31 may 2014

Pequeñas Princesas: La caída del Reino Parte 10/11

"—No puedo creerme que una chica tan joven como ella haya hecho cosas tan horribles como quemar vivas a las personas.
—Nadie puede creerlo..."

Erika se encontraba parada en medio de su cocina, sujetaba en una de sus manos una lata de gasolina, y en la otra, una caja de cerillos con uno de ellos sujetado entre su dedo índice y su pulgar, dio un par de pasos y se acercó a una silla que se encontraba no muy lejos de donde se encontraba ella. Un par de gemidos se escucharon mientras ella caminaba hacia la silla, un par de golpes, como si madera estuviese golpeando una superficie se escucharon. Erika se paró detrás de ella silla, se inclinó hacia el respaldo de esta y abrió la boca.
—Pronto todo terminará —Susurró ella.
Regresó a su posición original, levantó la lata de gasolina y dejó caer un torrente de un líquido amarillento frente a ella. Una gran sonrisa apareció en su rostro mientras hacia ello, pero, en cuanto un montón de sirenas comenzaron a escucharse, ella alzó la lata de gasolina sobre su propio cuerpo y se bañó con el mismo líquido que con el que baño a la silla. Ella lo hizo mientras se reía, y cuando la última gota cayó sobre su cabeza ella se inclinó de nuevo a la silla, hizo algo con sus manos y al acercarlas de vuelta hacia ella estas sujetaban un trapo entre sus dedos.
—Todo está por terminar, pero no terminará tan fácilmente.
—¡Ayúdenme! —Gritó la voz de hombre.
La puerta a la casa se abrió de golpe, y con la puerta de la cocina estando justo frente a la de la entrada a la casa, lo primero que vieron los oficiales de policía que habían entrado, fueron a Erika sujetando un cerillo encendido, parada justo detrás de un hombre quien se encontraba amarrado a una silla.
—No hagas una estupidez, suelta ese cerillo y pon las manos en el suelo —Le ordenó uno de los policías al notar la lata de gasolina tirada en el suelo.
—No soy estúpida, aquí termina mi vida, no pienso dejar que un montón de cerdos de pacotilla como ustedes sean quienes me hagan perder la vida... ¡Si alguien me va a matar seré yo quien lo haga! —Erika soltó el cerillo encendido, la pequeña flama bailó por unos instantes, justo antes de golpear el cabello empapado del hombre y prenderle fuego. Él comenzó a gritar mientras el fuego se extendía por su cuerpo, las llamas alcanzaron el charco de gasolina en donde Erika se encontraba parada, y de igual forma como se esparcieron por el cuerpo del hombre lo hicieron en el suyo.
Ella se reía mientras era cocinada viva, al contrario del hombre, quien gritaba agonizante mientras lentamente moría quemado. Los dos policías quedaron atónitos ante la escena, estaban paralizados del horror, y no fue hasta que un tercer policía entró en la casa que volvieron a la normalidad. Aquél tercer policía corrió a la cocina en busca de algo para apagar el fuego, trató de usar el lavabo para sacar agua, pero no salía nada; buscó alguna manta para poder cubrir a ambos, pero tampoco encontró nada, y hasta que fue a la cochera fue cuando se encontró con un extintor. Corrió de vuelta a la cocina, y al llegar, se encontró con Erika quien había caído al suelo, su carcajada ya no se escuchaba pero los gritos del hombre aún continuaban. Él apuntó el extintor en contra del hombre, y de un momento a otro una nube blanca llenó la cocina entera, las llamas comenzaron a desaparecer lentamente, consumidas por aquella nube blanca.
