31 may 2014

Pequeñas Princesas: La caída del Reino Parte 7/11


"—¡Ya ábrelo, quiero ver lo que tu admirador secreto te ha enviado esta vez!... "


De camino a casa, Vanessa observó a un lado del camino una enorme colina cubierta de unas hermosas flores de pétalos blancos. Paró la camioneta a un lado del camino, sobre un pequeño camino de tierra, y caminando se dirigió a la cima de la colina, como si alguien o algo la estuviese llamando. Mientras caminaba por el océano de flores las brisas de viento lanzaban al aire cientos de pétalos blancos, que eran llevados por el viento y desaparecían al salir de la vista de Vanessa. Sus manos rosaban las pequeñas y delicadas flores mientras caminaba, su cabello se movía al ritmo del viento, y mientras todo esto ocurría, una gran sensación de alivio y calma la llenaba. No tardó mucho en llegar a la cima de la colina, y cuando estuvo parada allí, viendo sobre todo el campo de flores, ella extendió sus brazos y dejó que el mar de pétalos la bañase. Por unos minutos Vanessa estuvo en esa posición, disfrutando de la refrescante y calmante brisa que aquél lugar le hacía sentir. Ella se tiró al suelo, se sentó, y miró hacia el cielo azul. Había algo de aquél lugar, algo extraño, algo que, sin razón alguna hacía sentir a Vanessa mucha calma, no tenía ni la menor idea de porqué era así, pero tampoco lo cuestionó, fuese lo que fuese que la hacía sentir así, estaba muy agradecida de ello.
Ella se tiró de espaldas contra el suelo, estiró sus brazos y sus piernas y miró al cielo. Unas cuantas nubes cruzaron por su área de visión mientras eran llevadas por el viento. Extrañamente y de la nada, una lágrima brotó de su ojo y corrió por su rostro. Ella se levantó y se sentó, se secó la lágrima y miró confundida a su alrededor.
—¿Qué... por qué estoy llorando? —Se dijo ella a si misma mientras un par de lágrimas mas corrían por sus mejillas. Mientras se secaba las pequeñas gotas ella se reía nerviosamente, estaba pasando por emociones que no había sentido en mucho tiempo, y el hecho de que no hubiese una razón aparente para ello la confundía mucho —Rayos, se me hará tarde —Dijo Vanessa mientras miraba su reloj en su muñeca. Se levantó dando un salto y luego corrió colina abajo, sintiendo entre sus dedos de sus manos el tacto de los pétalos de las flores blancas por las que corría. Llegó hasta la camioneta, miró un par de enormes bolsas de basura negras y luego subió a esta, la encendió y aceleró, alejándose en un par de segundos de aquél lugar.
Andrea acercó un cuchillo a la mesa y se lo entregó a Diana quien estaba emocionada. Irene la miraba desde su lado y Vanessa desde el extremo contrario de la mesa.
—¡Ya ábrelo, quiero ver lo que tu admirador secreto te ha enviado esta vez! —Le dijo Irene con emoción.
—¡Ya voy, no me apresures! —Le contestó Diana quien sujetó el cuchillo con ambas manos cortó la cinta que evitaba que la pequeña caja se pudiese abrir. Colocó el cuchillo a su lado, metió las manos en el interior de la caja, y como si se tratase de algo muy frágil sus manos lentamente salieron cargando una pequeña caja de chocolates.
—A mí me parece que tu admirador te quiere poner gorda —Le dijo Irene burlándose.
—Tal vez, pero al menos tengo un admirador —Le contestó Diana. Andrea se rió al igual que Vanessa —Tengan, tomen uno de los chocolates —Diana abrió la caja y le repartió a cada una uno de los pequeños chocolates que había dentro de la caja.
Todas daban pequeñas mordidas al minúsculo chocolate, esperando a que este no llegase a terminarse, y cuando Vanessa estuvo por dar otro mordisco al suyo la televisión que estaba encendida no muy lejos de ellas mostró un reporte de último momento, un reporte relacionado con los rumores acerca de un asesino en serie en la ciudad. Vanessa fue la única en prestar atención, pero en cuanto las otras se dieron cuenta de lo interesada que ella se encontraba decidieron prestarle atención.
—“De acuerdo a la información que se nos proporcionó, el asesino tiene una idea de que es la justicia, ya que, bueno, él mismo la reparte. Asesina a abusadores, drogadictos, acosadores, violadores, estafadores... asesina a quien quiera que rompa las reglas. No se tiene a ciencia cierta esto, pero, puede ser posible que el asesino sepa incluso que él se encuentra rompiendo las reglas al estar haciendo esto. Es ambicioso, puede que esté haciendo todo eso para poder vengar algún evento de su pasado; compensar el hecho de que nadie hizo nada para evitar que algo ocurriese. Él debió de haber sufrido algo muy estresante e impactante en el último año, siendo así eventos como la pérdida de un ser querido o amigos, personas cercanas que murieron, ya fuese por accidente u homicidio. No se tiene una edad del asesino, por lo que puede rondar de entre los veinte a cincuenta años, tanto hombre como mujer. Todas sus víctimas han sido cortadas en pedazos y arrojadas al río...”
—Cielos, sabía que esta ciudad estaba pudriéndose, pero, ¿un asesino que desmiembra a sus víctimas? Eso es de completos psicópatas —Dijo Diana mientras se paraba a un lado de Vanessa.
—Lo sé. Apágala, que nos quitará el apetito —Le dijo Irene mientras se daba la vuelta y regresaba a la mesa. Andrea, aún parada del otro lado de las tres, tomó el control remoto y apagó la televisión. Vanessa miró por unos segundos el televisor apagado, se encontraba procesando lo que acababa de ver.
—¿Vanessa?, ¿Te encuentras bien? —Le preguntó Diana.
