Una
historia corta de "suspenso"; parte de la Saga Experimental
que trata pequeñas historias de distintos géneros y con distintos
estilos cada uno. que busca establecer un estilo fijo para futuras
publicaciones.
Se podría decir que son simples pruebas para ver qué tal salen las cosas.
*Un mejor resumen y más detallado será publicado en un futuro.*
Se podría decir que son simples pruebas para ver qué tal salen las cosas.
*Un mejor resumen y más detallado será publicado en un futuro.*
"Aquella anciana que vivía en aquella vieja casa; quien solo salía a comprar alimento al centro comercial, y quien siempre pagaba con monedas y nunca con billetes; quien nunca saludaba, y quien nunca era saludada; quien se la pasaba mirando a través de la ventana de su habitación, sentada sobre su cama, mirando en dirección del pequeño lago que descansaba justo a unos cuantos metros de distancia de donde ella se encontraba; quien colocaba fuego todas las noches en la chimenea, iluminando su sala y su comedor, a pesar de que no pasaba más de unos cuantos segundos ahí; Esa anciana era la misma anciana que se sentaba cada mañana al borde de su cama, miraba por la ventana en dirección al lago, y sonreía cada vez que se encontraba con la superficie cristalina del agua..."
El interior de la casa donde ella
habitaba no era muy distinto a como era en el exterior -donde se
podía observar que el paso del tiempo golpeó fuertemente a la
misma, llenando de agujeros los muros de madera; tumbando ladrillos
de la chimenea; quitando todo color de la estructura; y dejando el
inmueble en un estado de trance, esperando a que alguien la reparase
o a que el tiempo mismo la terminara por derrumbar –, y de hecho,
podría decirse que el estado de las cosas dentro de la casa era
mucho mejor; con muebles viejos y empolvados; cortinas rasgadas y a
punto de caerse; el papel tapiz enmohecido; pero al menos aún
utilizables, y con un poco más de tiempo de vida que la casa misma
donde se encontraban.
La
habitación de la anciana no era muy diferente al resto de la casa;
su cama estaba tendida con cobijas y sábanas de color gris, rasgadas
y viejas; la base de ésta era de madera, y cada vez que se subía a
la misma ésta rechinaba y crujía, como si fuese a explotar; la
ventana por donde miraba cada día era un simple marco de madera con
una pequeña cortina –que se encontraba igual que todo lo demás en
la casa: viejo, rasgado, lleno de polvo, y a punto de desprenderse-,
que se encontraba colgando justo sobre la ventana, pero que se
encontraba atorada en contra de un clavo que salía del marco, y por
esto podía ver la anciana hacia el exterior sin problema alguno;
además de esto, había un armario con las bisagras de las puertas
botadas, éstas no cerraban, y dejaban el armario siempre abierto;
había una pequeña silla de madera ya muy vieja, que únicamente se
encontraba haciendo bulto en un rincón de la habitación, donde
también se encontraban otros objetos, como una lámpara vieja, una
mesita de noche sin patas, un televisor con la pantalla destrozada, y
un oso de peluche con la mitad de la cabeza desaparecida, dejando el
relleno de algodón regado por todo el suelo.
Pero,
aún si ella se la pasaba todo el tiempo en su habitación, y no
subía por ninguna razón al segundo piso de la casa, de vez en
cuando, en el momento en el que regresaba de hacer las compras,
miraba hacia el ventanal que había en el ático, y sonreía, como si
hubiese recordado algo.
¿Qué
había exactamente en el ático? Primero habría que hablar de lo que
había en el segundo piso. Nada.
Sí,
no había absolutamente nada en el segundo piso, exceptuando la
gruesa capa de polvo que cubría el suelo, y los ladrillos y pedazos
de madera que se habían desprendido del ático con el tiempo.