El fuego creaba un resplandor naranja que salía de la casa por las ventanas abiertas de la cocina. Una columna de humo logró salir de la casa, y de inmediato, con esto, como si fuese un aviso, varios de los vecinos comenzaron a salir, y pronto, en cuestión de minutos, una gran cantidad de personas había rodeado la casa, mirando aquella pequeña columna de humo salir por las ventanas de la cocina. El fuego comenzó a desaparecer, y momentos después este había sido consumido completamente por la espuma del extintor. Un par de paramédicos entraron en la casa llevando consigo varios botiquines y un par de camillas con la esperanza de poder ayudar a las dos víctimas. Primero fueron con el hombre, quien gemía y gritaba de dolor, seguía con vida, pero al mirar a Erika, al revisarle el pulso, se dieron cuenta de que era ya muy tarde para hacer algo con ella. Su cuerpo yacía en el suelo, y mientras los demás sacaban al hombre de sus ataduras y lo llevaban a una de las camillas, el cuerpo de Erika comenzó a humear.
La camilla que llevaba al hombre salió casi de inmediato de la casa una vez que este estuvo encima de ella, desaparecieron en el interior de una ambulancia y esta pronto abandonó la escena. Los tres policías seguían parados en medio de la cocina, los dos primeros viendo como el fuego había logrado consumir una gran parte de la silla e incluso había fundido parte de la cinta adhesiva contra la silla, cinta que Erika había usado para evitar que el sujeto escapase o se resistiera. El tercer policía miraba el cuerpo de Erika, no podía creer lo que había visto.
—Rosa nos ha dado la última pieza del rompecabezas... —Dijo un hombre quien entraba en el interior de la casa.
—Es cierto, Rosa dijo que podría ser Erika, dijo que esta chica podría ser una de las culpables, y resultó ser así... ¡tenemos que avisarle al teniente cuanto antes! —Le gritó uno de los policías mientras salía corriendo.
—No puedo creerme que una chica tan joven como ella haya hecho cosas tan horribles como quemar vivas a las personas —Dijo otro de los oficiales.
—Nadie puede creerlo, pero, esta ciudad está corrompida, y al igual que el reto del mundo, está en decadencia. Tarde o temprano esto ocurriría —Le consoló el recién llegado policía.
Las tres chicas bajaron del auto, Vanessa fue la primera en hacerlo, y cuando sus pies en el suelo comenzó a correr hacia la casa, llena de emoción y de alegría.
—¡Vamos, no querrán perderse de la diversión! —Dijo Vanessa mientras entraba en la casa. Tanto Andrea como Irene no sabían que esperar, pero al escuchar el tono con el que Vanessa había hablado supieron que no se trataría de algo bueno. Ambas la siguieron, ni si quiera cerraron las puertas del auto por lo distraídas que se encontraban.
Lo primero que vieron al entrar en la casa fue un rastro de manchas que subían por las escalera y se dirigían hasta el segundo piso. Vanessa les habló a ambas, de inmediato siguieron su voz, que venía desde el segundo piso de la casa. Ambas subieron por las escaleras evitando pisar alguna de las diferentes manchas extrañas que cubrían el suelo. Cuando ambas llegaron al segundo piso lo primero que notaron fueron las escaleras al ático, éstas se encontraban abiertas al paso; Vanessa volvió a hablarles, su voz venía de allí arriba, del ático. Ambas continuaron caminando, pero en cuanto se encontraron con un gran charco en el suelo ambas se detuvieron.
—¿Qué es esto que cubre el suelo? —Le preguntó Irene a Vanessa.
—¡Sólo suban, tienen que ver esto mientras sigue despierto! —Le contestó Vanessa. Una vez más, el tono con el que había hablado, ese tono desesperado, nervioso, volvió a llenar de incertidumbre a Irene y a Andrea. Ambas, a pesar de ello, querían saber qué era lo que había puesto a Vanessa de aquella forma, y si bien al principio, cuando llegaron a la casa y bajaron del auto Irene sabía que se trataba de algo malo, ahora que había visto como se encontraba la casa, sus dudas se habían ido, y sabía con seguridad que, de hecho, sí se trataba de algo malo.