—¿Eh?, ¡Oh, es cierto, los chocolates! —Vanessa se dio la vuelta, las miró con una sonrisa y caminó a la mesa. Irene sabía que algo pasaba, pero no tenía ni la menor idea de que era.
Rosa estaba en el sofá viendo el resto del mismo reportaje que Vanessa y sus amigas habían comenzado a ver, ella estaba muy interesada, y no es que le fascinaran los asesinos, si no por el hecho de que, un año atrás, Vanessa y sus dos amigas, Erika y Sofía, habían vivido eventos traumáticos, cosa que, si bien no quería pensar que podría ser realidad, debía de considerar como un hecho.
—Vanessa... por favor, no seas tú, por favor —Se murmuró repetidas veces Rosa mientras el reportaje continuaba siendo emitido.
Una par de días pasaron desde que el reportaje fue emitido, y justo cuando las cosas comenzaban a calmarse, durante la mañana, alguien tocó en la puerta de la casa de Vanessa. Al principio ella creía que se trataba de una de sus amigas o algún vecino, pero al momento de abrir la puerta, cuando sus ojos aún adormilados se toparon con aquellos dos hombres, de inmediato sintió un escalofrío que le recorrió todo el cuerpo, se puso nerviosa y poco a poco la desesperación y el miedo comenzaron a intensificarse en su cuerpo. Aquellos dos hombres parados frente a su puerta, era un hombre robusto con una barba, y a su lado, un hombre con una gabardina y un sombrero. Aquellos dos eran los mismos que habían estado en la tienda departamental en la que ella trabajaba el día en que el jefe de la tienda fue asesinado. Ambos, al encontrarse con Vanessa sonrieron.
—Buenos días señorita —Dijo el hombre de la gabardina —Supongo que nos recuerdas, ¿no es así? —Continuó. Vanessa estaba nerviosa, pero sabiendo que ellos notarían algo extraño en ella si no hablaba, de inmediato sonrió y respondió.
—Eh, sí, creo. Usted es el detective, o al menos eso aparenta, quien estuvo en la tienda donde trabajaba. Usted... usted estuvo allí también.
—¿No me recuerdas del todo verdad? —Preguntó el hombre de la barba.
—Su cara me suena, pero la confundo con el usted que vi en la tienda —Respondió Vanessa con un gesto confundido.
—Bueno, como no quiero hacerte pensar de más, soy quien tomó el caso de una de tus amigas, el del doble homicidio. Si bien recuerdo, había muerto... —El hombre robusto comenzó a hablar y fue Vanessa quien terminó su oración
—...Su madre y la mierda esa a la que todos llamaban “su hermano”. Sí, ya lo recuerdo —Habló Vanessa mientras cruzaba sus brazos.
—Vaya, ya me recuerdas.
—Claro. Eso que le ocurrió a Erika fue horrible. Pero lo superó gracias a nosotras... Antes de continuar hablando de mi vida privada y la de mis amigas, ¿qué es lo que los trae aquí? —El tono con el que Vanessa había hablado era uno impaciente, no era el verdadero sentimiento que tenía en ese momento.
—Oh, cierto. Vinimos a hacerte varias preguntas, es relacionado con una serie de homicidios, en los que tu has tenido una relación con la víctima.
—Bien. Díganme sus preguntas. Tengo cosas que hacer así que mientras más pronto terminemos esto mucho mejor para mí —Le finalizó Vanessa. Parecía estar apurada, pero lo que realmente era que ellos se fueran, quería esconder las tijeras que había dejado en el pasillo a su habitación, guardar los cuchillos en donde nadie los pudiese ver, y principalmente, mover la cortina de baño ensangrentada que yacía justo debajo de las escaleras al ático.
—¿Cuál fue la relación con su vecino, la estudiante Isabel y el jefe de la tienda departamental en donde trabajaba?
—Bueno, los tres me caían mal. Ese cabrón golpeaba a su hija todo el tiempo. Todos los vecinos lo veían hacerlo, pero nadie se atrevía a hacer algo, excepto por mí y otra chica quienes siempre tratábamos de defender a la niña. Isabel... era una zorra. Golpeaba y abusaba de una de mis amigas, Andrea, y no solo a ella, si no que también a otros estudiantes en la universidad. Y el jefe, no tuve ninguna relación con él, bueno, exceptuando... exceptuando lo de ese día —Al principio, mientras Vanessa hablaba tenía una expresión de enojo, pero al llegar al final, tenía una expresión consternada y ya no hablaba con la misma fuerza que antes, si no que lo hacía con miedo.
—Lamento que te hayamos traído recuerdos —Le dijo el hombre de la gabardina.
—No, no es nada...
—Siguiente. ¿Sabes de alguien que quisiese hacerles daño a uno de ellos?
—Esa pregunta hasta ustedes la responden: Todos querían hacerles daño, todos los odiaban. Él no tenía amigos, era un alcohólico, todo el tiempo fastidiaba a los vecinos, y sumando eso al hecho de que nadie aceptaba los abusos en contra de su hija lo habían vuelto la persona más odiada en el área. Isabel, pues, bueno, ya hablé de ella, todos la odiaban exceptuando sus dos amigas quienes, al igual que ella, eran odiadas por todos. No solamente estudiantes mostraban su desprecio hacia ellas, si no que también algunos profesores. Al final tenemos al violador, a pesar de que muchos lo odiaban, también le temían. El simple hecho de que alguien trate de tomarte a la fuerza es... es algo horrible. Sé que está muerto, pero aún siento como si en cualquier momento el se pudiese aparecer y me fuese a violar y a matar tras lo que pasó ese día... —Vanessa se sacudió, sintió escalofríos de tan solo recordar a aquél hombre.
—Eres la última persona con la que hablamos, y, bueno, toda la información que sacamos no nos es de utilidad. Hay muchos candidatos a ser los culpables —Le finalizó el hombre de la gabardina.
—¿Acaso soy sospechosa? —Preguntó Vanessa con miedo.
