamente suspirando, dándose la vuelta, y
alejándose de la puerta de la casa de Mikey, perdiéndose entre los
arbustos de la casa de enfrente.
– “¿Otra vez tus amigos?, ¿No
crees que sería mejor decirles que simplemente no deseas salir?”
La hermana de Mikey, Elizabeth,
habló estando parada en el último escalón de las escaleras,
mirando al pequeño cerrar la puerta detrás de él luego de haber
rechazado la cita para jugar con sus amigos una vez más.
– “¿Acaso no te enojarías si
saliese a jugar con ellos?”
Preguntó el pequeño, dando un par
de pasos acercándose a a las escaleras para poder observar mejor a
su hermana.
– “No. Tal vez. Quien sabe...”
Se dio la vuelta y dio un par de
pasos, entró a una habitación y desapareció de la vista del joven
luego de que cerrara la puerta detrás de ella.
El pequeño Mikey solo se quedó
ahí parado justo al pie de las escaleras. Se había quedado mirando
un retrato familiar que había colgado no muy lejos de donde se
encontraba parado, justo a un lado de la puerta que daba al comedor.
Su atención era robada completamente por aquél retrato en donde se
mostraba a su hermana sonriendo mientras mordía un perro caliente
que sujetaba con sus manos; a su madre y padre quienes sonreían a la
cámara mientras se daban un beso; y a él, quien sonreía mientras
sujetaba con una de sus manos un globo de color azul, y con la otra
una pequeña bolsa que guardaba dentro agua, y además, un pequeño
pez dorado; y mientras su mente se perdía por completo en las
memorias de aquél día en el parque de atracciones, algo ocurría en
su habitación, algo extraño, algo que él no notaría hasta mucho
tiempo después, pasadas las ocho de la noche, que era el momento en
el que él regresaría a su habitación para poder dormir.
La puerta rechinó, la oscuridad
inundaba el dormitorio del pequeño, y con el simple movimiento de un
apagador la oscuridad desapareció por completo y la habitación y
todo dentro de ella fue bañada de una brillante luz blanca que salía
de aquél foco que colgaba justo en el centro.
El pequeño caminó a su cama, se
quitó los tenis que había llevado puestos todo el día, y se tumbó
sobre el colchón.
Si hubiese salido con sus amigos
durante esa mañana entonces no habría pasado el resto del día
ayudando a su hermana con la limpieza de la casa.
Si hubiese salido con sus amigos se
hubiese divertido más de lo que se divirtió jugando a las damas
chinas con él mismo.
Si hubiese salido con sus amigos
habría explorado en enorme mundo, mucho más grande de lo que era el
sótano de la casa donde vivía.
Si tan solo hubiese aceptado esa
oferta entonces no habría tenido que pensar en nada de lo anterior.
Pero sus padres nunca habrían aceptado que saliese así de repente,
no habiendo tanta limpieza por hacer; no habiendo un juego de mesa
por terminar; no habiendo cosas qué ordenar en el sótano. Sus
padres nunca le habrían dejado salir habiendo tantas cosas por
hacer, pero, aunque sus padres no estaban, aunque había tenido la
oportunidad de poder no hacer cualquiera de esas cosas, él
simplemente decidió hacer todo por su cuenta; ni si quiera tuvo que
ser regañado por su hermana, él lo hizo todo por cuenta propia. Se
podía suponer que, por fin, luego de tanto tiempo, luego de tantos
castigos que se le habían impuesto, al fin el pequeño Mikey había
aprendido a darle importancia a cosas antes que a otras. En éste
caso, era mucho más importante para él el hacer la limpieza; era
mucho más importante para él el terminar ese juego de damas chinas
que había comenzado con su padre; y era más importante para él el
ir a explorar el sótano buscando un lugar para poder acomodar cosas
viejas; todo ésto era más importante que ir a jugar con sus amigos;
más importante que pasar la mañana fuera de casa; más importante
que cualquier otra cosa que se le pudiese haber ocurrido. Sí, el
pequeño Mikey había aprendido bien, y él lo sabía.
Su mirada se había quedado hasta
ese momento fija en el foco que brillaba sobre su cabeza. Parpadeó.
Se talló los ojos y se levantó de la cama dando un pequeño salto.
Caminó en dirección al apagador, y como cuando entró en la
habitación con el simple movimiento del apagador la luz desapareció
y el interior del dormitorio se vio sumergido en las sombras. La
única luz que entraba era la de las lamparas en la calle, y ésta
era muy tenue. De no ser por aquellas cortinas que cubrían su
ventana la luz podría ser más intensa y llegar a iluminar la
habitación, pero no era así, y la poca luz que entraba apenas era
suficiente como para dejar ver el contorno de los objetos que había
ahí dentro.