En
contraste, lo que se encontraba en el ático era más que polvo y
escombros. Ahí se podían encontrar libros a punto de desaparecer,
que con cada brisa de viento que corría por el ático disolvían en
el viento un poco más de éstos; cajas y cajas de cartón
enmohecidas, todas guardando objetos que una vez fueron atesorados en
el pasado, y que ahora han sido completamente olvidados y dejados
para nunca ser recordados de nuevo; muebles destrozados, algunos por
el tiempo mismo que los llevó a sus últimos momentos, y otros más
por humanos, que por los motivos que tuviesen decidieron darles fin a
su existencia; algunos aparatos electrónicos arrumbados junto con
bolsas y bolsas de cosas que habían sido olvidadas, todo esto
habiendo sido utilizado más de una vez, y que terminó siendo
abandonado como todo lo demás; Un montón de muñecos de felpa,
juguetes y otras cosas, todos siendo cosas que una vez pertenecieron
a la anciana; cientos y cientos de cosas, todas adornando ése lugar,
no haciéndolo ver como el piso debajo de éste, el segundo piso, que
se encontraba completamente vacío, y donde ni si quiera el viento
soplaba.
Un
lugar triste. Un lugar tétrico. Un lugar solitario. Un lugar que
guardaba cientos de recuerdos. Un lugar anticuado. Un lugar
silencioso. Un lugar malvado…
Así
era como los vecinos llamaban a esa casa en donde vivía aquella
anciana; así era como todas las personas que alguna vez vieron ese
lugar llamaban, que contrastaba con las cientos de viviendas
coloridas que se encontraban a su alrededor; Así era como
denominaban los jóvenes de la ciudad a aquella casa que era tan
popular entre sus comunidades; Así era como los artistas definían
ese lugar; así era como todo el mundo llamaba su casa, todos excepto
ella.
Para ella era su hogar; para ella era donde había crecido; para ella era su santuario; para ella era el lugar donde vivía; era el lugar donde dormía, comía, y pasaba el tiempo; era el lugar donde todas sus memorias se encontraban; y era el lugar con la mejor posición para poder ver el lago que se encontraba justo detrás de la casa.
Para ella era su hogar; para ella era donde había crecido; para ella era su santuario; para ella era el lugar donde vivía; era el lugar donde dormía, comía, y pasaba el tiempo; era el lugar donde todas sus memorias se encontraban; y era el lugar con la mejor posición para poder ver el lago que se encontraba justo detrás de la casa.
Ella
estaba sola, no tenía a nadie, y nadie la tenía a ella.
Y ese hecho, el hecho de que una anciana ya con el cabello gris, y que tenía paso de tortuga, vivía en una casa vieja, sin protección y sin cuidado de nadie, hizo que una chica se interesara en ella. Una simple chica, que no destacaba en nada, y que no era importante para nadie, fue quien decidió un día visitar a la anciana, esperando poder lograr algo, no sabía qué, pero esperaba con ansias que algo bueno llegara a salir de eso.
Y ese hecho, el hecho de que una anciana ya con el cabello gris, y que tenía paso de tortuga, vivía en una casa vieja, sin protección y sin cuidado de nadie, hizo que una chica se interesara en ella. Una simple chica, que no destacaba en nada, y que no era importante para nadie, fue quien decidió un día visitar a la anciana, esperando poder lograr algo, no sabía qué, pero esperaba con ansias que algo bueno llegara a salir de eso.
Aquella
joven caminó por el terreno que rodeaba la casa, que se encontraba
lleno de hierbas secas, y se dirigió a la entrada de ésta, y cuando
estuvo parada justo frente al pórtico, temió que, al momento de
pisar el primer escalón éste se rompiese y la casa entera se
viniese abajo. Pero no fue así. Dio el primer paso, la madera crujió
pero no llegó a más, y sabiendo que la casa no se vendría abajo,
ella subió los siguientes tres escalones y terminó parada justo
frente a una puerta blanca, o que ahora era blanca.