—Sí. Todos los entrevistados son sospechosos de los asesinatos. Trece personas quienes estuvieron cerca de las tres víctimas o tuvieron algún contacto con ellas en el último mes, y, bueno, esos serían los principales, no podemos olvidar a todos los testigos y los que recibieron ataques o abusos de los tres —Le respondió el sujeto de la gabardina.
—Cielos, es tarde, ¿es todo? —Vanessa miró el reloj en su muñeca y al darse cuenta de la hora de inmediato corrió a ambos hombres.
—Sí, ya dejamos de quitarte tu tiempo. Gracias —Ambos se dieron la vuelta y dieron unos pasos, la puerta al interior de la casa de Vanessa se cerró casi de inmediato.
—¿Crees que sea ella? —Le preguntó el hombre de la barba al de la gabardina mientras se rascaba la barbilla.
—No lo creo. A pesar de tener una razón, no los despreció como esperábamos que lo hiciese. Los asesinos desprecian mucho a sus víctimas, a aquellos quienes cometen crímenes. Ella, ella mantuvo la calma mientras hablaba de ellos, excepto, bueno, con lo del violador, pero no la culpo, que un hombre así intente violarte debe de ser algo abrumador.
—Entonces, Vanessa no es la culpable. Eso nos deja con otros posibles culpables.
—Sí, al menos no es esta chica. Sería una gran lástima que así fuese, la pobre aún tiene mucho que vivir —Él se quitó el sombrero y lo colocó entre su axila mientras abría la puerta del auto.
—Sí. Bueno, vayámonos, aún nos falta recorrer mucho para llegar con el siguiente sospechoso... será un largo día...
—Y que lo digas.
Ambos entraron al pequeño auto de color negro que se encontraba estacionado justo frente a la casa de Vanessa. Ella miraba por la ventana, justo en donde dos cortinas se unían, mirando cautelosamente a los dos sujetos mientras se alejaban de su auto. Cuando el vehículo desapareció de la vista de Vanessa ella de inmediato se dio la vuelta y corrió a recoger las diferentes cosas que había dejado regadas por la casa la noche anterior. Levantó las tijeras, tomó el cuchillo y metió en una bolsa de basura la cortina de baño que yacía en el pasillo del segundo piso. Cuando tuvo todo guardado en el ático, ella sintió un gran alivio y fue a descansar unos minutos en la sala.
—Maldita sea. Se están moviendo rápido los muy cabrones... Erika, Sofía, no nos queda mucho tiempo —Se dijo Vanessa a si misma mientras veía a la pequeña muñeca sentada a un lado de la televisión.
Durante la tarde del mismo día, mientras las cuatro se encontraban reunidas en uno de los jardines de la universidad, abriendo uno de los nuevos obsequios que se le fue regalado a Diana.
—Oye, se está pasando. A ti te regala un obsequio diariamente y a nosotras nada. Cuando llegues a conocer en persona a tu enamorado dile que nos debe muchas cajas de chocolates —Le dijo Irene mientras observaba con emoción como Diana cortaba el pequeño listón que mantenía cerrada una pequeña bolsa color rosa. Sus manos se deslizaron en el interior de la bolsa y sacaron con cuidado un pequeño ángel de cristal. Las cuatro miraron fascinadas por aquél detalle que le habían obsequiado a Diana.
—E-es her-mo-moso —Dijo Andrea mientras su mirada continuaba puesta en la pequeña figura que ahora se encontraba posando en el suelo, justo encima de la bolsa en donde venía.
—Cuando lo conozcas, también dile que nos debe un ángel así a todas —Añadió Irene. Diana la miró con enojo y luego sonrió.
—Pero será mi enamorado, no el tuyo.
—¿Acaso no nos lo quieres prestar?
—¡No!
Las tres se rieron menos Diana quien estaba más ocupada viendo la pequeña figura de cristal. El celular de Vanessa comenzó a sonar, ella de inmediato se levantó del suelo cubierto de paso, se sacudió las hojas secas que se le habían pegado a la ropa y contestó la llamada mientras caminaba alejándose de las tres chicas.
—¿Hola? —Preguntó Vanessa al contestar la llamada.
—Vanessa. Uh, Hola —Respondió una mujer al otro lado de la línea.
—¿Rosa?, ¿por qué ese tono? —Vanessa notó algo en la voz de aquella mujer, mujer quien reconoció de inmediato como Rosa, parecía indecisa, con miedo.
—No es nada... bueno, sí. Tengo unos problemas de los que me gustaría me dieses tu opinión acerca de ellos —Respondió Rosa con el mismo tono de antes.
—Al parecer son problemas serios. ¿Cómo puedo ayudarte?
—Te mandaré la dirección de mi consultorio. Cuando puedas vienes a verme, es urgente, por favor.
—Puedo mañana, no tendré las últimas clases así que salgo temprano, si quieres voy.
—Sí, por favor. Gracias.
—No he hecho nada.
—Por haber contestado.
—Oh, sí, igual, no hice mucho.
—Por favor, vienes, es urgente.
—Sí, mañana estaré allí lo más pronto posible —Rosa colgó la llamada, Vanessa guardó su celular y miró de vuelta a las tres chicas, quienes continuaban mirando el pequeño ángel de cristal.
Mientras Vanessa regresaba a su vida normal, Rosa tomaba una pequeña libreta, y con su mano temblorosa comenzaba a escribir algo. Para cuando dejó de escribir en aquella pequeña libreta, pequeñas gotas de sudor corrían por su rostro, tenía una expresión blanca, de miedo, de terror. Se paró del sofá en donde se encontraba sentada, caminó hacia el mueble que tiene a un lado de la puerta y colocó la pequeña libreta allí, justo a un lado de donde tenía una lámpara.
