15 may 2014

Pequeñas Princesas: Tragedias, Segunda lágrima Parte 6/15

"—Sabes, la ignorancia es la fuente de la felicidad más grande que puedes encontrar. Ignora las muertes, el dolor, el miedo, y puedes tener la mejor vida que nunca hubieses imaginado..."

A la mañana siguiente, ella extendió sus brazos debajo de sus cobijas cuando se despertó. Hacia frío, y mientras sus brazos tocaban las sábanas podía sentir lo frías que estaban. Sacó las piernas de la cama, luego el resto de su cuerpo, dejando caer las cobijas a un lado de ella. Bostezó mientras estiraba los brazos hacia arriba.
—¿Cómo amanecis...? —Vanessa habló mientras giraba su cabeza hacia un lado y veía su almohada. Su expresión cansada cambió a una de desesperación, de miedo y de horror al ver que su muñeca no estaba allí.
Saltó de su cama al suelo, cayó parada, y de inmediato se dio la vuelta y miró hacia su cama. Desesperada miró hacia todos lados buscando a su muñeca, sus ojos se movían de un lado a otro, intentando encontrar a su muñeca, y luego de estar buscando desesperadamente se encontró con el imperdible cabello multicolor de la muñeca. De inmediato se tiró al suelo y gateó hacia él, colocó su mano sobre el cabello y cuidadosamente lo jaló, llevándose consigo también a la muñeca, que había caído a un lado de la cajonera. Tomó a la muñeca en sus brazos y la abrazó.
—Nunca, nunca vuelvas a hacer eso —Dijo Vanessa mientras miraba a la muñeca a su rostro —¿”Fue culpa mía”? Si lo fue, perdón, pero como mínimo avísame cuando eso ocurra, no quiero perderte de mi vista.
Vanessa, aliviada al saber que su muñeca se encontraba bien, se sentó en la cama y puso a la muñeca a su lado. Suspiró en señal de alivio y luego miró el reloj sobre la cajonera. Faltaba una hora antes de que se tuviese que ir a la preparatoria, de inmediato tendió su cama y metió a la muñeca entre las cobijas, luego salió de la habitación. Al salir se encontró con varias de las luces a lo largo de la casa encendidas, no era extraño ya que su madre y su padre se levantaban temprano, al igual que sus hermanos. Fue al baño, se mojó la cara y el cabello, y luego bajó a la cocina para ir a tomar algo para desayunar. Mientras pasaba por el comedor se encontró con uno de sus hermanos desayunando cereal, él se le había quedado viendo mientras ella tomaba un pan y comenzaba a comérselo. Ella regresó al comedor y se sentó unos minutos al lado de él.
—¿Algo importante ocurrió anoche? —Le preguntó ella al niño, quien tomó una cucharada de cereal antes de responder.
—Bueno, dejando a un lado el hecho de que nos sorprendió que no hubieran iniciado un pleito verbal como siempre, mi madre habló con él, nosotros nos fuimos mientras hablaban. No escuchamos nada, no era como las peleas entre ellos, que siempre se gritaban y lo que decían se podía escuchar en el segundo piso, no, estaban hablando, como personas civilizadas. Fue algo extraño. É fue a buscarte varias veces, yo también lo hice, queríamos hablar contigo acerca de lo ocurrido, no abriste la puerta, luego mi madre vino. Nuestro padre no lo hizo, se quedó abajo hasta que decidió irse a dormir.
—Lamento que no les hubiese abierto la puerta, estaba muy impactada por lo ocurrido, no sabía que más hacer o cómo reaccionar, así que terminé por encerrarme para reflexionar todo con más detalle —Le explicó Vanessa, dándole una mordida a la pieza de pan
—¿Y a qué conclusión llegaste, qué provocó que de pronto hablaras con él?
—Probablemente la intervención que hicimos ayer con Erika.
—¿Intervención? —Preguntó el curioso por saber más de lo ocurrido.
—Sí, estos días estuvo muy triste, así que decidimos hablar con ella para enseñarle algunas cosas que debía de entender.
—Así que, luego de decirle esas cosas, ¿tú te diste cuenta de que también tenías cosas por aprender?
—Eso creo. Fuese lo que fuese realmente me afectó.
—Y que lo digas, como para que tuvieses un cambio tan drástico es algo sorprendente. ¿Qué tanto le dijeron a Erika? —Preguntó aun más curioso.
—Bueno, como resumen, que debía de aprender a vivir con el dolor, y que no debía de olvidar a Laura, así que debía de recordar los buenos momentos con ella y dejar a un lado el recuerdo de su muerte —Vanessa le contestó, dándole una última mordida a su pedazo de pan antes de que se lo terminara. Su hermano hizo lo mismo con su cereal, se metió una última cucharada antes de que se terminara, luego respondió a lo que Vanessa acababa de decir —Contestó ella.