Con
mano temblorosa, no del miedo si no de los nervios, cerró su puño y
golpeó un par de veces la puerta. Esperaba que la anciana que vivía
ahí saliese llevando puesto un camisón, la mirase con una sonrisa,
y la recibiese con un abrazo. Nada de eso. El silencio pronto la
rodeó, esperó varios minutos antes de volver a tocar, y cuando lo
hizo nada fue distinto. La anciana no salió. Aquella sonrisa
carismática que tanto deseaba ver y el poder compartir el calor
corporal en un abrazo nunca ocurrió, y ella, aquella chica, se quedó
parada ahí, esperando.
No
pasó mucho tiempo antes de que alguien le cuestionase qué hacía
ahí parada frente a la puerta, y cuando ésta contestó que buscaba
a la anciana, le contestaron lo que todos le habían dicho antes:
“Ella nunca sale mas que para ir de compras, no esperes que te
responda la puerta, y mucho menos que te deje entrar a su casa. Así
es ella, y nunca va a cambiar.”
Pero
ella tenía esperanza, seguía deseando que su visión de lo que iba
a ocurrir en cuanto la viese parada ahí frente a su puerta se
hiciese realidad. Y el día llegó a su fin, la anciana nunca
contestó a su llamado, y la chica regresó a su casa.
Pero
al día siguiente, luego de un buen descanso, la chica realizó el
mismo ritual que el día anterior, solo que un par de horas antes.
Caminó
hasta el pórtico de la casa evadiendo las hierbas en su paso; subió
por los escalones del pórtico que rechinaban a cada paso que se
daba; y terminó parada frente a la puerta. Dio un gran suspiro,
volvió a cerrar su mano temblorosa en un puño, la acercó a la
puerta, y tocó tres veces.
Esperó.
Y
esperó.
Y
luego de haber esperado lo suficiente volvió a tocar.
Y
de nuevo volvió a esperar.
Y
así siguió durante todo el día, solo deteniéndose para poder
llamarla gritándole, o para poder contestar a las preguntas de las
personas que paseaban por ahí y que cuestionaban sus intenciones al
mantenerse parada frente a la puerta de la casa de aquella anciana. Y
la respuesta era siempre la misma: “Espero a la anciana.”
Y
la respuesta de los paseantes era, de igual forma, la misma: “Ella
nunca sale mas que para ir de compras, no esperes que te responda la
puerta, y mucho menos que te deje entrar a su casa. Así es ella.”.
Y de vez en cuando añadían: “Pero, si llegara a responder, si
llegara a abrir esa puerta y decidiera mostrarse frente a ti, por
ninguna cosa toques nada de sus pertenencias. Son objetos frágiles,
se pueden romper incluso con el simple hecho de que respires sobre
ellos.”
Un
comentario extraño, pero no para ella. Sabía perfectamente qué era
tener objetos frágiles. Ella tenía en su propiedad un par de
figuras de cristal talladas a mano, eran un regalo de su padre. Las
cuidaba tanto al grado que las tenía en un armario con puertas de
cristal, fijado en contra de la pared, con las puertas cerradas con
llave y candado. No podía permitir que en un accidente se viniese
abajo el mueble, y mucho menos que cuando sus parientes llegasen de
visita éstos decidiesen tocar aquellas figurillas que tanto
protegía. Ella entendía perfectamente qué era tener objetos
frágiles, y entendía perfectamente las medidas que debían de
tomarse para poder protegerlos.
Luego
de varios días de haber pasado parada durante horas, desde el
amanecer hasta el anochecer, por fin, un día, la puerta se abrió.
Un
crujido se escuchó, la perilla giró, y del interior de la casa una
nube de polvo salió.
La
puerta blanca se comenzó a mover, y una mano delgada y llena de
arrugas, con manchas y algunas cicatrices se asomó, agarrando el
marco de la puerta buscando apoyo.
Una
sonrisa apareció en el rostro de la chica, sus ojos se llenaron de
un brillo especial, algo dentro de ella había despertado. Cuando vio
los primeros cabellos plateados surgir de la apertura entre la puerta
y el muro, ella se emocionó aún más.