—No quiero pensar que eres tú, no quiero, pero, todo apunta a que es cierto, eres tú, tú eres una de las asesinas. Si llego a morir mañana, no quiero que sigas haciendo esto, quiero que te detengan, y estoy segura que esa nota servirá, les mostrará a los policías quien es la persona quien ha estado cometiendo esos horribles asesinatos en la ciudad —Rosa se sujetó el cabello, desesperada, bajó su cabeza y se tiró al suelo, pero en cuanto sus ojos se toparon con el suéter azul que llevaba puesto de inmediato se lo quitó de encima, arrojándolo al suelo —No puedo vestir las prendas de una asesina... Espera, no. No quiero pensar que eres tú. Quiero pensar que sigues siendo la misma chica dulce y asustada que conocí hace un año, y no una asesina serial... —Rosa gritó de desesperación, no sabía que creer, no sabía que pensar, no sabía que hacer. Solo podía esperar a que, durante el día siguiente, cuando tuviese a Vanessa frente a frente, no terminase siendo asesinada por ella.
El resto de su día fue agobiante, se la pasó caminando de un lado a otro, pensando en como se dirigiría a Vanessa, pensando en como la confrontaría y que es lo que haría en el caso de que su pesadilla se hiciese realidad. Pero no terminó allí, apenas logró cerrar los ojos durante la noche, y su mañana siguió igual. Llegó a su consultorio y lo primero que hizo fue beber un par de tazas de café, le avisó a su secretaria que no tendría citas pasadas las seis de la tarde y que ella podía irse temprano. Parecía más calmada, pero se encontraba totalmente desesperada, quería que llegase la hora, y a la vez quería que nunca llegase. Quería saber la verdad, quería saber si la dulce chica quien una vez conoció seguía siendo la misma o se había transformado en un monstruo. Quería que todo siguiese de la misma forma, pero sabía que había algo ocurriéndole a Vanessa, algo que, muy probablemente, sería eso a lo que tanto ella temía.
Las horas pasaron, paciente tras paciente llegó, habló, tomó parte de su tiempo, y luego se fue. Cada uno de ellos le recordaba a la Vanessa que había conocido tiempo atrás, a la Vanessa quien había llegado hablando de sus problemas con su padre, y había terminado hablando de los problemas que se habían dado entre uno de sus hermanos y su madre. Recordó los momentos en los que ella estuvo presente y logró ver como las emociones y los sentimientos de toda la familia se liberaban con ella, frente a ella, como es que los cinco daban su mejor esfuerzo para poder resolver sus problemas, y como siempre, todo el tiempo, Vanessa terminaba siendo aquella persona quien empujaba los engranes del destino y comenzaba a mover las vidas de las personas a su alrededor. La dulce Vanessa, la dulce Vanessa quien lloró abrazando a su padre, quien lloró abrazando a su hermano... la dulce chica quien lloraba abrazando a prácticamente todo el mundo... una imagen que, con los descubrimientos recientes, había quedado totalmente manchada. Ya no era la dulce Vanessa, no, era solo una Vanessa, una Vanessa cubierta de sangre, una Vanessa a quien las emociones de los demás no le afectaban más, quien había dejado de llorar al dar abrazos. Una Vanessa salida de una película de terror, que con tan solo mirarla podrías imaginarte a cientos de monstruos distintos de muchas películas de horror. Ella pensaba en como los pacientes que veía, podrían terminar como Vanessa, como es que podrían volverse unos asesinos, y como terminarían traicionándola. Ni si quiera sabía si era cierto, no sabía si Vanessa era o no la asesina, no lo sabía, pero ya lo sentía, muy dentro de su corazón, ella lo sabía. Aquella ya no era la Vanessa que conocía, era un monstruo, un monstruo que, al ser enfrentado, lo más probable sería que atacase a su victimario, a Rosa.
Había perdido el completo interés en sus pacientes. Entraban y salían, pero ignoraba por completo sus problemas, ignoraba por completo por lo que pasaban. Ella solo estaba interesada en descubrir la verdad acerca de Vanessa, quería descubrirla tan pronto como le fuese posible, quería acabar con ese sufrimiento, un sufrimiento que ella misma se había impuesto. Las horas se hicieron eternas, ya no aguantaba más, quería que llegase la hora, quería descubrir de una vez por todas toda la verdad.
Si para el día anterior, si tan solo no hubiese visto ese mechón de cabello en la habitación de Vanessa un par de semanas atrás, si tan solo no hubiese subido al segundo piso de la casa y se hubiese ido, para la tarde del día anterior, Rosa habría estado completamente a salvo. Su mente habría estado a salvo de los pensamientos acerca de Vanessa por los que pasaba en ese momento. Habría ignorado el reportaje de la semana pasada, habría ignorado el reportaje y habría seguido con su vida normal. Pero no fue así, no todo puede ser tan sencillo. Rosa decidió ir al baño estando en la casa de Vanessa un par de semanas atrás, sin saberlo, esa pequeña decisión la llevó al punto en donde se encontraba en ese momento. Sin saber donde se encontraba el baño, Rosa entró en la primer habitación que vio. Su primer error. Al estar dentro creyó que no pasaría nada si exploraba un poco. Su segundo error. Mientras exploraba se encontró con una caja de madera, curiosa por saber que había dentro, la abrió. Su tercer y último error, siendo este el error más grave que pudo haber cometido. Todo habría estado bien si tan solo ella hubiese entrado en la habitación. Nada habría pasado. Todo habría seguido estando bien si ella hubiese explorado a fondo la habitación. Nada habría pasado. Pero el haber abierto esa caja y haber visto el interior, el contenido de la misma, fue el error más grande que pudo haber cometido, y luego de hacer ello, las cosas dejaron de haber estado bien. Dos de tres errores hubiesen estado bien, pero cometer el tercer y el error más grave no lo era. Desde que vio aquél mechón de cabello en el interior de la caja de madera, su mente no dejó de preguntarse si realmente era de ella. En una semana esa idea desapareció, pero tras el reportaje, tras haber escuchado como el asesino desmembraba a sus víctimas y les cortaba partes de sus cuerpos; cabello, uñas, vello, cejas, pestañas... los recuerdos sobre el mechón de cabello dentro de una caja de madera dentro de la habitación de Vanessa regresaron. “¿Sería ese su cabello?”; “Si no lo es, ¿de quién será?, ¿una de sus víctimas?”... Un error cometido un par de semanas atrás llevo a Rosa al borde del colapso. Desesperada, asustada, horrorizada por sus propios pensamientos.
