31 may 2014

Pequeñas Princesas: La caída del Reino Parte 8/11

"Con una expresión de horror vieron un mechón de cabello de color castaño, el mismo color de cabello que Diana tenía..."


El timbre en la puerta sonó, Vanessa bajó corriendo las escaleras, y cuando abrió la puerta, su mirada se encontró con la misma con la misma de hace un par de semanas. Un hombre robusto con una barba se encontraba parado junto a otro hombre, quien tenía un gorro y una gabardina puesta.
—Vaya, que coincidencia —Dijo el hombre de la gabardina. El corazón de Vanessa se aceleró, el miedo lentamente comenzó a aparecer.
—Oh, ustedes de nuevo, ¿qué los trae de vuelta? —Preguntó Vanessa. El tono con el que había hablado, uno de desprecio, no reflejaba lo que ella realmente sentía en ese momento. Quería tomar el cuchillo que yacía en la mesa del comedor, correr hacia ambos y rebanarles el cuello.
—¿Tuviste terapia hace un año con la doctora Rosa Aurora?
—¿Rosa? Sí, claro. Mis padres y yo decidimos que era tiempo de hablar con alguien de nuestros problemas, así que fuimos con ella.
—¿Con tus padres? —Preguntó el hombre de la barba.
—Sí. En ese tiempo ellos aún vivían. Nos la pasamos bien mientras estuvimos con Rosa, pero luego ocurrió esa tragedia...
—Lamento preguntar pero, ¿Qué ocurrió en específico? —Preguntó el hombre de la gabardina.
—Mi familia fue asesinada —Respondió ella con una voz fría y seria. El ambiente se volvió pesado, frío, ambos se dieron cuenta de esto, y queriendo evitar sentir aún peor a Vanessa decidieron retirarse.
—Lo lamentamos. Nos iremos en cuanto antes —Le dijo el hombre de la barba mientras empujaba al sujeto de la gabardina. Cuando ambos dieron unos pasos alejándose de la casa la puerta fue cerrada azotándola —Nuestro perfil decía que el asesino había ido a buscar ayuda luego de que algo ocurrió en su vida, no antes.
—Entonces, Vanessa queda descartada... aunque, el hecho de que tenga una conexión con Rosa y las otras tres víctimas la apunta a ella como la principal sospechosa —Explicó el hombre de la gabardina.
—Sí, pero, ella recibió ayuda de la terapeuta antes de aquella tragedia, no habría sentido en haber atacado a Rosa si ella no tenía ni la menor idea de lo que había ocurrido.
—O tal vez sí sabía... —Él se quitó el sombrero y miró hacia la casa de Vanessa.
—¿Qué?
—Vamos a buscar a su secretaria, ella podrá decirnos si había una relación más que de paciente y doctora entre Rosa y Vanessa.
—¿Realmente crees que sea ella?
—No lo sé, no puedo figurarme a aquella chica bañada en la sangre de todas esas personas... así que  por eso investigaremos a fondo esto —Ambos subieron al auto negro y en segundos habían desaparecido de la vista de Vanessa, quien, como la última vez miraba desde la ventana, escondida detrás de las cortinas.
Recientemente, Diana había recibido regalos de un admirador secreto, había comenzado recibiendo pequeñas cartas y unos cuantos regalos de vez en cuando, pero en las últimas semanas los regalos se habían incrementado, había comenzado a recibir flores, cajas de dulces y chocolates, todo eso diariamente. A ella no le molestaba, de hecho, la hacía sentir bella, hermosa, y lo que le gustaba más no era el recibir los regalos, si no el poder compartir esos momentos con sus amigas. Ese día no había sido diferente. Muy temprano en la mañana un hombre del correo llegó con una caja, se parecía mucho a la que había recibido semanas atrás, en donde había encontrado una caja de chocolates, era muy similar, exceptuando el hecho de que esta vez, la caja era incluso más pequeña. Al recibir la caja en sus manos, esta era muy ligera, apenas pesaba. Quiso abrirla de inmediato, pero logró guardar esa emoción para más tarde, para cuando la abriera junto con Irene, Vanessa y Andrea.  Llegó la tarde, se encontraba en el jardín de siempre, la pequeña caja yacía frente a sus piernas mientras ella se encontraba sentada frente a ella, siendo rodeada por las otras tres chicas.