Ambas subieron, y mientras lo hacían, un fuerte olor a putrefacción comenzó a ser sentido por ambas chicas, fue un gran cambio entre un ambiente que olía a rosas y a lavanda a uno que tenía un olor tan fuerte, a un olor a muerte. Ambas se cubrieron la nariz y la boca, una tomando el cuello de su camisa, y la otra, cubriéndose con su antebrazo. Cuando la cabeza de Andrea logró ver el interior del ático, su rostro se llenó de horror al encontrarse con una escena grotesca: En medio de la habitación, había un hombre bañado en sangre, su ropa goteaba y en el suelo se había formado un gran charco. No muy lejos de él había una mesa de acero, y sobre ella había una sierra. Había un enorme refrigerador detrás del hombre, uno de esos refrigeradores que se usan en restaurantes o en carnicerías para guardar carne; la puerta del mismo se encontraba cubierta de sangre, con manos y sangre salpicada sobre este, pero no solo eso, si no que toda la habitación: los muros, el suelo e incluso el techo tenían sangre cubriéndolos, sangre que había sido salpicada, o más bien, parecía que había sido arrojada. La sangre había sido salpicada desde distintos puntos, desde la mesa, desde la silla, desde el suelo, había manchas y salpicaduras por doquier. Ese ático ya no parecía un ático, era algo indescriptible, ni si quiera un matadero de ganado se vería así, y mucho menos tendría aquél ambiente tan tétrico y horripilante, en donde el olor a muerto golpearía todos los sentidos con tan solo dar un par de pasos en su interior. Andrea se detuvo, dejó de subir, Irene no entendió qué pasaba, así que continuó subiendo, y entonces se topó con la misma imagen con la que Andrea se había topado. Irene pensó en irse, pensó en salir huyendo, pero vio al hombre, este tosió, y al hacerlo unas cuantas gotas de sangre salieron de su boca. Irene de inmediato, sabiendo lo mal que debería de encontrarse subió corriendo las escaleras, y cuando colocó su primer pie en el suelo del ático Vanessa hizo su aparición, quien durante los últimos minutos había desaparecido, deteniendo el avance de Irene.
—¿Acaso no es genial? Pasé toda la tarde preparándolo para ambas. Pronto les tocará el turno a ustedes de cobrarle por lo que le hizo a Diana, pronto será su turno de acabar con su vida —Vanessa comenzó a arrojar un par de bolsas negras, las tomaba del suelo para luego arrojarlas a una esquina del ático, esquina que se encontraba detrás de Irene y Andrea. Las bolsas al golpear el suelo hacían ruido, como si hubiese algún líquido o algo baboso y húmedo o espeso dentro de ellas; Irene miraba con horror gusanos de carroña que cubrían los costados de las bolsas, gusanos que eran lanzados por el aire al mismo tiempo que las bolsas. De pronto, cuando una de las bolsas golpeó el muro, esta estalló lanzando hacia todos lados tripas, carne, sangre y fluidos, además de los gusanos que salieron en todas direcciones. El muro quedó completamente cubierto con sangre y algunos trozos de carne y piel que se comenzaron a escurrir por la pared. La peste en la habitación se volvió completamente intolerable, pero a Vanessa no le molestaba en absoluto, o al menos eso se podía deducir al ver su rostro de satisfacción, un rostro que no mostraba ni un poco de disgusto a comparación del de Irene y Andrea, quienes se encontraban a punto de vomitar. Sin darse cuenta, uno de los gusanos junto con varias gotas de sangre cayeron sobre la mejilla de Andrea, Irene se dio la vuelta y miró en su dirección, y al verla, con mucho horror, con asco y con gran disgusto se encontró con aquél gusano moviéndose en la mejilla de Andrea, alzó su mano y señaló justo donde aquél gusano había caído. Andrea quedó paralizada al mirar de reojo aquél gusano moverse por su rostro, sus ojos se abrieron en pánico, se quitó la camisa quedándose únicamente con una pequeña blusa, se limpió el rostro con ella y salió corriendo de allí, gritando y arrojando la camisa al suelo en su huida.
—Bueno, al parecer serás solo tú quien tomará venganza. Vamos, hazlo, hazle pagar por lo que le hizo a Diana y a Andrea —Vanessa le entregó una pequeña sierra de mano, al principio Irene no sabía ni qué hacer con aquél extraño objeto, objeto que se encontraba cubierto con sangre seca, seguía demasiado impactada y horrorizada al ver la bolsa de órganos estallar en la pared, tan impactada que su mente había quedado en blanco.