—Eso, a lo que yo sé, no hay forma de que pueda haber inducido a ese cambio drástico en tu actitud. Tal vez hubo algo más, tal vez escondes algo, tal vez ocurrió algo en el pasado que ni siquiera tú recuerdas y con lo que pasó el problema fue resuelto.
—En verdad me gustaría conocer a tu maestra de Español, la forma en que te expresas es sorprendente para alguien de tu edad —Le elogió Vanessa al niño, quien se levantó de la mesa junto con el plato vacío y lo llevó a la cocina.
—Tú hablabas así e incluso mejor a mi edad, así que no debes de estar tan impresionada —Le dijo él mientras regresaba de la cocina.
—Bueno, tu hermano no lo hace, y mucho menos muchas otras personas que conozco actualmente —Le añadió ella.
—¿Estás rodeado de idiotas? —Preguntó él.
—Sí, no todos lo son, pero la gran mayoría lo es —Respondió ella.
—¡Hey, no usen esas palabras dentro de la casa! —Les reclamó su madre mientras bajaba por las escaleras, cuando vio a Vanessa le sonrió.
—Mamá, hola, buenos días —Dijo Vanessa al verla parada al pie de las escaleras.
—Buenos días Vanessa. ¿Cómo estás?
—Bien, ¿Por qué preguntas?
— Bueno, ayer luego de lo ocurrido te desapareciste y no contestabas cuando llamábamos a tu puerta —Le explicó su madre.
—Estaba confundida por lo que había pasado, me sorprendió bastante eso, y no sabía qué hacer.
—Es entendible. Realmente nos agarró a todos por sorpresa lo que ocurrió, nadie se lo esperaba, y comprendo plenamente lo que te pasó después. Hubiera reaccionado de la misma forma.
—¿Cómo está papá?
—Está preparándose para ir a trabajar. También estaba igual que nosotros, creo que incluso se emocionó porque por primera vez en años se hablaron como padre e hija. No tardará en bajar, cuando lo haga, ¿qué piensas hacer?
—No lo sé, decirle “Buenos días”... Claro, si es que no termino gritándole —Le dijo Vanessa mientras comenzaba a jugar con sus dedos en señal de lo nerviosa que estaba.
—Bueno, me voy a ir a cambiar, las dejo a las dos un rato —Les dijo el niño, quien se despidió de ambas y subió las escaleras, al mismo tiempo que su padre bajaba por ellas. Vanessa no se había dado cuenta de eso y seguía jugando con sus dedos, su madre se dio cuenta de eso, y para cuando vio al padre de Vanessa caminando al pie de las escaleras fue muy tarde para hacer algo.
—Hola —Dijo él mientras caminaba detrás de Vanessa. Ella se quedó paralizada, no sabía que decir, así que dijo lo primero que se le vino a la mente.
—Buenos días —Dijo Vanessa con un tono amable, gentil y cariñoso. Su padre quedó sorprendido, al igual que su madre.
—Vanessa...
—No, no hables. Hay que dejar todo así como está. Quiero recordar este momento en caso de que algo ocurra, no espero que lo haga, pero uno no puede pensar que todo irá bien. Dejaremos esto para la cita de hoy con la terapeuta. Sé que no debería, y que sería mejor hablar ahora, pero corremos el riesgo de que vuelva a ocurrir. Quiero recordar esto como lo es ahora, y no como una de nuestras peleas de siempre. Así que me voy a ir, no hablaré contigo hasta la tarde, no pienses que te estoy ignorando, que no te quiero, lo hago, y me duele no poder demostrártelo, pero así es la única forma de evitarnos más problemas —Le explicó Vanessa. Ella se dio la vuelta, y subió a su habitación. Los dos se quedaron perplejos y sin palabras.
Vanessa, aún con el cabello húmedo comenzó a cambiarse de ropa. Se puso su uniforme deportivo y llevó su uniforme normal al cuarto de lavado. Le dijo a su madre que pondría la lavadora, ella no contestó así que de igual forma lo hizo. Metió su falda, sus medias, su suéter y su camisa en la lavadora, además de la ropa de sus hermanos y algunas otras prendas que había en el cesto de la ropa, luego regresó a su habitación. Preparó sus cosas para la preparatoria, metió los libros y libretas que usaría ese día, y sacó lo que no, dejándolo a un lado de su computadora. Miró el reloj, ya no faltaba mucho para que se fuera, no tenía nada más que hacer, por lo que se puso a jugar con su celular, esperando a que llegara la hora para irse.