Caminó de vuelta a su cama, y antes
de poder tumbarse en ella de nuevo algo atrajo su atención, y no
solo su atención, si no que también su olfato.
Por un instante el pequeño Mikey
percibió un olor fétido, fue casi instantáneo, aquél olor de
inmediato desapareció, pero eso no dejó a Mikey tranquilo. Había
dejado de nuevo comida debajo de su cama.
Pensó en mirar debajo de su cama y
encontrar aquél plato que imaginaba que ya tenía hongos y gusanos
viviendo en él, pensó en tomarlo usando una bolsa de basura y
llevarlo al fregadero que había en la cocina en el primer piso de la
casa; pensó en echarle un montón de detergente, vinagre para quitar
las costras que se hubiesen formado, y destapacaños para matar
aquellos asquerosos insectos que podrían haber comenzado a vivir
ahí. Y pensó en hacerlo, incluso se había ya comenzado a hincar
frente a su cama, y fue en ese momento en el que recordó que, si se
ponía a hacer algo así durante esa hora de la noche, su hermana de
inmediato sabría lo que había pasado, se enojaría con él, lo
regañaría, y luego lo acusaría con sus padres, de nuevo. Supo que
no era la mejor decisión que podía tomar, así que optó por la
otra opción: esperar al amanecer y luego llevar acabo ese plan
maestro que había hecho para poder deshacerse de toda evidencia de
que en algún momento hubo un plato con comida en su habitación.
Sí, esperaría a la mañana del día
siguiente para poder deshacerse de toda evidencia.
Tan pronto como sus ojos se
abrieron al sentir los fuertes rayos de luz golpeando sus párpados,
Mikey dio un salto de su cama quitándose de encima las cobijas que
lo habían cubierto toda la noche, se tiró al suelo y miró debajo
de su cama, no encontró nada.
¿Qué significaba eso? No había
plato, no había ninguna vajilla, o taza, nada que pudiese en algún
momento haber albergado algún alimento y que ahora éste estuviese
pudriéndose. No había pista alguna que señalara a que algún
alimento hubiese estado pudriéndose debajo de su cama, ¿es que
acaso había dejado comida en algún otro lugar?
Por una hora Mikey estuvo olfateando
cada rincón de su habitación, buscando el origen de aquél fétido
olor que había percibido la noche previa, pero su búsqueda no dio
resultados. El olor ya ni se percibía, así que, tal vez pudo haber
sido algo pasajero. Tal vez algo murió en el jardín, se pudrió, y
algún animal durante la noche se lo había llevado. Tal vez fue su
imaginación, fuese lo que hubiese sido ya no lo percibía. Y no era
como si le importase tanto de donde venía, tal vez lo hizo en el
momento en el que lo sintió, aún si fue por tan solo unos cuantos
instantes, pero ahora que no había remanente alguno de aquél fétido
olor, ya ni si quiera le importaba saber si ese olor había estado o
no realmente en su habitación la noche anterior.
Abrió la puerta, salió al pasillo
y luego cerró su dormitorio detrás de él.
Por un momento deseó haber buscado
más a fondo en su habitación, deseó haber buscado un poco más la
causa de aquél hedor, pero no pudo hacerlo, realmente ya no le
importaba.
Y el resto del día corrió de una
manera similar a la del día previo.
Sus amigos llegaron de visita, y una
vez más le pidieron a Mikey salir a jugar. Una vez más éste se
excusó diciendo que tenía que ayudar con las labores de la casa.
Sus amigos de nuevo le dejaron en paz otra vez suspirando
decepcionados, y su hermana una vez más le hizo ver lo tonto que le
parecían sus acciones.
A él realmente no le importaba.
Quería compensar sus acciones del pasado tratando de volverse el
niño modelo que sus padres tanto habían tratado de lograr hacer;
Quería mostrarles cuánto él había aprendido, cuánto él había
entendido, y cuánto él estaba dispuesto a hacer con tal de ver a
sus padres felices. Y quería hacerlo antes de que ambos regresaran
de aquél viaje al que habían tenido que salir de urgencia, quería
darles una gran sorpresa de bienvenida. Él estaba dispuesto a hacer
lo que fuese todo con tal de lograrlo.