Y
en el momento en el que vio su rostro –arrugas por doquier, manchas
de la edad, un rostro cansado y pálido, con ojeras rodeando sus
ojos, y unos cuantos dientes perdidos de su dentadura –, una enorme
sonrisa apareció en su rostro, yendo de oreja a oreja, y todo el
discurso que había tenido planeado decir terminó desapareciendo de
su cabeza. Quiso decir algo, quiso poder hablar, quiso poder
reaccionar, quiso poder hacer algo más que sonreír, pero no pudo.
Se sintió como una estúpida al tener una sonrisa tan grande en su
rostro sin tener nada qué decir, pero, pronto ese sentimiento
desapareció al momento en el que la anciana salió por completo de
la casa, cerró la puerta detrás de ella, y caminó a un lado de la
chica ignorando completamente su presencia.
La
sonrisa desapareció y ella se llenó de un sentimiento de decepción,
pero, aún así, ella no se quedó así, y corrió detrás de la
anciana, quien ya había ganado distancia entre ella y la chica.
Corrió
detrás de ella, y cuando la alcanzó de inmediato se puso a su lado
y comenzó a caminar junto a ella.
“Disculpe…”
Ella
no contestó.
“Tengo
una pregunta que hacerle.”
Siguió
sin contestar.
“Desde
hace varios días había querido hablar con usted, he visto que…”
Y
la chica comenzó a hablar. Comenzó a narrarle las razones por las
cuales ella había decidido ir a buscarla, cómo es que ella estuvo
durante varios días esperando frente a la puerta de la casa,
llamándola una y otra vez durante el transcurso del día sin recibir
respuesta alguna. Le narró parte de su vida, le narró parte de la
vida de sus padres, sus hermanos, sus sobrinos, sus amigos, sus
maestros, sus vecinos, incluso sobre sus mascotas y las mascotas de
otros; sobre su vida en la escuela, su vida diaria, su vida en su
trabajo; sobre sus aficiones recurrentes, sobre lo que le gustaba
hacer y lo que más le disgustaba; sobre sus gustos, qué animal
prefería, qué comida era su favorita, el clima que más apreciaba,
y sobre todas y cada una de las cosas que odiaba.
Todo ésto que le dijo a la anciana fue necesario, al menos para ella, para poder hacerle entender a la mujer la razón por la cual ella había llegado a la conclusión de que debía de hablar con ella. Y tras varios minutos caminando a paso veloz -cosa que le pareció extraña considerando que había visto a la anciana caminar mucho mas lento antes-, por fin ella se calló, la anciana alentó el paso y miró a la chica.
Todo ésto que le dijo a la anciana fue necesario, al menos para ella, para poder hacerle entender a la mujer la razón por la cual ella había llegado a la conclusión de que debía de hablar con ella. Y tras varios minutos caminando a paso veloz -cosa que le pareció extraña considerando que había visto a la anciana caminar mucho mas lento antes-, por fin ella se calló, la anciana alentó el paso y miró a la chica.
“Lo
siento, no he escuchado lo que me has dicho muchachita, ¿podrías
repetírmelo?”
Y
la anciana le contestó, con una voz seca, cansada y algo rasposa,
mirando a sus ojos, completamente inconsciente de que la chica le
había estado hablando por los últimos veinte minutos.
Y
aunque la chica había esperado a que la mujer contestase otra cosa,
el si quiera haber podido escucharla hablar le fue suficiente como
para poderle regresar la sonrisa que había tenido el momento en el
que tocó por primera vez en la puerta de la casa de la anciana. Y,
sin esperar más, con todos los ánimos del mundo, ella repitió todo
lo que había dicho, desde el hecho del porqué se encontraba
siguiéndola, hasta el momento de hablarle de nuevo sobre las cosas
que le gustaban y aquellas que odiaba. Y cuando terminó, miró a la
anciana a los ojos, quien sonrió.
“Eres
divertida muchachita.”
La
chica solo sonrió. ¿Qué podía responder? Solo una cosa.