Jugó varias partidas de su juego de ajedrez antes de que llegase la hora de irse, y cuando supo que era hora, guardó su celular en el bolsillo de su pantalón, se puso sus audífonos, tomó su mochila y salió de la casa. Casi siempre salía temprano, pero había veces en las que salía tarde, como el día anterior, que salió de su casa apurada por que se había despertado tarde. A simple vista no parecía extraño que ella se hubiese levantado temprano, parecía que no tenía ninguna relación con lo ocurrido con su padre o con el asunto de Erika, y de hecho era así, nada de lo que había ocurrido la había hecho levantarse temprano, pero eso no era lo que ella pensaba, creía que todo lo ocurrido la había cambiado. Ignorante de la situación, ella siguió pensando que gracias a las palabras de Erika, de Sofía y de ella misma, había logrado cambiar. Ya alguien lo había dicho antes: “Una persona no cambia de un día para otro”. Pero Vanessa sabía que no era cierto, las personas podían cambiar de un día para otro, e incluso en cuestión de horas, lo había visto, lo había vivido durante la noche anterior cuando le habló a su padre, ella sabía que era posible. Caminó a la preparatoria como todos los días, el sonido de la música evitaba que los sonidos del exterior la molestaran mientras pensaba en lo que pasaría en el día. Sí, usaba la música, no para escucharla, si no para callar al resto del mundo y dejar a sus pensamientos solos, no era la única que lo hacía, también había una de sus amigas que hacía lo mismo. Mientras hacia su caminata diaria a la preparatoria, miró hacia los jardines que había en las diferentes casa, tenían gotas de rocío, la tierra se veía húmeda, y principalmente, las flores tenían colores más fuertes y más brillantes. Al principio le pareció extraño, pero luego recordó que durante la noche había llovido. Su mente estaba tan confundida con lo ocurrido con su padre que no podía ni darse cuenta de algo tan obvio como que había llovido. Al percatarse de esto, ella se dio cuenta que ese día no sería uno de los mejores, y lo peor era que, apenas estaba por comenzar.
Llegó a la preparatoria junto a otros estudiantes, fue directo a su salón y allí esperó a sus amigas. Una por una fueron llegando, y cuando las cuatro estuvieron juntas les platicó sobre su cita con el terapeuta. Una vez que les dijo eso, les narró lo que le había pasado durante la noche cuando llegó a su casa. Ella sabían que no tenía una buena relación con su padre, por lo que les impactó también a ellas que de un momento a otro pasara a ser la mejor hija.
—Estaré muy despistada el día de hoy, así que perdónenme si no les presto mucha atención, ¿sí? —Les sentenció Vanessa una vez que terminó de narrarles lo ocurrido.
—Lo haremos, y no te preocupes, es entendible. Es realmente extraño eso que te ocurrió, por suerte vas a ir a terapia, allí te dirán con más detalle que realmente pasó y porqué ocurrió —Le dijo una de sus amigas.
—Eso espero. Oigan, si alguien nota que estoy confundida y no estoy para explicarle, simplemente díganle que deje de mirarme, si pregunta porqué, simplemente hagan algo de lo que siempre hacen —Les pidió Vanessa mientras veía entrar al resto de sus compañeros.
—¿Y qué es lo que siempre hacemos? —Preguntó otra de sus amigas.
—Espantarlos. Si es posible no los asusten demasiado, pero quiero que me dejen en paz por un momento —Contestó Vanessa.
El profesor de la primer clase llegó, y detrás de él llegaron el resto de sus compañeros de clase. Las cuatro chicas se acomodaron en sus lugares y comenzaron a prestar atención al profesor. Vanessa logró seguir lo que él decía, y lo hizo hasta el final de la clase. Le costó mucho más trabajo, más de lo normal, pero cuando la clase terminó ella estuvo aliviada. El resto del día fue lo mismo, clase tras clase ella ponía su mayor esfuerzo para poder seguirla, normalmente podía estar tomando notas y escuchar lo que los profesores decía, pero con la situación en la que estaba no podía hacerlo, por lo que debía de tomar notas o escuchar, y si intentaba hacer ambos terminaba perdiéndose. Para su suerte los profesores de la primer mitad del día no se percataron de su problema, no se dieron cuenta que se veía confundida la mayor parte del tiempo, o que le costaba trabajo prestar atención a lo que se veía en las clases. Durante el receso ella se vio con las otras dos princesas, les dijo lo que había ocurrido y para cuando terminó el receso había descansado un poco la mente mientras las otras dos trataban de distraerla de todos sus pensamientos. Funcionó un poco, por un instante dejó de pensar en lo que pasaría en la terapia, y dejó que las risas de sus dos amigas llenaran su cabeza, primera vez en el día que había dejado sus problemas a un lado y se había puesto a disfrutar del momento con sus amigas. Lamentablemente no le duró mucho, el receso terminó y ella tuvo que regresar a clases, en donde le esperaba otra ronda de profesores.