—¡Vamos, ábrelo! —Le dijo Irene con emoción. Parecía ella quien se encontraba más emocionada, más que la chica a quien le era dirigido el regalo. Ella tomó con sus manos el moño rosa que cubría la pequeña caja, deslizó uno de los extremos del listón, y vio como el moño desaparecía con el rose del listón y el papel que cubría la caja. Colocó el listón a un lado de sus piernas, removió el papel y abrió la caja, al mirar en el interior se encontró con la caja de un CD, al sacarla vio una pequeña nota. “Para mi amada, espero que esto sea de tu agrado” Decía la nota con un pequeño corazón dibujado al final de la misma.
—¿Un CD? ¡Enrieta, préstame tu laptop unos minutos! —Gritó Irene a una chica que iba pasando. La chica se acercó con una computadora portátil en sus brazos, se sentó en el suelo y colocó la computadora sobre sus piernas, cuando estuvo encendida ella le pidió el disco a Diana y lo metió dentro de la computadora. Pasaron unos segundos de incertidumbre mientras una película se cargaba.
—Me pregunto que será esto —Dijo la chica mientras veía como una barra avanzaba rápidamente en su computadora. De un momento a otro, la pantalla se tornó negra, y una imagen apareció en pantalla. Era Diana cargando varias bolsas, se encontraba saliendo de un supermercado. Al principio todas miraron extrañadas, no sabían que ocurría, pero mientras las imágenes pasaban, Diana lentamente comenzó a sentirse incómoda. Apareció una imagen con ella mirando unos muebles repletos de ropa interior; apareció otra imagen con ella posando vistiendo un traje de baño; otra más caminando a un lado de Andrea y de Irene apuntando a un mostrador de una tienda.
—¿Qué rayos es esto? Son puras fotografías tuyas... ¿Diana? —Cuando las cuatro miraron a Diana, vieron como ella se encontraba a unos pasos de distancia, la expresión en su rostro era una de horror. Se estaba abrazando a si misma, y de un momento a otro cayó al suelo. Vanessa corrió a su lado para tratar de tranquilizarla.
—¡Saca ese disco y deshazte de él! —Le ordenó Irene a la chica. Ella sacó el disco de su computadora, parando el vídeo que se encontraba mostrándose, cerró su computadora, arrojó el disco al suelo y comenzó a pisarlo —Lo lamento tanto, lo siento mucho —Se disculpó Irene con Diana. Ella no contestó, simplemente se quedó allí, sentada, horrorizada.
Pero allí no terminó, un par de días después, un nuevo paquete llegó, esta vez no fue enviado a su casa, esta vez fue enviado a la universidad. Se encontraban en medio de una clase cuando la puerta al aula comenzó a ser golpeada. Un hombre apareció, llevando consigo un paquete. Al principio todos se sorprendieron, todos menos Diana, pero en cuanto el hombre nombró a la persona a la que el paquete había sido enviado, de inmediato Vanessa, Andrea e Irene recordaron lo que había ocurrido unos días atrás. Diana tenía una cara de horror, no quería recibir el paquete, pero el resto del salón, pensando que era un regalo de su enamorado apuntaron a Diana quien se encontraba sentada en medio del salón de clases. El hombre caminó hasta ella llevando en su manos una caja muy similar a la que se le había sido entregada unos días atrás, la caja fue colocada en su escritorio, ella simplemente la miró. Mientras todos trataban de hacer que Diana abriese la caja el hombre se retiraba del salón de clases, como si nunca hubiese estado allí.
—¡Abre la caja! —Decían unos.
—¡Queremos ver lo que tu enamorado te envió! —Gritaban otros.
Diana solo podía mirar aquella caja con horror. Las voces de los demás le decían que abriese la caja, pero las voces dentro de su cabeza decían que no lo hiciese. Pronto más y más compañeros se unieron y continuaron gritando esperando a que ella abriese la caja. Los gritos eran cada vez más fuertes que las voces en su cabeza, llegó un punto en donde lo único que podía oír era lo que los demás decían. Como un robot siguiendo órdenes, sus manos se acercaron al listón que evitaba que la caja se abriese, cuando su mano derecha tocó uno de los extremos Vanessa le gritó.