“¿Por
qué no respondió cuando la busqué en su casa? Toqué varias veces
durante días y nunca se apareció.”
La
anciana se detuvo, ella hizo lo mismo, y ésta la miró directamente
a los ojos.
“¿Alguna
vez te haz ahogado en tus recuerdos?”
La
chica no supo responder, así que lo que salió de entre sus labios
fue una simple respuesta de dos letras.
“No.”
La
anciana sonrió y continuó caminando.
“Yo
tampoco. Pero, he estado pensando qué sería el ahogarse en los
recuerdos. ¿Sería, acaso, ahogarse literalmente entre cosas del
pasado, cosas que tuviesen algún significado y que te cubriesen de
pies a cabeza?, ¿o acaso sería más como en sentido figurado, ya
sabes, que tu mente se llenase de recuerdos y no tuvieses la
capacidad de poder identificar ni un solo recuerdo...?”
La
chica se quedó perpleja ante el comentario de la anciana. Por un
instante creyó que era una mujer senil, que se encontraba a un paso
de perder la cordura, pero lo que dijo, la dejó sin palabras.
“… No
me gustaría ahogarme en recuerdos, ni metafórica ni literalmente
hablando. Es por eso que mantengo mis recuerdos en orden.”
Continuó
hablando la anciana.
-Qué?-
Pensó la chica. ¿Qué se suponía que significaba eso? No lo
entendía, no le dio más importancia y continuó caminando al lado
de ella, esperando poder, si bien no entender cosa alguna de lo que
decía, al menos estar con ella para escuchar lo que tenía qué
decir.
Y
así siguieron durante un buen rato, caminando por las calles, una
diciendo una cosa y la otra respondiendo con otra.
La anciana no tenía idea del porqué la chica la seguía -ya que en el momento en el que ésta le estuvo explicando, ella no había dejado de pensar en los pasteles que vendían en el centro comercial, y cómo es que ella compraría un par para poder comerlos en la semana-, pero, aún si ignoraba la razón del porqué una chica tan curiosa y peculiar la seguía, ella estaba feliz por ello, ya que, por primera vez en mucho tiempo, ella pudo caminar al lado de otra persona, y no solo eso, si no que pudo hablar de nuevo con alguien, hablar de cosas que en el pasado habían sido de interés para sus amistades, y que con el tiempo fueron siendo olvidadas conforme éstas iban alejándose, llegando al punto en donde nunca más escuchó de éstas.
La anciana no tenía idea del porqué la chica la seguía -ya que en el momento en el que ésta le estuvo explicando, ella no había dejado de pensar en los pasteles que vendían en el centro comercial, y cómo es que ella compraría un par para poder comerlos en la semana-, pero, aún si ignoraba la razón del porqué una chica tan curiosa y peculiar la seguía, ella estaba feliz por ello, ya que, por primera vez en mucho tiempo, ella pudo caminar al lado de otra persona, y no solo eso, si no que pudo hablar de nuevo con alguien, hablar de cosas que en el pasado habían sido de interés para sus amistades, y que con el tiempo fueron siendo olvidadas conforme éstas iban alejándose, llegando al punto en donde nunca más escuchó de éstas.
Y
mientras tanto, la chica se sorprendía de la fluidez con la que la
anciana hablaba, y con la velocidad con la que podía cambiar un
argumento lógico y correcto en un batido lleno de palabras
incoherentes y sin sentido. Era divertido en un sentido. Extraño de
tantas maneras. Y la hacía feliz cada vez que escuchaba la risa casi
silenciosa de la anciana, quien se cubría la boca cada vez que reía,
como si buscara esconder su sonrisa.
Se
había imaginado en un comienzo ser recibida con un abrazo, pero, el
hecho de poder acompañarla a hacer las compras, fue extrañamente
más satisfactorio que cualquier otra cosa que ella pudiese haber
esperado.
Al
final de su larga caminata, llegaron al centro comercial, y estando
ahí, la anciana miró a la chica.