Clase tras clase ella trataba de prestar completa atención, pero conforme el día comenzó a pasar, su interés y su atención comenzaron a desaparecer, lentamente dejó de pensar en lo que ocurría en las clases y pensó en sus propios problemas. Erika y Sofía le habían dicho que en el caso de que eso ocurriese, ella debía de pensar en la clase de física, esa sería la clase en la que podría respirar un poco de aire fresco y dejar de pensar un rato, tanto en la escuela como en sus problemas. No faltaba mucho para que comenzara la clase de física, y luego de esa seguía la mejor de todas las clases, no que fuese la mejor clase por el contenido mostrado, no, era la mejor clase por el profesor que la aplicaba. Era el mismo profesor que se había percatado de como el resto de los estudiantes veía a las tres princesas, y fue él quien decidió confrontar a la clase de Sofía, él era el profesor de matemáticas. Sí, es un cliché común que el profesor de matemáticas sea el más odiado por todos los alumnos, y este caso no era la excepción, muchos alumnos lo odiaban, pero había algunos que lo querían como si fuese un compañero más, e incluso más, lo querían como si fuese su amigo. Vanessa, Erika y Sofía eran parte de la excepción que lo apreciaba, y también lo eran las amigas de las tres princesas. Todas hablaban con él con libertad, y sentían una sensación relajante estando cerca de él, sentían confidencia hacia él. Vanessa estaba más que feliz con las últimas dos clases que le tocarían en el día, podría relajarse durante ambas sin temor a perder información importante. La clase en la que se encontraba llegó a su fin, muchos de sus compañeros salieron corriendo del salón y se dirigieron a las canchas, en donde tendrían su clase de educación física, pero ella y sus amigas decidieron salir caminando del salón.
Ya no la miraban tanto, los rumores poco a poco comenzaron a ser desmentidos, y llegaron al punto en que muy pocas personas seguían creyendo en ellos, siendo así personas ignorantes y estúpidas quienes lo hacían. Ella estaba aliviada por eso, sus compañeros ya no la veían con miedo, bueno, en realidad lo hacían por el hecho de que ella tenía un “aura” negativa, un aura de enojo, de rencor, de odio, pero dejando a un lado eso, ya no la veían con miedo pensando que en algún momento los mataría; era algo con lo que ya no debía de cargar. Incluso el profesor al que confrontó tampoco la veía con miedo, y de hecho se le había disculpado varias veces.
Las cuatro chicas llegaron a las canchas, se encontraron con el profesor de física, quien de inmediato las puso a correr a las cuatro. Cuando terminaron de correr y el resto de los alumnos llegaron a las canchas el profesor los puso a realizar la rutina de calentamiento de siempre. Era monótono tener que hacer lo mismo cada miércoles y viernes, era aburrido, pero nadie terminaba lastimado o dolorido al día siguiente. Una vez que terminó el calentamiento el profesor sacó varias cuerdas para saltar, un montón de balones para diferentes juegos, bates de béisbol y otras cosas, entre ellas algunos bancos pequeños y otros largos. Las mujeres fueron, como era pensado, por las cuerdas de saltar y los bancos, mientras que los hombres fueron a tomar algunos balones. El maestro sabía que el grupo de Vanessa era atlético, a pesar del estado físico de ella, pero al ver que Vanessa estaba esforzándose más de lo normal se le hizo extraño y fue con ella. Caminó a un lado de varias chicas que saltaban la cuerda velozmente mientras las otras las animaban; pasó a un lado de otro grupo de chicas, que se encontraban haciendo una rutina de ejercicio usando los bancos de diferentes tamaños. La clase de Vanessa era la que más ejercicios realizaba durante las clases de física, a diferencia de las otras, en donde la gran mayoría de los alumnos decidían ir a sentarse en las gradas de las canchas; era algo que al mismo profesor de física le gustaba, y a pesar de que no participaran en torneos deportivos, él sabía que era la clase más activa a pesar de lo que las apariencias indicaban. Las cuatro chicas tenían una de las cuerdas y estaban saltando, mientras que Vanessa y otra de sus amigas corrían alrededor de la cancha. El profesor vio el rostro de Vanessa, era un rostro decidido, luego se dio cuenta de la gran diferencia de distancias que había entre ella y su amiga, era ella quien iba más adelante. De las pocas veces que las había visto, era Vanessa quien iba siempre al final, pero el hecho de que ella estuviese frente a la otra chica lo interesó mucho. Se acercó a las otras dos chicas, que mientras brincaban la cuerda, veían a Vanessa y a la otra chica correr, tenían expresiones de sorpresa marcadas en su rostro, ninguna se había esperado que Vanessa fuese tan rápida. Pasaron unos cuantos segundos antes de que Vanessa llegara con ellos de nuevo, y cuando lo hizo llegó sudando, respirando rápidamente y se veía roja.
—¿Cómo lo hice? —Preguntó Vanessa al ver a las otras dos chicas.
—Increíble, nunca habías corrido así antes —Le dijo una de ellas. Detrás de Vanessa apareció la otra chica, quien estaba igual que Vanessa: sudando, roja y respirando rápidamente.
—Me ganaste. Rayos, sí que has cambiado Vanessa —Le dijo la chica, quien se puso a toser luego de hablar. Vanessa se dio cuenta de que el profesor estaba allí.
—Hola profesor, ¿qué lo trae por aquí? —Le dijo Vanessa, quien ya se había recuperado, mientras que la otra chica apenas podía hablar.