—No, no lo haré... Vanessa, detente. No lo hagas. Por favor —Ella miró a Vanessa a los ojos, esperando poder hacerla entrar en razón.
—¿No hacer qué? ¿Cobrar venganza a una persona quien asesinó a nuestra amiga, horrorizó a otra y mató a sabe cuantas mujeres más? Le estoy haciendo un favor a la ciudad al hacer esto, y si no quieres apoyar mis ideales, vete, adelante, me da igual, ya me lo temía. Sabía que tú sabías, sabía que tú nos detendrías... fue lo mismo con ella, me intentó detener, ahora está muerta —Vanessa sacó de su bolsillo la cabeza de una muñeca, luego la dejó rodar en su mano y está cayó al suelo, justo frente a los pies de Irene. Vanessa le quitó la sierra y caminó hacia el hombre, él tosió, escupió algo de sangre, y mientras Vanessa se ponía detrás de este habló.
—Ayúdame —Dijo él. Su voz, era la misma del hombre quien las había perseguido a ella y a Andrea horas atrás, pero no era realmente la misma, esta era una voz cansada, adolorida, triste, deprimida, una voz que reflejaba el dolor insoportable por el que estaba pasando. Esa voz le trajo de vuelta imágenes de ese horrible momento en el que se les abalanzó, le trajo imágenes de su horrible rostro, pero, al mirarlo allí, sentado en esa silla, cubierto de sangre, empapado, frío, al borde de la muerte, ella no puedo contenerse, tenía que hacer algo para evitar que muriese.
Mirando por la ventana de su habitación, una pequeña mariposa azul voló frente a ella, por unos instantes deleitó a Sofía, quien la miró con detalle y con gran interés. Incluso a pesar de lo oscuro que ya estaba el exterior luego de que el sol se escondiese, las alas de la mariposa brillaban y reflejaban la luz, haciéndola incluso más atractiva. Pronto la mariposa desapareció de su vista y su atención regresó a lo que estaba haciendo. Se dio la vuelta y caminó a la puerta, un par de sirenas se escucharon acercarse.
—Vanessa tenía razón, este sería nuestro final... —Sofía se dio la vuelta, se acercó a una chica quien se encontraba amarrada en una silla en medio de la habitación —Pensabas suicidarte, ¿no es así?
—Sí —Contestó ella entre lágrimas —Mi familia no me quería, mis amigos, o aquellos a los que llamaba amigos no eran más que personas que me usaban, no me querían; abusaban de mí en la preparatoria, me atacaban, y había un par de profesores quienes todos los días me llevaban a los baños y... —De tan solo recordar las cosas que aquellas horribles personas le habían hecho ella había comenzado a llorar.
—Sabes, yo tenía una amiga así. Creía que todo el mundo la odiaba, creía que no tenía a nadie, ni amigos, ni familia a quien acudir... Lo único que no tenía era una idea de lo cual importante y especial que era. Un día ella explotó y combatió contra aquellas personas quienes la hacían sentir mal, se quitó la venda de los ojos y se dio cuenta de que en realidad sí había personas que la cuidaban y a las que les era importante. Tú te salvaste, lograste sobrevivir; te cortaste las venas, pero no fue suficiente, no lograste cumplir con tu cometido, y estás viva.
—Pero ahora estoy contigo, ¿no?, ¿acaso no me has traído hasta aquí para matarme? Tú lo has dicho, me he salvado, ¿acaso no me merezco una segunda oportunidad?