Terminó por echar al último paciente, no quería ver a nadie, tampoco es que les hiciese caso, pero ella quería estar preparada para cuando Vanessa llegase. Le ordenó a su secretaria que se fuese, por unos instantes esta mostró gran preocupación por Rosa luego de verla tan agitada, tan violenta, pero no importando que tan preocupada estuviese, no tenía idea de como podría ayudarla, por lo que hizo lo que ella le ordenó, tomó sus cosas y dio por terminado su turno. Rosa aprovechó que se encontraba sola para prepararse. Se paró frente al espejo en el baño y comenzó a arreglarse, se limpió el maquillaje que se le había corrido por el sudor, se acomodó el cabello que se había jalado ya varias veces; limó las uñas de las manos que habían sido destrozadas luego de que fueron mordidas incontables veces por sus dientes de lo nerviosa que se encontraba.

 Ni ella siendo terapeuta sabía como lidiar con su situación. Todo era confuso para ella, sus emociones y sentimientos explotaban uno tras otro. Miedo, ira, temor, frustración, desesperación, enojo, confusión... un cóctel emocional que terminaría por derrumbar a cualquiera en poco tiempo. 

Unos minutos, unos cuantos minutos más para que Vanessa se apareciese, unos cuantos minutos más para que la verdad fuese revelada y de una vez por todas se descubriese si Vanessa era o no la asesina, la asesina que Rosa temía tanto que fuese. En medio de su consultorio tenía una caja con los diferentes regalos que Vanessa le había dado durante el periodo en que ella era su paciente y ella su terapeuta. Tiempos felices, en donde las cosas iban bien para ambas. Tenía la caja allí en la espera de que esos recuerdos del pasado mostrasen más rápidamente la verdad sobre Vanessa. Si ella recordaba, si ella sentía algo al verlos, era porque ella no era una asesina, y en cambio, si no sentía nada al ver esas cosas, si las ignoraba por completo, entonces, su pesadilla sería cierta, ella se había vuelto la asesina. Su mente estaba hecho un caos, incluso había hecho sus propias pruebas para averiguar si era o no la Vanessa que recordaba... una noche atrás pensaba en como le preguntaría las cosas, esa tarde pensaba en como la atraparía y descubriría su verdad.
La puerta sonó, una serie de golpes vinieron desde ella. Los ojos de Rosa se abrieron en horror y ella de inmediato miró hacia la puerta desde el marco de la puerta a su consultorio que se encontraba abierta. Caminó por el largo pasillo, iba a paso veloz, quería abrir, y al mismo tiempo quería detenerse. La expresión que tenía en su rostro era irreconocible, parecía la de alguien quien se encontraba bajo mucho estrés, al borde del suicidio, confundido, desesperado, con miedo... cientos de emociones aparecían en esa cara, pero ningún rostro conocido por el ser humano era el que Rosa tenía en esos momentos. Era un rostro nuevo, un rostro que mostraba el dolor, la tristeza, el cansancio, la desesperación, el miedo, el horror... un rostro que representaba un cóctel de caos emocional.
Rosa llegó hasta la puerta, quitó el seguro, giró la perilla, y abrió lentamente la puerta dando un salto hacia atrás. Un par de segundos y la puerta estuvo completamente abierta. Los ojos de Rosa se abrieron aún más al ver a aquella chica parada frente al marco de la puerta. Ella sonrió, y al ver a Rosa se asustó.
—Oh por dios, Rosa, ¿qué te ha pasado? —Preguntó Vanessa mientras dejaba caer al suelo su mochila y corría a auxiliar a Rosa. Ella estaba pálida, y al momento en que Vanessa la tocó ella le quitó el brazo de encima y corrió al interior del consultorio. Vanessa cerró la puerta detrás de ella y siguió la dirección por la cual Rosa había ido. Al llegar al consultorio, se encontró con Rosa, quien estaba parada en medio de la habitación.
—Dime la verdad... ¿Acaso eres tú, eres tú la asesina? Dime que lo eres, dime que así es, dime que tú eres la asesina de la que hablaron hace una semana en ese reportaje. Dime que eres la asesina de la que he estado temiendo, por la cual e estado mordiéndome las uñas, arrancándome el cabello, llorando, sufriendo... dime que tú eres la asesina —Dijo Rosa con una voz seca y cansada, sin emoción, una voz fría.
—Rosa... —Vanessa no entendía el porqué del estado actual de Rosa.
—¡Dímelo! —Gritó Rosa con enojo esperando una respuesta de parte de Vanessa.
—Rosa, cálmate —Le dijo Vanessa mientras comenzaba a acercarse lentamente hacia ella.
—¡Contéstame! —Repitió Rosa con ira. Rosa dio un par de pasos, alejándose de Vanessa, topó con su mesita de noche, se agachó a tomar uno de los libros y se lo arrojó.
La luz el sol entraba por la enorme ventana del consultorio de Rosa, pero no tardaría mucho en que el sol se metiese, pronto la oscuridad llegaría. El cielo detrás de Rosa comenzó a tornarse rosado conforme el tiempo pasaba. No recibía respuesta por parte de Vanessa, quería saber la verdad, pero ella simplemente intentaba calmarla, intentaba acercarse a ella para poder tranquilizarla un poco.
—Vine a ayudar, déjame ayudarte —Le dijo Vanessa. Una vez más, Rosa tomó un libro y se lo arrojó, fallando —¡Por favor!