—No lo hagas, si no quieres hacerlo no lo hagas —Le dijo Vanessa.
Todos en el salón exceptuando sus tres amigas comenzaron a criticar a Vanessa, a echarle burla, a llamarla envidiosa y a regañarla. Ninguna podía hablar. Diana no podía ignorar las voces de sus compañeros, sujetó el otro extremo del listón, y jaló. El listón cayó al suelo mientras era soltado por Diana, la tapa de la caja se abrió. Con miedo, Diana se inclinó y miró el interior. Sus ojos se abrieron llenos de horror, llevó ambas manos a su cabello y comenzó a tocárselo, algo sintió, y fue en ese momento en que se levantó tirando la silla hacia atrás y corrió hacia el final del salón, tirándose en el suelo justo en una de las esquinas. Todos observaron la escena, no sabían que ocurría y comenzaron a levantarse para poder ver que había dentro. Irene y Vanessa, quienes se encontraban una a cada lado del asiento de Diana, se levantaron y miraron al interior de la caja. Con una expresión de horror vieron un mechón de cabello de color castaño, el mismo color de cabello que Diana tenía. El mechón de cabello estaba sujeto con un pequeño moño azul, y a su lado había una pequeña nota. “Me gusta verte dormir”. Cuando ambas leyeron la nota corrieron hacia Diana y la abrazaron. Todos pasaban a ver lo que las tres ya habían visto, y cuando lo hacían, terminaban con las mismas expresiones de horror, de confusión, de incertidumbre.
Diana constantemente se tocaba una parte de se cabellera, sus dedos se movían por entre los cabellos, y cuando Vanessa decidió mirar que ocurría, al levantar su cabello vio como un gran mechón de cabello se le había sido cortado. Su cabello normalmente le llegaba hasta su pecho, pero ese cabello no lo hacía, apenas llegaba hasta su cuello. El cabello que había dentro de esa caja, era el suyo. Quien le envió ese paquete, quien había estado haciendo esos regalos, había estado acosando a Diana; la había estado siguiendo, tomando fotografías, la había estado mirando todo el tiempo, y, quien sabe, cuando le cortó ese mechón de cabello a Diana puede que no haya sido su primera vez en su casa.
Fue en ese momento en el que las cosas se salieron de control. Irene ya lo había sentido desde hace mucho tiempo, las cosas estaban por cambiar, y Vanessa, cuando eso ocurrió se percató de lo mismo. Sabía que todo estaba por terminar.
Durante el descanso, las cuatro se encontraban en la oficina del director, hablaban con él sobre lo ocurrido.
—Lo único que puedo hacer es llamar a las autoridades para reportar esto, no hay nada más que hacer por mi parte. Pero ustedes, ustedes pueden hacer más por ella, denle asilo en su casa hasta que esto se haya resuelto —Dijo el director mientras miraba a las tres chicas, Diana se encontraba escondida detrás de Irene, mientras que Andrea se encontraba a su lado tratando de calmarla.
—Vanessa, vives sola, podemos llevarla a tu casa —Sugirió Irene.
—¡No! —Contestó Vanessa gritando. Ese grito sorprendió a todos. Irene miró con gran preocupación a Vanessa —No puedo... mi casa no. Estaríamos solas, sería mejor que estuviese en la tuya o en la de Andrea, ella tiene hermanos, podrían protegerla —Explicó ella. Su cambio de humor, de uno irritado a uno más calmado fue lo que más extrañó a Irene.
—Bien, que sea en mi casa entonces.
—Muchas gracias. Yo veré que más puedo hacer además de llamar a la policía. Ustedes cuídenla, por favor —Finalizó el hombre.
Las cuatro salieron de allí, Andrea llevaba a Diana sujetada de la mano, mientras, Irene observaba a Vanessa, quien se mordía nerviosamente las uñas de sus dedos. Sabía que algo pasaba, pero no tenía ni idea de que era, sentía que algo estaba por ocurrir, pero tampoco sabía que era. Se sentía una inútil, no sabía que decir ni qué hacer, sólo podía observar.