Por lo tanto, cualquier cosa que le
pudiese parecer banal, cualquier cosa que no tuviese relación alguna
con las tareas diarias del hogar, con cosas que sus padres hacían, o
con tareas que usualmente él tenía que realizar, no le importaban
en absoluto. Su único deseo, su única razón para despertarse cada
mañana, era únicamente para poder lograr su cometido: mostrarle a
sus padres cuanto había cambiado.
Y así como él se había propuesto
al comienzo del día luego de haber investigado sin resultado alguno
el origen de aquél hedor que había en su habitación, finalmente
terminó las tareas del hogar. Sin ayuda de su hermana, sin
distracciones absurdas como lo eran sus amigos que no dejaban de
tocar la puerta buscándolo, y sin tener que distraerse a jugar más
juegos de mesa -que ya no tenía razones para hacerlo considerando
que había terminado el último juego que había dejado pendiente -.
Él había logrado llevar a cabo todas las tareas del hogar que tenía
planeadas hacer durante los consiguientes días en un sólo día,
había acabado mucho antes de lo planeado. Pero por el hecho de que
se esforzó tanto, y duró tanto tiempo haciéndolo, habían dado las
nueve de la noche cuando éste hubo terminado. Estaba tan cansado que
ni cenar pudo, él solo quería ir a su habitación, tumbarse en su
cama y dormir hasta las doce de la tarde del día siguiente.
Subió las escaleras, éstas
rechinaban con cada paso que daba. Se podía escuchar el ruido de la
televisión viniendo de la habitación de su hermana, se escuchaban
risas, algunos gritos llenos de emoción, campanas y otros efectos
especiales. ¿Sería acaso un concurso, o sería una tonta comedia de
esas a las que los adolescentes gustan tanto ver? No le importaba
saberlo. Podía ser aquella película de horror que tanto había
querido ver en donde el hombre entraba en un cine y mataba a todos y
aún así no le habría importado en absoluto. Él solo deseaba poder
dormir. Quería tumbarse en su cómoda cama y poder sumergirse en el
mundo de lo sueños, y eso estaba por hacer justo luego de abrir la
puerta a su habitación, pero, cuando lo hizo, algo lo detuvo. Un
olor fétido, un olor pútrido emergió de su habitación en cuanto
abrió la puerta, olor que pronto había inundado el resto del
pasillo.
Estaba tan oscuro que, de haber
habido luz, muy probablemente se habría visto una nube de color
verde emanar de su habitación, pero no era así. No hubo ninguna
nube, pero no era necesario tener que ver una nube para saber que
algo ocurría ahí; además de lo obvio, del hecho de que el aire era
ahora denso y pesado, de que se sentía un fuerte aroma ácido y
agrio sin estar dentro del alcance de la nube invisible, su rostro lo
decía todo: un rostro lleno de asco, de horror, de repulsión.
Trató de no devolver el estómago
ante aquél horrible hedor que emanaba de su habitación.
¿Qué rayos era eso, qué rayos
había ahí dentro que podía causar tal olor?
No lo entendía. Había revisado su
habitación de pies a cabeza la mañana de ese día y no había
encontrado nada; ¿acaso algo se había metido mientras él no se
encontraba y había muerto ahí dentro?
Dio un par de pasos adentrándose en
su habitación, y en cuanto estuvo completamente dentro, aquél
ambiente pesado y denso desapareció. Ese olor a putrefacción se
había disipado, y toda prueba de que éste alguna vez estuvo ahí
había desaparecido por completo.
Cansado, a punto de vomitar, con el
estómago revuelto y completamente exaltado por lo que acababa de
ocurrir, comenzó a voltear su habitación entera para tratar de
encontrar aquella cosa que, dos noches consecutivas, había causado
una pestilencia sin origen evidente.
Comenzó a sacar todas las cosas que
había en su armario, ropa, juguetes, cajas y mas cajas; quitó las
sábanas y cobijas que cubrían su cama, quitó el colchón e incluso
movió de lugar la base de su cama para tratar de encontrar algo que
le indicara donde podía estar aquella cosa de donde había emanado
ese pútrido hedor.
Cada cosa que encontró la extrajo
de su habitación; todo lo que pudo mover lo movió, todo exceptuando
un enorme armario que, por lo pesado que era, él no tenía la fuerza
suficiente para cambiarlo de lugar aún si éste se encontraba vacío,
por lo que ni si quiera se molestó en intentar ponerle un dedo
encima; pero, a diferencia del resto de las cosas en su habitación,
todo lo demás fue movido. No quedaba absolutamente nada, exceptuando
por la base de su cama y un par de muebles. Y, a pesar de haber
vaciado su habitación entera, no encontró nada. No encontró ni si
quiera una pequeña pista de qué pudo haber sido aquella cosa que
había liberado esa pestilencia en su habitación.