—La única forma en que puedes ayudarme es diciéndome la verdad... ¡¿Eres o no el asesino?!
—¿¡Quieres saber la respuesta!? ¡No lo soy, no soy el asesino del que tanto hablas! —Rosa quedó atónita, esperaba que Vanessa contestase con un “sí”. Tras haber pensado en el hecho de que ella podría ser la asesina, la idea de que esto fuese cierto fue la más plausible y la más esperada por ella, siendo una respuesta negativa la respuesta que ella no deseaba obtener. Había terminado por querer que su pesadilla fuese la realidad, pero las palabras que Vanessa usó, lo que ella dijo la devastó por completo.
—¿Cómo?... ¿cómo es eso posible? Yo sabía que eras la asesina. Pasé toda la noche despierta, ignoré a mis pacientes, desprecié a las personas, y todo porqué estaba segura que tú eras la asesina. Quería capturarte, a toda costa. Quería que fueses el asesino... y no lo fuiste.
—No soy una asesina, pero tal vez sí una amiga —Vanessa, aprovechando que Rosa se había calmado y la había dejado de arrojar objetos decidió acercarse a ella, cuando estuvo a su lado la llevó hasta el sofá y se sentó a su lado.
—¿Cómo es que me equivoqué tanto? —Se preguntó Rosa a si misma.
—Tal vez, no lo hiciste —Dijo Vanessa mientras se paraba. Rosa la miró con un gesto de incertidumbre, ella caminó hacia la caja con los regalos que Rosa había recolectado, se paró frente a ella y comenzó a mirar los objetos en su interior. Rosa se levantó, caminó hacia Vanessa y se paró a un lado de ella.
—Esto era una prueba que te quería hacer. Si sentías algo, seguirías siendo la misma Vanessa, si no, entonces te habrías vuelto en esa horrible Vanessa de mis pesadillas... me alegra mucho que no haya tenido que recurrir a esto —Le explicó Rosa a Vanessa mientras esta tocaba los objetos dentro de la caja. Su mano pasó por encima de un collar con una piedra azul en el centro, las yemas de sus dedos jugaron con él por unos segundos, momentos después, lágrimas comenzaron a caer sobre las cosas dentro de la caja —Lo sabía, tu no er...
Rosa dejó de hablar repentinamente. Su mirada bajó al sentir algo en su estómago, siguió el brazo derecho de Vanessa quien se encontraba extendido hacia ella, lo siguió hasta la muñeca, y cuando su mirada estuvo allí, puesta sobre la delgada mano de Vanessa, pudo ver con claridad qué estaba ocurriendo. Aquella mano derecha sujetaba un par de tijeras bien afiladas, tijeras que Vanessa había enterrado en el estómago de Rosa. Su mirada subió de vuelta y se topó con el rostro triste de Vanessa.
—Si tan solo no hubieses hablado, si tan solo no hubieses pensando en nada, todo habría seguido bien —Vanessa sacó las tijeras del estómago de Rosa, lo hizo mientras las lágrimas comenzaban a escurrir por sus mejillas. Las tijeras goteaban sangre, y la camisa que Rosa llevaba puesta pronto se comenzó a empapar de sangre.
—¿Por qué?... ¿Por... qué? —Dijo Rosa mientras caía de espaldas al suelo.
—Las cosas hubiesen seguido como antes, si tan solo no hubieses entrado en mi habitación. Si tan solo no hubieses visto uno de mis más preciados tesoros esto no habría ocurrido. Tú no estarías al borde de la muerte, no estarías paranoica, y podrías estar disfrutando del resto de tu tarde como siempre lo hacías. Pero no fue así, no quisiste dejarlo así y pensaste, uniste las pistas... encontraste la solución al rompecabezas... si no hubieses hecho eso, no estarías a punto de morir —Vanessa tomó un pañuelo y limpió la sangre de las tijeras, luego caminó hacia Rosa y se paró a un lado de ella —Tu eras mi amiga, no quería llegar a hacer esto, no quería lastimarte, pero no supiste ser una amiga, fuiste de chismosa, no supiste guardar silencio y eso te llevó a esto. Sabía que sospecharías luego de lo que viste, aunque no sabía que lo harías hasta este punto, aunque, sabes, creo que me fue mucho más fácil matar a una lunática Rosa que a una cuerda Rosa.
Vanessa se paró encima de Rosa con las piernas abiertas, se dejó caer en el estómago de ella y se inclinó hacia su cara, dejando que su cabello colgase sobre su rostro perturbado y horrorizado.
—Si te corto la lengua, nadie te escuchará gritar —Vanessa lanzó su mano izquierda contra la mandíbula de Rosa, la sujetó con fuerza, y mientras luchaba contra sus fuertes mandíbulas evitando que estas se cerrasen, con su mano derecha acercó las tijeras al interior de la boca de Rosa, al principio falló muchas veces, no logró cumplir con su cometido ya que su lengua se movía demasiado, así que recurrió a apuñalar su boca.
Vanessa tomó fuerza y lanzó las tijeras cerradas en contra del paladar de Rosa, estas rápidamente cortaron y pasaron, casi al instante un montón de sangre comenzó a salir de la boca de Rosa, e instantes más tarde el dolor apareció. Antes incluso de que la sangre comenzase a salir, Vanessa ya había retirado las tijeras, y estaba en espera de que Rosa se descuidara, y así ocurrió. Su lengua se estiró en dirección hacia sus labios, Vanessa aprovechó la oportunidad, abrió las tijeras y se lanzó contra la lengua de Rosa, cuando esta estuvo pasando por en medio de las tijeras, Vanessa cerró con todas sus fuerzas las tijeras, rebanando en dos la lengua de Rosa. Un trozo de carne sangrienta rosa cayó al suelo mientras un chorro de sangre salpicaba sus alrededores. Vanessa miró con una gran sonrisa como de la boca de Rosa un montón de sangre salía, y miraba con más felicidad como la mitad de su lengua se movía de un lado a otro.