—Las estaba viendo a las cuatro, al parecer has mejorado —Contestó él mientras miraba a Vanessa.
—Puede que luego de haber pasado la mitad del día trabajando en un jardín por fin me haya puesto en forma —Contestó ella, burlándose.
—No lo sé. Haya sido lo que fuese realmente te ha hecho ver diferente Vanessa. ¿Fuerza de voluntad tal vez? —Dijo él.
—No importa que haya sido, fue para bien —Dijo una de las amigas, quien le pasó su cuerda a Vanessa. La otra chica hizo lo mismo con la que había corrido con Vanessa, y cuando ambas estuvieron paradas juntas salieron corriendo, de inmediato tanto Vanessa como la otra chica comenzaron a saltar la cuerda.
El profesor se fue, dejando a las cuatro chicas haciendo ejercicio. Vanessa había olvidado por completo lo que pasaría esa tarde, había despejado totalmente su mente de cualquier pensamiento que no estuviese relacionado con lo que se encontraba haciendo. Había perdido la noción del tiempo, y únicamente se había concentrado en hacer lo mismo que sus amigas: divertirse mientras hacían ejercicio. La clase pasó, las cuatro seguían como todas las clases de siempre, y no terminaron hasta que el timbre sonó, mientras que muchos ya se habían cansado para el final de la clase, y ellas aún tenían la fuerza para enfriar. De todo el grupo ellas eran las más atléticas, y se repetía lo mismo con las amigas de Erika y las de Sofía. Pero ser las más atléticas no les traía beneficios que no fuesen sobre su salud, y a ellas no les molestaba en lo absoluto. Vanessa nunca había entrenado así antes, siempre lo había hecho con calma, y sí, le funcionaba, pero ahora, sabiendo que tenía que cambiar, no tuvo más que la opción de esforzarse más al hacerlo, aunque no era solo por eso, también era el hecho de que había dejado a un lado todo, había despejado completamente su mente, algo que no había hecho antes durante alguna clase de física. Todos regresaron al salón, la gran mayoría con rostros de decepción al saber que la siguiente clase sería la de matemáticas. Las tres chicas tenían rostros animados, alegres, y aunque tenían la frente empapada de sudor seguían igual.
Llegaron al salón, y cuando entraron vieron que el profesor ya estaba en el salón y había algunas ecuaciones escritas en el pizarrón. Tan pronto como llegaron a sus asientos las cuatro sacaron sus libretas y comenzaron a anotar las ecuaciones. El profesor estaba igual que siempre, tenía la misma expresión amigable, y hablaba con el mismo tono de siempre. Los demás, mientras entraban al salón veían al profesor con enojo y rabia, algunos de ellos ya sabían que habían reprobado el semestre sin si quiera haberlo terminado. Muchos odiaban al profesor, y él lo sabía, pero comprendía que su forma de enseñar era de las mejores al ver a otros estudiantes salir con tan buenas calificaciones. El grupo de Vanessa fue el primero en terminar las ecuaciones, se las llevaron al profesor quien las felicitó. Lentamente otros comenzaron a llevar las ecuaciones terminadas, y como se acercaban al profesor se iban, llevándose una sonrisa en su rostro al saber que las habían hecho bien. Cuando la gran mayoría había terminado el profesor se levantó y comenzó a explicarles el nuevo tema. Como en las clases anteriores, Vanessa no podía hacer anotaciones y escuchar al profesor al mismo tiempo, debía de hacer una cosa u otra si no quería perderse. No importando que tanto se hubiese relajado en la clase de física eso no le había evitado que se estresara de vuelta al regresar a la clase. Con trabajo logró seguir lo que el maestro tenía que explicar, y para cuando comenzó a anotar los primeros ejercicios su mente se encontraba hecha un caos, tuvo que preguntar varias veces a sus amigas el procedimiento mientras trataba de realizar las nuevas ecuaciones.
Había una sola cosa que la había hecho seguir después de todo: ese día, durante la tarde, podría hablar de sus problemas, aunque fuese por unos cuantos minutos, con una persona experta, una persona que la escucharía y que no la juzgaría. En realidad era una terapia familiar con su padre y su madre, pero eso no evitaba que podría hablar con el terapeuta de sus problemas buscando así una razón por la cual odiaba tanto a su padre. Ella seguía esperando a que el momento llegara, estaba a punto de estallar llenando su cabeza de cosas que podría decirle en cuanto lo viese. Aún había cosas que no comprendía, como el porqué el estrés que tuvo durante el día; porqué había, de un día para otro, hablado con su padre de la forma más calmada y gentil...