Al final, sin tener una idea de
donde más podía buscar, sin tener una idea de si realmente había
habido un olor en su habitación en un principio, cansado, fatigado y
aún con el estómago revuelto, simplemente decidió darle fin a ese
día. Se tiró sobre el colchón de su cama que ahora se encontraba
en el pasillo justo frente a su puerta y prosiguió a dormirse; no
tenía las fuerzas ni para poder tomar una cobija para cubrirse, por
lo que durmió completamente descubierto.
La mañana siguiente Elizabeth, la
hermana del pequeño, se despertó mucho antes que él. Cuando salió
de su habitación bostezando y tallándose los ojos y se encontró
con él y todas sus pertenencias regadas por todo el pasillo, ésta
no dudó ni un segundo y de inmediato fue a despertarlo, todo para
poder darle una buena regañada.
– “¡Hey, ¿qué se supone que
es ésto?!, aunque ni papá ni mamá estén aquí eso no implica que
puedas andar haciendo lo que te plazca.”
La joven se dio cuenta de que su
hermano pequeño no despertó, no despertó ni si quiera luego de que
lo empujó con su pie descalzo.
– “Nunca entenderé cómo es que
tu mente trabaja… por cierto, ¿puedo saber qué carajo pasó
anoche como para que hubieses sacado todas las cosas de tu
habitación?”
Ella no esperaba una respuesta al
ver como el pequeño se quejaba aún estando dormido. Suspiró, miró
hacia la puerta de la habitación y dio un par de pasos. Por un
instante pensó en si debía o no abrir la puerta, pensó que tal vez
él había hecho algo y necesitaba todo el espacio necesario,¿ o tal
vez había hecho algo malo y por eso había sacado todo de su
habitación?, pero, ¿qué cosa sería tan mala como para tener que
sacar todo de la habitación de uno? No lo sabía, pero quería una
respuesta, y fuese lo que fuese estaría algo más satisfecha al
saberlo.
Colocó su delgada y pálida mano
sobre la perilla de la puerta, la hizo girar noventa grados y con un
chasquido ésta se abrió, pero en cuanto lo hizo, los ojos de la
joven se pusieron llorosos, su garganta se irritó, su nariz comenzó
a ponerse roja, y todos sus sentidos comenzaron a volverse locos. Fue
como si hubiesen golpeado con una puerta su cabeza, por un instante
no sabía qué ocurría, estaba completamente confundida, y luego de
eso todo dentro de su cabeza regresó a cómo debía de ser. Salió
disparada hacia el baño, se tiró frente a la taza y comenzó a
vomitar.
Al momento en el que abrió la
puerta una brisa de color verdosa comenzó a emanar de la habitación,
esparciéndose rápidamente ya no solo por el pasillo del segundo
piso de la casa, si no llegando incluso hasta el sótano. Era aún
más fuerte que el día anterior o el día antes que ese; era un olor
más fuerte, más concentrado, más nauseabundo; un olor agrío, un
olor amargo, un olor irritante, un olor a putrefacción…
La joven estuvo vomitando durante un
par de segundos, segundos que se hicieron largos minutos. El olor era
tan intenso que no la dejó despegarse del retrete.
Y mientras Elizabeth vomitaba en el
baño, el pequeño Mikey comenzaba a ser afectado por aquél hedor
que rodeaba el ambiente. Comenzó a toser, comenzó a quejarse, sus
ojos comenzaron a llorar, y cuando por fin éste despertó, lo
primero que hizo fue notar como toda la habitación tenía aquella
neblina de color verdosa levantándose. ¿Era acaso causada por
aquello que se encontraba dentro de su habitación? No lo sabía,
pero, ahora que estaba ocurriendo justo en ese momento, ahora que
podía ver a la perfección aquella verdosa neblina, podía descubrir
fácilmente el origen de ésta.
Se armó de valor, se cubrió la
nariz y la boca con una camisa que había arrojada en el suelo y se
adentró en el interior de su habitación que se encontraba
exactamente igual a como la había dejado la noche anterior, excepto
por el hecho de que, justo detrás de aquél enorme armario que no
había podido mover por lo pesado que era, un remolino de aquella
estela verde emergía, lo que lo llevó a una sola conclusión: el
origen de aquél fétido olor se encontraba justo detrás de ese
armario.