Vanessa había esperado que, con cortarle e la lengua esta ya no gritaría, pero no fue así. Gritó con todas sus fuerzas, lo que obligó a Vanessa a tomar medidas. Fue a la caja que unos instantes atrás ella había estado observando, tomó un suéter de allí dentro y corrió de regreso a donde Rosa se encontraba. Cortó la manga del suéter y luego la metió en bola dentro de la boca de Rosa, esperando así a que se callase, sin tener una idea de que hacer eso la mataría.
La sangre en su boca comenzó a acumularse, y en poco tiempo se volvió tanta que esta comenzó a ahogarse. Al principio Vanessa estaba desesperada, no sabía que hacer, pero entonces supo como podía aprovechar la situación. Se volvió a sentar encima de Rosa, vio como esta intentaba toser, como intentaba expulsar la sangre en su garganta, no le importó el verla sufrir. Llevó las tijeras cerradas al ojo izquierdo de Rosa. Esta estaba demasiado concentrada intentando no ahogarse con su propia sangre que ignoró por completo el hecho de que sus ojos estaban abiertos y había un par de tijeras acercándose hacia ellos. Vanessa alzó su mano derecha, empuñó con fuerza el par de tijeras y luego se lanzó contra el ojo de rosa. Rosa trató de gritar de dolor, no podía, y conforme trataba de hacerlo el tiempo que le quedaba se le reducía. Vanessa deslizó las tijeras con gran facilidad de la retina del ojo de Rosa, y como la primera vez, volvió a alzar las tijeras y se arrojó de vuelta contra el mismo ojo. Una y otra vez hizo lo mismo, repitió la misma acción hasta que el ojo de Rosa ya no parecía un ojo, sino que parecía más una sustancia viscosa. Las tijeras ya no tenían problemas para entrar y para salir, era como pasar un cuchillo caliente por mantequilla.
Vanessa se rió por un par de segundos al ver como Rosa intentaba gritar de agonía, como se convulsionaba, y como la manga del suéter que le había puesto en la boca se había empapado ya de sangre. Ella disfrutaba mucho de ver morir a Rosa, algo que nunca antes había querido tener que hacer. Ella se levantó al ver como el único ojo que le quedaba comenzaba a ponerse en blanco. No quería verla sufrir más, se paró a un lado de su cabeza mientras seguía convulsionándose, levantó su pierna izquierda y la dejó caer directamente sobre el cuello de Rosa, rompiéndoselo al instante. Ella se agachó, le cerró los parpados al ojo que aún parecía ojo, y se sentó a un lado del cuerpo.
—Sabes, no quería hacer esto. No quería llegar a matarte, pero no me dejaste una alternativa. Ya sabías de esto, y si sabías, si en algún momento volvías a desconfiar de mí, entonces todo estaría terminado para mí. Yo busco justicia, tu buscas... no sé, la felicidad de las personas. Lo mío vale más, ya que sin justicia, la felicidad nos será arrebatada todo el tiempo. Hice lo que debía de hacer. Me siento triste, pero, al menos podré continuar un día más, podré seguir adelante. Siempre recordaré tu muerte, recordaré tu muerte como una razón más para tratar de buscar la justicia en este maldito reino lleno de corrupción. Soy una princesa, y mi deber como una princesa es buscar el orden de mi pueblo, y eso haré.
Vanessa se levantó, salió del consultorio, tomó de vuelta su mochila y se dirigió a la salida de aquél piso de ese edificio. Tomó cuidado de evitar dejar huellas, tanto como en las cosas que tocó, como en la perilla de la puerta, cuando supo que ya había limpiado todo rastro de su visita, Vanessa salió del edificio por la misma puerta por la que entró, saliendo como si nunca hubieses estado si quiera allí, siendo la única persona quien sabía de esto, Rosa, quien ahora se encontraba muerta en medio de su consultorio.
Los teléfonos sonaban uno tras otro, había un montón de personas atendiendo las llamadas, tomando notas de todo lo que las personas que llamaban decían. El hombre de la gabardina, la chica y el hombre robusto de barba se encontraban parados en medio de la habitación, viendo en puestos de primera fila como la estación de policía se venía abajo. Veían correr de un lado a otro a personas cargando consigo cajas llenas de papeles.
—Cielos... tenías razón, el haber hecho ese aviso fue nuestra mejor idea —Dijo el hombre de la gabardina.
—No se si eso fue en tono de broma o no, pero, no importando como lo hayas dicho, es cierto, fue nuestra mejor idea. La gente está reportando sospechosos, si bien son demasiados, si varias personas llaman para reportar a una misma, entonces es probable que hayamos dado con uno de los asesinos —Le explicó la chica.
—Es cierto, en el reportaje no hablaron sobre la posible existencia de los otros tres asesinos —Dijo el hombre de la barba.
—Ya era suficiente con decirles que había un asesino quien mataba a sus víctimas cortándolas en pedazos, decirles que había otros tres quienes mataban haciendo cosas igual de horribles habría llevado a la ciudad al caos, no solo a la estación —Contestó el hombre de la gabardina.
—Cierto. Bueno, nuestras investigaciones no nos llevaron a nada. No descubrimos mucho acerca de los tres últimos asesinatos. Todos odiaban a las víctimas, y de nuestros sospechosos todos tenían los motivos para cometer los crímenes.
—Necesitaríamos un cuarto asesinato para lograr unir los cavos sueltos... —Dijo la chica.
—Y creo que lo tenemos —El hombre de la gabardina miró a un hombre llegar corriendo con una carpeta color roja, ese era el color de casos de asesinatos. Cuando él apuntó hacia el hombre los otros dos se dieron la vuelta y lo miraron.