No faltaba mucho para que la clase terminara, una vez más, el pequeño grupo había terminado las nuevas ecuaciones, pero con más esfuerzo que el de antes por el hecho de que Vanessa terminaba confundiéndose y tenían que explicarle de nuevo. Para cuando finalmente terminaron, aunque tardaron, volvieron a ser las primeras. Las cuatro se levantaron y caminaron al profesor, y mientras pasaban a un lado de los demás estudiantes algunos de ellos las veían con expresiones confundidas en sus rostros al no comprender los nuevos ejercicios, había algunos quienes se reían y se relajaban al no tener la obligación ni el deseo de realizar las ecuaciones, pero a comparación del resto, ellos ya no tenían ni una sola razón para si quiera tratar de hacerlos. Las cuatro chicas se acercaron, le mostraron sus libretas al profesor, quien sonrió al verlas.
—Como siempre, las primeras —Dijo él mientras les regresaba a cada una sus libretas. La de Vanessa fue la última libreta que recibió, y al ver los rayones y los borrones que había esparcidos por más de tres páginas él se extrañó —¿Hay algo de lo que quieras hablar?
—La verdad, no. He hablado muchas veces antes, he compartido mis problemas con usted, pero esta vez no será así, ¿sabe porqué? Esta vez no es un problema, es una solución la que me aqueja.
—¿Cómo es eso? —Preguntó él mientras ponía a un lado la libreta y se sentaba en la silla, permitiendo a Vanessa sentarse en una esquina de la mesa.
—Hoy iré a terapia junto con mi padre. Hace menos de dos días ni si quiera le dirigía la palabra por que siempre terminábamos gritándonos el uno al otro, pero ayer, luego de haber pasado la tarde platicando con Erika y Sofía, las tres nos dimos cuenta de muchos de nuestros problemas; Erika lloró cuando la confrontamos; yo simplemente me frustré un poco, pero al saber que lo estábamos haciendo por mi bien me calmé; y luego Sofía, ella se dio cuenta por si misma
de algo, no estoy segura de qué, pero lo hizo. Luego de que pasase eso fui a mi casa, el resto de mi familia estaba cenando, mi padre preguntó algo, y cuando lo hizo, como si toda mi vida lo hubiese hecho, le respondí con calma y gentileza.
—¿Y es eso lo que te aqueja?
—Sí, pero no es solo eso, lo que me aqueja es el hecho de que eso haya ocurrido. El haberme dado cuenta de mis problemas, que mis amigas me hubiesen confrontando por ellos... me parece imposible que eso me hubiese cambiado en cuestión de horas.
—Pero lo hizo, te pasó, es posible. No puedes quejarte por algo bueno. Como dicen: “Si la vida te da limones, haz limonada” Aprovecha y sé feliz con lo que tengas.
—¿Pero cómo puedo ser feliz si ignoro la razón de esto?
—Sabes, la ignorancia es la fuente de la felicidad más grande que puedes encontrar. Ignora las muertes, el dolor, el miedo, y puedes tener la mejor vida que nunca hubieses imaginado.
—¿Debo ignorar el porqué ocurrió eso?
—No, pero mientras descubres que fue lo que pasó, que fue lo que lo provocó, puedes disfrutarlo. No debes de estresarte todo el tiempo por esto, disfrútalo, aunque sea por un poco de tiempo, pero hazlo.
—Usted siempre sabe como animarnos —Le dijo Vanessa, quien tomó su libreta.
—Piensa en lo que te dije. Si quieren ya pueden retirarse —Les dijo él mientras se levantaba de la silla e iba a mirar el trabajo de los demás. Las cuatro fueron a tomar sus mochilas y comenzaron a caminar hacia la puerta del salón.
—Miren a sus consentidas, ya se van —Dijo alguien al fondo del salón dirigiéndose a las cuatro chicas. Las cuatro se detuvieron cuando vieron al profesor mirar hacia él.
—Se van por haber terminado el trabajo, que por cierto, ustedes ni si quiera han empezado, además de que no me gustaría hacerlas esperar sabiendo que tienen cosas más importantes que esperar sin hacer nada —Contestó el profesor mientras caminaba hacia el pequeño grupo de chicos. Otros compañeros de clase se burlaron de ellos por la respuesta que les dio.
—No hemos hecho nada porque no hay razón para hacerlo, reprobamos —Contestó otro de ellos agresivamente en respuesta al comentario del profesor.
—Reprobar no significa volverse un puñado de haraganes, flojos y desinteresados, de hecho, debería de volverlos más activos por que saben que no podrán ir a la universidad si no pasan el examen extraordinario, por lo que deberían de estar más estudiosos que nunca.
—No pensamos en ir a la universidad, queremos ser vendedores ambulantes —Se burló uno de los chicos.
—¿En serio? Porque sus padres han gasto dinero, mucho dinero en hacerlos venir a la escuela, en comprarles sus uniformes, sus libros, sus libretas y en darles el dinero para que se puedan transportar hasta aquí. Fácilmente pudieron haberse ahorrado mucho dinero y haberlo gastado en ellos en lugar de haberlo desperdiciado en ustedes, pero no fue así —Contestó él.
—Ellos lo hicieron porque quisieron, nosotros ni queríamos venir —Respondió otro de los chicos.