Día tras día el director de la universidad colocaba el reporte de acoso ante la policía, pero nunca recibía una llamada por parte de las chicas avisándole que había llegado un oficial de policía o algo así a su casa. Era un esfuerzo en vano, y lo sabía, pero no debía de detenerse, no podía parar, era una de sus estudiantes quien se encontraba en problemas y no podía dejarla sola. Vanessa también diariamente llamaba, quería ver que se hiciese algo, pero siempre le colgaban, o bien, la ignoraban. Ella deseaba con muchas ganas que alguien hiciese algo por su amiga, pero nada ocurría, y todo fue por su propia culpa. La policía estaba demasiado ocupada investigando sus asesinatos como para estar preocupándose en un pequeño caso de acoso. Ella quería que hiciesen algo por ella, pero sus mismas acciones evitaron que esto ocurriese. Estaban solas, y lo único que podían hacer era continuar protegiendo a Diana.
Los días pasaron, las semanas se fueron deprisa y poco a poco Diana fue mejorándose, dejó de pensar en como alguien había entrado en su habitación mientras dormía y le había cortado un mechón de su cabello; dejó de pensar en como alguien le había tomado fotografías a todo lugar a donde ella iba. Su mente dejó de pensar en esa persona quien decía ser su admirador secreto, y pronto todo eso quedó en el olvido. Comenzó a salir a la calle junto con sus tres amigas, salían al parque y regresaban en poco tiempo a la casa. Ella aún tenía que adaptarse de vuelta a todo. Poco a poco la ayudaron, la integraron de vuelta al mundo, la llevaban de vez en cuando a la tienda, a pasear al parque, llegó un momento en donde ella deseó ir de regreso a la universidad. Por un momento las tres se cuestionaron si debían de hacer eso, pero, no supieron como decirle que no a Diana, quien esperaba emocionada a que contestasen con un “sí”. Los primeros días fueron pesados, Diana creía que la seguían, se encontraba paranoica, miraba hacia todos lados, y cuando alguien se reía cerca de ella de inmediato agachaba la mirada y salía de allí. El director seguía de cerca lo que ocurría, veía al pequeño grupo escoltar a Diana por toda la universidad, siguiéndola a todos lados, tratando de protegerla.
La policía, al final nunca hizo nada, nunca hizo lo posible por ayudarlas, ni si quiera regresó las llamadas, seguían muy ocupados con las muertes, que no paraban, y en lugar de eso, se habían incrementado y se hacían más constantes. Habían olvidado el asunto del acosador, claro, seguían buscándolo, seguían esperando a que hiciese su aparición y volviese a enviar sus llamados “regalos”. Seguían esperando a que se apareciese, aunque claro, ya no le daban tanta importancia, era un asunto que había quedado en el pasado. Pronto todo regresó a su normalidad, y una tarde, las cuatro quedaron en verse en un restaurante. Se suponía que Irene tendría que llevar a Diana allí, pero ella tenía que ir a trabajar por lo que llegaría un poco más tarde. Diana, decidida por aventurarse por primera vez sola a las calles, decidió salir y llegar por su propia cuenta. Al principio tuvo miedo, escuchaba pasos detrás de ella y comenzaba caminar más rápido; escuchaba voces o susurros y buscaba otro camino por el que seguir; intentaba evadir a las personas, pero al mismo no quería estar sola. Conforme siguió caminando, sus nervios fueron pasando, dejó de evitar a las personas, su velocidad de caminata se reguló, poco a poco su nivel de estrés fue bajando. Estaba sola, nadie la seguía, ya no más.