—Ese era el plan. No serías la primera... pero sí la última en venir. Durante casi un año he traído a personas como tú a esta misma habitación, les he hecho la misma pregunta, todas han contestado que así era, todas querían acabar con sus vidas, les hablé de esto que le ocurrió a mi amiga, y ninguna, ninguna de ellas había hablado sobre una segunda oportunidad, no como tú lo acabas de hacer... Es un poco irónico, ¿no lo crees? El día en que voy a morir encuentro a la primer persona me ha dicho que merece una segunda oportunidad de vivir, y así es, te la mereces. Este mundo, a pesar del sufrimiento, de la tristeza, del dolor, de las lágrimas, de las cosas tan malas que lo llenan, es el mundo en donde vivimos, no podemos cambiar ese hecho, morir no nos trae salvación, lo único que nos hará será repetir indefinidamente los mismos eventos una y otra vez...
—¿De qué estás hablando? —Antes de que Sofía contestase el cristal en la puerta principal que daba al interior de la casa fue destrozado, casi de inmediato las puertas fueron abiertas seguidas de un fuerte estruendo que llenó la casa, todo eso seguido por los gritos de varios policías que entraron a la casa.
—¡Sabemos que estás aquí, sal con las manos sobre la cabeza y nadie saldrá herido! —Gritó uno de los policías. El sonido de las sirenas había inundado la casa ahora que era posible que este entrase por la puerta.
—¡En el segundo piso, vengan! —Les gritó Sofía —Acerca de tu pregunta... no tengo idea. Esta mañana, luego de que Vanessa me hablase sentí que algo ocurría, mis recuerdos comenzaron a romperse, veía cosas que no recuerdo haber presenciado antes, me vi a mí, a Erika y a Sofía tendidas en un campo de flores... y, luego vi algo extraño. No sé que era, pero sentí una extraña sensación al verlo. Era un gran haz de luz, algo brillante, algo que cubrió completamente el mundo... —Mientras Sofía hablaba, ella había caminado a un armario, había sacado un arma, una pistola, y había vuelto a caminar de vuelta hacia la chica, se paró detrás de ella, miró si el cargador del arma tenía munición, todo eso mientras seguía hablando —... Cuando abrí los ojos ya no me encontraba donde mismo, veía personas que nunca había visto antes, varias chicas, hacían lo mismo que nosotras, había una que arrojaba a sus víctimas en un hoyo y luego las enterraba vivas arrojándoles piedras, tierra, e incluso concreto encima; había otra quien las torturaba hasta que morían, una tortura que ni si quiera Vanessa hubiese imaginado hacer... No las recuerdo haber visto nunca, pero, la forma en que lo hacían, y la forma en que reaccionaba a ellas, me indicaba que las conocía. Y entonces me di cuenta. Esa habría sido nuestra vida de no haber tomado algunas decisiones, aquellas chicas habrían terminado igual que nosotras de haber sido diferente; y si hubiésemos tomado otras distintas decisiones, entonces habríamos llegado a tener ese momento en ese campo de flores. ¿Acaso las decisiones que tomamos fueron las correctas?; ¿acaso esas imágenes, esos recuerdos, son como un castigo, una forma de mostrarme las cosas que pudieron haber ocurrido si hubiese actuado de distintas formas? No tengo la menor idea, pero, si es así, si tomando distintas decisiones hubiese llegado a tener esa escena con mis dos amigas, esa escena en donde yo me encontraba tendida en un campo de flores rodeada de aquellas dos personas que lo son todo para mí; entonces, sí, me gustaría haber tomado distintas decisiones para haber llegado a ese punto... o al menos, me gustaría haber tenido un final distinto... un final que fuese completamente distinto a este.