—Si es así, ¿por qué siguen viniendo a la preparatoria? No piensan estudiar, ni aprobar, ni mejorar. Ya no hay razón para estar aquí.
—Venimos aquí a pasar el rato.
—Pueden pasar el rato afuera de la institución, así le hubiesen ahorrado dinero a sus padres.
—No queremos, preferimos estar aquí dentro del salón de clases —Respondió otro con un tono molesto. Los chicos habían comenzado a cansarse, pero no tanto como el profesor, que luego de haberlos soportado durante ya dos años había llegado al límite.
—Y yo prefiero que estén fuera. No piensan estudiar ni ponerse a trabajar, y no tienen otra cosa más que “pasarla bien”, así que les pido por las buenas que se larguen de mi clase —Dijo él mirándolos a ellos con una expresión de enojo. Se dio la vuelta y habló para el resto de la clase —¡Esto es para todos, si hay alguien más que no quiera estudiar, puede salirse! No quiero perder mi tiempo con estudiantes que ni si quiera estudian, son solo alumnos, no, ni si quiera son eso, son escoria, y serán excluidos por toda su vida de la misma forma que acabo de hacerlo con ellos cinco.
—No puede sacarnos del salón, es injusto —Dijo uno de los chicos, quien se levantó de su silla en forma amenazadora.
—Es más que justo —Dijo Vanessa, quien caminó hacia el profesor y se paró a un lado de él—Él pierde su tiempo tratando con ustedes, con personas que no muestran interés en aprender. Él podría estar ayudando a otros quienes no le entienden a las operaciones pero que como mínimo se esfuerzan por intentarlo, pero en su lugar está aquí lidiando con revoltosos como ustedes.
—Vanessa, no quiero ser grosero, pero no quiero que te metas en peleas con tus compañeros de clase.
—Es muy tarde, ya se metió en una. Tenemos derechos, no puede sacarnos.
—Puedo hacerlo, su obligación es estudiar, no lo están haciendo, y no estoy obligado a tenerlos aquí si no hacen algo productivo, además, no estoy violando ninguno de sus derechos. Así que, se los repito de nuevo, salgan del salón o me veré en la obligación de hablarle al prefecto para que los saque del salón.
—Es tan gallina que no puede sacarnos él mismo.
—No, no soy tan estúpido como para sacarlos por mi cuenta. Prefiero que alguien con la autoridad suficiente los saque —Contestó él, se dio la vuelta y miró a Vanessa y a sus amigas —Chicas, necesito que traigan al prefecto, al guardia, y si pueden, a alguien de servicios sociales.
—Sí —Contestó Vanessa, caminó hacia las otras chicas, y una vez que estuvieron juntas salieron del salón.
Al salir escucharon al profesor que continuó hablando con el grupo arrogante de chicos. Comenzaron a caminar, y mientras lo hacían charlaban.
—Qué idiotas —Dijo una de las chicas.
—La verdad sí, no puedo creer que se enfadaran cuando él los confrontó —Le dijo otra.
—Es normal, la verdad a veces puede ser dolorosa e hiriente, y el hecho de que él los confrontara los lastimó mucho —Les explicó Vanessa —De hecho, si hubiesen reaccionado amablemente, sería muy extraño.
—¿Y por qué lo dices? —Preguntó otra de las chicas.
—Enfrentar la verdad puede ser más difícil que esconderla, y el hecho de que te la restrieguen en la cara de esa forma, o te hace enojar o te deprime, una de las dos, como ocurrió conmigo, o con Erika.

—Solo espero que no termine horriblemente, conociéndolos a ellos, puede ocurrir algo malo —Le añadió otra de las chicas.
—Hay que apurarnos y hablarle al prefecto, si lo hacemos a tiempo podremos evitar una tragedia.
—Cierto —Dijo Vanessa.
Las cuatro comenzaron a caminar más rápido, llegaron al patio principal, en donde vieron al guardia de seguridad y al prefecto haciendo rondas, de inmediato corrieron a avisarle. Los dos escucharon atentamente lo que tenían que decir, y luego una de las chicas añadió el hecho de que las cosas podrían complicarse muy pronto. Los dos mostraron una mueca sorpresiva, casi invisible, y al momento de hacerlas salieron corriendo los dos, dirigiéndose al salón. Las cuatro continuaron caminando, esta vez dirigiéndose a las oficinas. Vanessa recordó en ese momento el día que decidió enfrentarse a sus molestos compañeros de clase, recordó como les lanzó sillas, les gritó y los golpeó repetidamente, y luego como el prefecto decidió llevarla a la oficina de la directora para aplicarle un castigo por lo que había hecho. Esa había sido la única vez que había entrado a la oficina de la directora. El camino que tomaron para llegar a las oficinas de servicios sociales era el mismo que había tomado ese día, lo recordaba claramente, como si hubiese pasado días antes. Imágenes de lo ocurrido cruzaban por su mente mientras caminaba a un lado de sus amigas, y entre las distintas imágenes logró distinguir una, una que le llamó la atención: Ella estaba sentada en su silla en el salón de clases, era el primer año de haber entrado a la preparatoria, y en esas fechas aún era acosada y atacada por el pequeño grupo de alumnos. Bolas de papel le eran lanzadas, gomas y sacapuntas de metal, ella sentía cada uno de los golpes de estos objetos como si fuesen puñaladas en su espalda. Sintió como algo la empujaba a ella y a sus libretas, que cayeron al suelo, cuando se agachó a recogerlas se encontró con la mano de otra persona, esta levantó un par de libretas. La mirada de Vanessa lentamente se dirigió al rostro de la persona, y cuando sus miradas se cruzaron ella pudo ver quien era. Era una de sus actuales amigas, incluso, en ese momento ellas ya se preocupaban por ella. Cuando terminó de recordar, una pequeña sonrisa apareció en su rostro, regresó lentamente su atención a sus alrededores y vio que se encontraban ya frente a las oficinas.