Con una sonrisa ella estuvo caminando por la calle, podía escuchar los pasos de las personas, sus pisadas en el pavimento, sus risas y sus charlas, los escuchaba toser, estornudar, podía escuchar los ruidos de los autos, las aves volando, sonido de basura siendo lanzada, papeles siendo arrugados, bolsas moviéndose... podía escuchar todo eso y ya no sentía miedo, estaba contenta y cómoda, por primera vez era libre desde hace mucho tiempo... o al menos eso era lo que ella creía. Un bastoneo comenzó de la nada. No le tomó importancia las primeras calles, pero luego, cuando había entrado en una calle poco concurrida y el bastoneo continuó ella comenzó a preocuparse. Se detuvo, se dio la vuelta y miró hacia atrás, el bastoneo seguía, pero había muchas personas como para ver quien lo producía. Siguió caminando creyendo que era una persona más. Siguió caminando un par de calles más, y el constante bastoneo la siguió por detrás. Ella comenzó a correr al darse cuenta de que la estaban siguiendo. Corrió lo más rápido que pudo, pero de igual forma el sonido la persiguió, el bastoneo continuó detrás de ella siguiéndole el ritmo, estaba segura, estaba muy segura de que quien la seguía era  la misma persona de antes, la misma persona de los regalos, la misma persona de las fotografías, la misma persona quien le había cortado ese mechón de cabello mientras dormía. Ella continuó corriendo, pero no importando que tanto corriese, el bastoneo continuaba. Corría en línea recta, se metía en callejones, daba vueltas en cada esquina, pero  aquel sonido monótono continuaba. Esperando a que terminase, a que se detuviese, Diana corrió por un par de callejones, y al ver la salida corrió hacia ella, pero antes de llegar logró ver una reja que se encontraba abierta, no supo que más hacer, y creyendo que lograría huir de su acosador se arrojó allí, escondiéndose entre un par de basureros al sentarse en el suelo y cubrirse con una bolsa de basura. Logró ver como una sombra que sujetaba en su mano un bastón blanco pasaba corriendo frente a ella, para su suerte no la había visto, ella suspiró aliviada, tiró la bolsa al suelo y se levantó.
—¡Te encontré querida! —Dijo una voz seca, ronca. Los ojos de Diana se abrieron horrorizados y su expresión de alivio se transformó en una de horror al ver a aquel hombre parado justo frente a la única salida de ese pequeño callejón. Sus peores miedos se hicieron realidad. Él golpeó el suelo con la base del bastón tres veces, el sonido, el sonido era el mismo de antes. Era él, ella estaba completamente segura de que era él —No vuelvas a correr de mí querida, no lo hagas —Dijo él con la misma voz de antes. Sus ojos se abrieron, se mojó los labios dejando ver una dentadura destrozada, ya fuese por haber sido atacado o por una mala alimentación o poco cuidado de la misma.
—¡No! —Diana gritó al ver como él se acercaba hacia ella. La expresión que él tenía parecía como si hubiese encontrado algo importante, algo que nadie mas, nadie mas que solo él podía tocar. Un objeto precioso y único. Diana pudo ver en sus ojos una lujuria insaciable, y mientras él se acercaba hacia ella con sus dos brazos estirados en su dirección Diana caminaba dando pequeños pasos hacia atrás —¡Aléjate!
—Pero, si eres mía, solo mía, ¿por qué habría de alejarme de aquella persona que me pertenece? ¡Eres solo mía! —Él gritó mientras le arrojaba su bastón blanco a Diana, ella se asustó, dio un par de pasos rápidos hacia atrás, terminó por tropezar con su  propio pie y cayó al suelo. Él aprovechó que ella caía para comenzar a correr, y mientras ella caía al suelo un grito de horror salía de su boca.
—¡Ayuda! —Grito Diana cuando cayó al suelo. Para ese momento, él ya se había acercado lo suficiente a ella, se encontraba a unos pasos de distancia, y al momento en que su espalda tocó el suelo él se le aventó encima.
—¡Eres mía, solo mía y de nadie más! —Repitió él mientras se arrojaba contra Diana.
Ella lanzó un último grito, esperaba a que alguien la ayudase, pero nadie lo hizo. Para su mala suerte, al salir de ese callejón se habría encontrado justo frente al restaurante en donde se tenía que ver con Andrea y con Vanessa. Ambas se encontraban paradas frente a las puertas del local, esperando a que Diana se apareciese.
—Ya s-s-se tardó, ¿n-no lo cre-e-es? —Le dijo Andrea a Vanessa mientras miraba el reloj en el interior del restaurante.
—Sí... Hubiese sido mejor haber ido a buscarla a su casa en lugar de haberla dejado venir sola —Contestó Vanessa mientras miraba preocupada hacia la calle llena de personas.