—Hubo un nuevo asesinato. No tiene muchas similitudes con el resto de los casos, pero, ustedes dijeron que todos los asesinatos debían de ser reportados aquí para ser evaluados.
—Sí, gracias, puedes irte —Le finalizó el hombre de la gabardina mientras recibía la carpeta en sus manos. El sujeto se dio la vuelta y se fue un poco irritado por el tono en el que él le había hablado. Él abrió la carpeta y sacó varios papeles, de entre ellos sacó un par de fotografías, había una mujer tirada en el suelo, tenía un gran trozo de tela metido en su boca, uno de sus ojos había sido apuñalado incontables veces y había terminado por quedar totalmente deshecho. En otra de las fotografías se mostraba el cuello de la víctima, este había sido destrozado con una gran fuerza, había sangre por todos lados. Una tercer fotografía mostraba una herida en el abdomen, una herida hecha con un objeto afilado.
—¿Tendrá algo que ver con nuestro asesino? —Preguntó la chica.
—No lo sé. No lo creo, miren, era una terapeuta —Señaló el hombre de la barba. Él tomó los papeles y le dejó las fotografías a los otros dos —No hay registros de actividades ilegales, no hay reportes policíacos en contra de ella. No hay nada que la pueda colocar a ella entre una de las víctimas de uno de nuestros asesinos.
—La única similitud es el hecho de que fue brutalmente asesinada. Pudo haber sido uno de sus pacientes, alguien desquiciado, alguien que quería cobrar venganza.
—Dijimos que nuestros asesinos habían sufrido por situaciones estresante el año pasado, ¿no es así? Puede ser que uno de ellos haya tenido que recurrir a una terapia para poder tratar de resolver sus problemas, de olvidar su pasado. Puede ser que nuestro asesino fue quien mató a esta chica luego de que se enteró de la verdad.
—Eso es... plausible. Bien, dejemos de sacar conclusiones sin fundamentos, investigaremos el caso de la terapeuta como si se tratase de una víctima más de nuestro asesino. Si resulta que ella no tenía conexiones, habremos perdido un poco de nuestro tiempo pero habremos logrado encontrar información para ubicar a su asesino; si tenía conexiones, habremos dado un gran paso para encontrar a nuestros asesinos.
—Cierto. ¡Ustedes, los necesito en mi oficina! —El hombre de la barba le gritó a un par de mujeres quienes se encontraban haciendo anotaciones en uno de los pizarrones que había en la habitación, él se fue de allí y entró en una oficina, segundos más tarde ambas mujeres entraron.
—Puedo sentirlo, estamos cerca —Murmuró la chica mientras su mirada regresaba al caos que rondaba la habitación.
—Lo sé. El final está cerca. Pronto los tendremos bajo nuestras manos —Añadió el hombre de la gabardina.
Durante los días siguientes, los reportajes sobre el asesino, quien ahora era apodado “el carnicero”, continuaron. Días tras día las noticias repetían la información que se tenía acerca del carnicero. Daban estadísticas de la cantidad de víctimas que había llevado hasta ese momento, y como y donde habían sido encontradas. Era la noticia que todos en la ciudad tenían en la boca, no dejaban de hablar de ello, y si no dejaban de hacer esos reportajes nadie olvidaría eso.
 A Vanessa no le importaba, no le afectaba en nada, y mucho menos considerando el hecho de que, la única persona quien sabía de eso y tenía pensado hacer para detenerla, ahora se encontraba muerta, silenciada, sin la capacidad de hablar... o al menos eso era lo que Vanessa creía. Justo antes de morir, antes de si quiera haber llegado al borde de la locura, Rosa había tenido la modestia de anotar en un pequeño cuaderno, todo lo que sabía sobre Vanessa, Erika y Sofía, las tres chicas quienes encajaban perfectamente en el perfil que había sido mostrado en aquél reportaje policíaco. Las tres habían sufrido durante el último año eventos traumáticos, eventos que, considerando la información dada, podrían ser fácilmente los que hicieron estallar las mentes de las tres y las llevaron a volverse unas asesinas. Ella no tenía idea de la existencia de otros dos asesinos, solo sabía que había uno, pero la información que proporcionó, la información que colocó en esa nota, a pesar de no llegar a serle de utilidad a ella, le sería de gran ayuda a la policía, quien justamente se encontraba buscando información relacionada a los asesinos. La perdición de Vanessa se encontraba en aquella libreta que Rosa había usado horas antes de morir para colocar toda la información que sabía, todas las sospechas que tenía sobre Vanessa y sus amigas, pero Vanessa ignoraba esto, no sabía de la existencia de aquella libreta y mucho menos que se encontraba en la casa de Rosa. Creía que había logrado silenciarla, pero no había sido así, aún quedaban sus palabras escritas en una pequeña libreta, una libreta que Vanessa no sabía si quiera que existía. Aunque, a pesar de que esa libreta existía, a pesar de que la policía había ido a investigar la casa de Rosa, esa libreta nunca fue encontrada. Cuando Rosa la dejó en el mueble a un lado de su puerta la noche anterior, esta quedó pegada hasta el muro, y durante la tarde, justo cuando se iba a trabajar, o mejor dicho, a esperar la llegada de Vanessa, al azotar la puerta al salir de su casa, el mueble se sacudió, la libreta cayó hacia atrás, justo entre el mueble y el muro, quedó allí, escondida de la vista de los policías y de cualquiera que entrase en la habitación. Las últimas palabras, las palabras que ella creía lograrían hacer algo habían quedado ocultas, y luego de que la investigación en su casa se había extendido por más de tres días y luego había sido abandonada, sus palabras quedaron en el olvido, escondidas detrás de un mueble justo a un lado de la puerta que daba al exterior de su casa. Vanessa, inconscientemente se había salvado, esa libreta nunca sería encontrada, por nadie, nunca. Pero, a pesar de ello, la muerte de Rosa había llevado a dar un paso más en la investigación.


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