Una de las amigas de Vanessa hablaban con una de las secretarias, cuando escuchó lo que estaba pasando dejó de inmediato lo que estaba haciendo y salió corriendo de la oficina.
—Creo que eso es todo —Dijo la amiga, quien regresó con el resto.
—Ya no tenemos nada más que hacer, ¿nos vamos? —Preguntó otra de las chicas, quien miró a las demás en espera de una respuesta.
—Sí, no es que estemos obligadas a quedarnos, Vanessa, ¿vienes? —Le preguntó de nuevo la primer chica que habló.
—No, esta vez no. Bueno, sí, voy a irme, pero no podré ir con ustedes.
—Cierto, la cita. Espero que te vaya bien. Bueno, entonces aquí nos separamos, te vemos mañana —Dijo otra de las chicas, quien se despidió de ella abrazándola.
—Oye, ¿puedo hablar contigo unos minutos? —Le dijo Vanessa a una de las chicas antes de que se diera la vuelta.
—Sí. Adelántense, ahorita las alcanzo —Les dijo ella mientras se alejaba de ellas y se iba junto con Vanessa. Ambas se alejaron de las otras, y cuando estuvieron alejadas lo suficiente de ellas hablaron.
—Mientras veníamos para acá recordé mi primer año, pude recordar uno de esos tantos días en los cuales un grupo de desgraciados abusaban de mí física y verbalmente.
—Sí, recuerdo eso, todo el tiempo te molestaban.
—Sí, y no sé si recuerdas esto pero, tú fuiste la primera que me ayudó con este problema.
—¿En serio? No lo recuerdo.
—Ellos tiraron mis libretas, tú me ayudaste a recoger un par de ellas. Luego del incidente con ellos nunca había venido de regreso aquí, no hasta ahora, y hacerlo me trajo recuerdos de ese día. Eso me dejó ver lo estúpida que fui al no darme cuenta desde ese momento lo que ocurría.
—Lo haz dicho varias veces y también nos lo haz repetido, hay muchas cosas de las que no tenías idea, cosas que ignorabas. A todos les pasa, y puedo poner esa misma situación como un ejemplo mío: yo no me di cuenta de lo mal que estabas, y cometí la estupidez de no ayudarte más y simplemente me quedé observando. Todos, absolutamente todos no hemos tenido idea de las cosas que pudimos haber hecho en algún momento, y cuando nos damos cuenta ya es muy tarde para hacer algo. No es que podamos viajar en el tiempo y simplemente cambiar lo ocurrido, no, debemos de aprender a vivir con nuestras decisiones no importando si fueron beneficiosas o empeoraron, y si en algún momento esas decisiones del pasado vienen y te acechan debes de hacer algo para compensarlas, y eso es exactamente lo que debes hacer. Yo lo hice volviéndome tu amiga, compensé el grave error de no haberlo hecho antes, y tú, compensaste el error de no habernos hablado antes hablando con nosotras después. No siempre tenemos una segunda oportunidad, pero cuando la tenemos la aprovechamos.
—Tienes razón, mucha razón en lo que dices. Gracias —Le dijo Vanessa. Ambas se despidieron, ella alcanzó a las otras tres, Vanessa no se movió de allí de inmediato, esperó a que las demás se fuesen antes de comenzar su recorrido de vuelta a su casa.

 Varios minutos luego de haber salido de la preparatoria escuchó el timbre de salida, y minutos después comenzó a ver a diferentes alumnos pasar a un lado de ella. No le importaba ser dejada por los demás, ella solo pensaba en lo que pasaría de allí en adelante. Una vez más, sus amigos la hicieron ver la verdad, le mostraron la realidad de su vida, una vida que había vivido erróneamente. Mientras caminaba por la calle pensaba en las cientos de cosas que habían ocurrido en su vida, las cosas que fueron buenos o malas para ella, decisiones tomadas, pensamientos hechos... Su vida entera se mostró frente a sus ojos y a su nueva forma de mirar el mundo. 



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