Por unos segundos las dos se quedaron calladas, continuaron observando las calles, buscando a Diana, pero ella no aparecía, de un momento a otro ella logró ver a un hombre salir de un callejón, tenía en sus manos un bastón blanco. No le pareció extraño el hecho de que tuviese un bastón blanco, si no que le parecía extraño el que comenzase a golpear el suelo con ese en lugar de usarlo para apoyarse al caminar. Miró por unos segundos a aquel extraño hombre, luego, casi de inmediato que se detuvo regresó por el callejón por el que había venido como si se hubiese dado cuenta de algo. Dejó de prestarle atención a lo que había ocurrido, pero momentos más tarde, un grito se escuchó. Todos escucharon aquel grito, todos miraban y buscaban de donde había podido provenir, pero no encontraron el origen y regresaron a hacer lo que se encontraban momentos antes de que aquel grito se escuchase. Pero no se detuvo allí, un segundo grito se escuchó, esta vez más personas se preocuparon.
—¿Estarán atacando a alguien? —Preguntó una mujer a otra quienes se encontraban paradas a un lado de Vanessa y Andrea.
Ella recordó a aquél hombre y como salió corriendo de aquél callejón, como si estuviese buscando a alguien. No se le había pasado por su mente que podía ser Diana quien gritaba, no hasta que un grito de ayuda se escuchó hacer eco por toda la calle, ni si quiera el sonido de los autos pudo ocultar aquél grito tan agobiado y lastimoso. De inmediato Vanessa y Andrea reconocieron aquella voz, reconocieron a la persona quien había gritado, ambas corrieron acercándose a la calle, esperando poder escuchar otro grito, y así fue, justo en donde aquel extraño hombre había entrado de allí era de donde provenían los gritos. Varias personas preocupadas entraron al callejón, y momentos más tarde varios gritos se escucharon, ya no eran de Diana, si no que eran de varias personas.
—¡Llamen a una ambulancia! —Gritó un hombre mientras salía corriendo del callejón. Los autos se pararon dejaron de moverse tras la conmoción, y aprovechando que había forma de cruzar ambas chicas corrieron hacia el callejón.
—¡No pueden pasar! —Les dijo un hombre quien evitaba que las personas se acercasen y mirasen la escena. Vanessa logró mirar un tenis de color rosa en el suelo, y de inmediato, sabiendo a quien le pertenecía, con todas sus fuerzas se lanzó en contra del hombre, empujándolo y quitándolo de su camino. Pasó corriendo por encima de un par de bolsas de basura, y sin si quiera haberse adentrado mucho en el pequeño callejón ella logró ver el resto del cuerpo de aquella persona.
El cuerpo se encontraba tendido en el suelo, ambos brazos los tenía extendidos, tenían marcados los dedos del asesino, quien los sujetó para evitar que se moviese. Tenía una enorme cortada en su cuello, una cortada de donde se había desangrado, sangre que ahora cubría todo el suelo en donde ella se encontraba tendida. Pero no terminaba allí, su blusa azul había sido cortada por la mitad, y lo mismo para su camisa que había sido rasgada también por la mitad. Había sangre cubriendo todo su pecho, y al ver con detenimiento, ella se dio cuenta de donde había salido aquella sangre: había heridas en sus senos. Parecía como si se los hubiesen intentado cortar por la mitad, rebanarlos en dos. Vanessa alejó la mirada llena de disgusto, no podía creer lo que estaba viendo; al bajar su mirada, se encontró con una herida abierta en su estómago, una herida, que al igual que el resto, había cubierto el cuerpo de Diana en sangre. Ella trató de sentirle el pulso, pero al tocar su mano de inmediato supo que ya era muy tarde. Ni un palpitar, nada, sentía como si estuviese tocando un trozo de carne caliente, solo eso, un trozo estático de carne. Ella comenzó a llorar, lágrimas comenzaron a caer por sus mejillas. Andrea no podría creer que lo que veía: Diana yacía frente a los pies de ambas, sin vida. Ella se dejó caer al suelo de rodillas, y se acercó a la mejilla de Diana, y con su mano derecha comenzó a acariciarla.
—Diana... —Murmuró Andrea. Ella comenzó a llorar.



Siguiente parte

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Deja un comentario con tu opinión acerca de lo que leíste ;)