Intentó empujarlo con todas sus
fuerzas, pero no lo logró mover ni un centímetro. Lo trató de
jalar pero el resultado fue el mismo. Y cuando estaba por usar una
lámpara para romperlo en pedazos su hermana se apareció frente a su
puerta, estaban pálida, sus ojos estaban rojos de lo irritados que
se encontraban, y sobre su boca y nariz sujetaba un trapo.
– “¿¡Qué significa ésto!?”
Dijo la joven tratando de evitar
inhalar aquél aire tóxico.
– “¡Ayúdame a mover éste
armario!”
Le pidió el pequeño a su hermana.
Sin dudarlo, sin pensarlo, sin si
quiera cuestionar las razones del porqué quería mover aquél
armario, la joven decidió ayudar a su pequeño hermano, y juntos
lograron tirar hacia un lado el pesado mueble, dejando al descubierto
una enorme grieta que había en el muro, grieta de donde surgía un
remolino verdoso, el culpable de que aquél pútrido hedor cubriese
cada milímetro de la propiedad.
El joven y su hermana miraron aquél
extraño suceso, no sabían qué hacer, no sabían qué decir, no
sabían cómo reaccionar, o al menos ésto era así para la chica,
quien simplemente se quedó parada mientras su hermano usaba la misma
lámpara que iba a usar antes contra el mueble ahora en contra del
muro, golpeando repetidas veces la debilitada estructura hasta
terminar rompiendo por completo el yeso que recubría la pared.
Y cuando el remolino verde
desapareció cuando el último trozo de yeso cubriendo el muro cayó,
fue cuando los vieron. Fue en el instante en el que la lámpara cayó
sobre el suelo que ambos los vieron, los cuerpos de sus padres.
Cuerpos deformes, con la gran mayoría de los huesos rotos, doblados
cientos de veces para poder caber dentro de un muro tan delgado;
cubiertos de gusanos que salían y entraban por cada cavidad abierta,
por cada herida y cortada que existían en sus cuerpos; ropa rasgada
y cubierta de tanta sangre seca que era difícil no asumir que esas
fueron las mismas vestimentas con las que habían muerto; pero, no
era el hecho de que los cuerpos habían sido prácticamente
exprimidos como frutas para poder ser metidos dentro del muro lo que
era lo más impactante, si no que era el hecho de que los rostros de
ambos aún eran visibles, completamente reconocibles y sin haber sido
dejados como el resto de sus cuerpos, como si el culpable hubiese
deseado que, cuando los encontraran, supiesen de inmediato quienes
eran; rostros llenos de horror, con expresiones bien marcadas y
definidas que eran el reflejo vivo de lo que era tener miedo; bocas
abiertas que mostraban el interior de las mismas cubiertas de sangre
del momento cuando sus cuerpos fueron metidos con brutal fuerza entre
aquellas dos paredes de madera y yeso; ojos completamente oscuros,
siendo el reflejo de lo último que vieron: oscuridad eterna que
inundaba el interior de su último recinto; incluso en uno de ellos,
en la madre, se podían encontrar uñas enterradas en su piel, como
si hubiese arañado su rostro esperando poder despertar de la
pesadilla a la que había sido obligada a vivir.
Mientras el chico miraba los
cuerpos de ambos, la joven solo pudo hacer una cosa: tirarse al suelo
y comenzar a gritar llena de horror.
Y mientras se jalaba el cabello
arrancándose mechones del mismo, sintió sobre su hombro derecho la
mano de alguien, y cuando miró, ahí estaba él, su hermano,
sonriendo.
– “No te preocupes hermana. Es
tu turno.”
Solo se pudo escuchar un grito por
parte de la joven.
Un grito desgarrador que se escuchó
por todo el interior de la casa. Un grito que incluso se pudo
escuchar en la acera a unos cuantos metros alejada de la puerta que
daba al interior de la casa. Pero aún así, aún si fue un grito tan
fuerte, para cuando terminó, nadie se había percatado de él, y
aunque aún se podían escuchar gritos venir de ese mismo lugar,
gritos venir de esa misma habitación,
simplemente
ya no eran como el de antes, eran gritos silenciosos, gritos
ahogados, eran gritos que parecían venir desde el interior de un
muro...
– “¿En serio vas a salir?
– “Sí.”
– “¿Acaso tu hermana no te va a
regañar?”
– “Salió de la ciudad.”
– “¿También?”
– “Sí... Debería de invitarlos
algún día a jugar en mi casa.”
– “¿Y si vamos ahora?”
– “No veo porqué no.”
Fin.
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