Sofía tomó el arma, quitó el seguro, y mientras la chica sudaba y comenzaba a gritar horrorizada creyendo que Sofía le dispararía, ella se colocó la pistola en su boca, y como esperando a algo, colocó su dedo índice en el gatillo, esperó unos cuantos segundos, y entonces jaló. Un disparo hizo un estruendo por toda la casa, el arma cayó al suelo, seguido del cuerpo sin vida de Sofía que cayó justo a un lado del arma. El techo sobre donde el cuerpo de Sofía se había encontrado parado unos instantes atrás había quedado salpicado de sangre, sangre que había comenzado a gotear al suelo. Un policía se encontraba frente a la puerta, había presenciado el suicidio de Sofía, como ella se había volado la cabeza para luego desplomarse en el suelo. Se había quedado paralizado, pero al mirar a la chica gritar horrorizada mientras esta se sacudía intentando escapar de las ataduras que la sujetaban contra la silla, él regresó a la normalidad, corrió hacia ella, la desató, y como forma de agradecimiento ella se le arrojó encima, abrazándolo. Sangre goteaba del techo, gota tras gota caía en el charco que se había formado debajo del cuerpo de Sofía; él, mientras abrazaba a la chica, veía con horror el cuerpo de Sofía que yacía tendido en el suelo y como las gotas de sangre caían sobre este. La chica sollozaba, él trató de quitársela de encima para poder ir a investigar el cuerpo, pero ella simplemente lo abrazó con más fuerza, evitando que se moviese.
Irene miró a Vanessa quien se acercó al hombre, sujetaba en la mano la sierra que momentos antes le había quitado, quería ir a salvarlo, pero, tenía miedo, en el estado en el que Vanessa se encontraba tratar de hacer algo así la llevaría a su propia muerte, pero tampoco lo quería dejar así.
—¡Detente! —Gritó Irene. Pensaba que sus palabras no harían nada, pensaba que sus palabras serían completamente inútiles, pero no fue así, Vanessa se detuvo, se dio la vuelta y miró a Irene.
—¿En serio le perdonarías la vida luego de lo que ha hecho? —Preguntó Vanessa. Ella acariciaba la sierra en sus manos, como si fuese un objeto muy preciado para ella.
—Sí. Puede haber hecho horribles cosas, pero, ¿quiénes somos nosotros para elegir quien vive y quien muere? Somos simples seres humanos, nuestras vidas deberían de ser como las de un ser humano y no como las de un dios, alguien que juzga y decide qué está bien o mal. Sus actos ante nuestros ojos, ante la sociedad están mal, es un monstruo y merece ser castigado, pero los seres humanos no deben de hacerlo por su cuenta, por eso vivimos en una sociedad, para poder juzgar en grupo y no como individuales.
—Te pregunto, de mí, ¿qué opinas de mí luego de lo que has visto hasta ahora?
—¿Qué?
—¡Contéstame! —Le gritó Vanessa con enojo, Irene simplemente la miró asustada.
—Creo que, has cometido actos horribles, imperdonables por la sociedad, pero yo, como ser humano, te los perdono, debiste de tener un gran motivo para hacerlo, y estoy en favor de que hayas seguido ese sueño desde un principio.
—Entonces... ¿Me perdonas?
—Claro, eres mi amiga, y has hecho lo posible proteger a los demás.
—No... no lo sabes todo... hay algo más —Vanessa agachó la cabeza y caminó al refrigerador. Irene no tenía ni la menor idea de qué ocurría, y entonces, algo que la horrorizó ocurrió. La puerta del refrigerador se abrió, y con curiosidad Irene caminó hacia ella mientras Vanessa esperaba a un lado de ella. El refrigerador era enorme, incluso había un foco iluminando el interior de lo tan grande que era. Irene no tuvo que dar muchos pasos para percatarse de que algo había adentro, algo horrible: Había un cuerpo colgando de un gancho que había en el techo.
—¿Qué... qué es eso? —Preguntó Irene al ver la silueta de aquella persona colgando.
—Es mi creación, mi ser perfecto —Mientras ambas hablaban, las sirenas de la calle no lograban llegar hasta allí arriba, sirenas que inundaban completamente el exterior de la casa, y de la misma forma, tampoco lograron escuchar cuando los policías habían entrado en la casa.
—Estás... estás demente. ¡Mereces morir!

Vanessa, confundida, con la mirada perdida, impactada por las palabras de Irene dio un par de pasos hacia atrás, acercándose hacia el hombre.
—¡Esto no debía de terminar así! Debía de estar en ese campo de flores junto con Erika y Sofía, disfrutando de nuestros últimos momentos juntas... ¡Debería de haber estado allí en lugar de aquí, a punto de quitarle la vida a una de mis amigas!...

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