“Así
que venías al centro comercial también. Lo hubieses dicho antes,
habríamos compartido nuestras listas y habríamos podido ponernos de
acuerdo para poder comprar todo juntas… No importa chiquilla, ya
estamos aquí.”
La
anciana caminó unos pasos, y la chica la siguió, y cuando ésta
notó que la chica la seguía -cosa extraña considerando que ni si
quiera notó la presencia de ésta cuando se encontraba parada justo
frente a ella-, se dio la vuelta y la miró.
“Haremos
las compras juntas entonces. Pero no se te vaya a ocurrir irte y
dejarme toda preocupada, ¿entendiste?”
La
chica respondió alzando la cabeza un par de veces, la anciana
sonrió, tomó un carrito de supermercado que había aparcado cerca
de ambas, y comenzó a empujarlo junto con la ayuda de la chica,
quien sujetaba uno de los costados. No tardaron mucho en llegar al
interior del centro comercial, y estando adentro, no tardaron mucho
en terminar las compras.
Pasteles,
varios litros de yogur, servilletas y un par de vajillas nuevas -no
muy costosas por su puesto-, eso era lo que al final terminó dentro
del carrito. Era extraño, era curioso y muy peculiar los gustos que
aquella mujer tenía, pero, considerando que el pastel era de
chocolate y vainilla, la chica no tuvo nada más qué decir, ya que,
con solo saber eso, sabía que la mujer no estaba tan loca como todos
creían, ya que al menos tenía un gusto racional por los pasteles,
no como otras personas que ella conocía, que comían pastel de
chocolate y coco, u otros sabores extraños. Esas personas sí
estaban mal de la cabeza al gustarles algo tan desagradable.
“¿Solo
comprará eso?”
La
chica preguntó, luego de comenzar a colocar los productos frente a
la cajera.
“El
yogur es saludable, y a los gatos les gusta.”
La
chica no respondió de vuelta y solo se quedó observando, viendo
como la anciana contaba moneda tras moneda, y cómo la cajera sonreía
ante la chica.
“Disculpe,
¿tengo algo?”
La
chica le preguntó a la cajera en cuanto se dio cuenta de que la
observaba, a lo que la cajera respondió:
“Oh,
no, perdóneme. Es solo que, nunca antes la había visto con la
señora. Supongo que es su nieta o algo así, ¿no?”
La
chica sonrió y soltó una pequeña risa, la cajera continuó
sonriendo, esperando haber acertado en su suposición.
“No,
de hecho, no soy nada de ella.”
Sintió
la urgencia de decirle las razones por las cuales ella estaba
siguiendo a la anciana, y cuando estuvo por hacerlo, una moneda cayó
frente a la cajera, seguida de otro centenar de ellas: se le habían
caído de la mano las monedas a la anciana.
“Cuanto
lo lamento muchachita. Ahorita las levanto y vuelvo a contarlas.”
Dijo
la anciana con una expresión preocupada en su rostro.
“Contó
ciento cincuenta y dos pesos con veinte centavos. El dinero es exacto
y no necesita volverlo a contar.”
Contestó
la cajera sonriendo a la anciana, quien ya había comenzado a
levantar las monedas.
“¿En
serio? Eres muy inteligente muchachita. Pero, de nuevo, lo lamento.”
La
anciana dejó las monedas frente a la cajera, la miró, y le ofreció
una rebanada de pastel., que sujetaba con una de sus manos.
“Muchas
gracias, pero no puedo aceptarlo. El simple hecho de que usted siga
siendo nuestra clienta es suficiente.”
La
cajera sonrió, esperando recibir el mismo trato por parte de la
anciana, quien lo hizo. Sonrió, tomó las bolsas que llevaban dentro
sus compras, y comenzó a caminar, alejándose de ella.
“Que
muchachita tan agradable”
Le
dijo la anciana a la chica mientras veía de reojo la rebanada de
pastel que estuvo a punto de darle a la cajera.
“¿Acaso
usted no paga con billetes?”
La
chica preguntó, luego de haber pasado unos momentos tratando de
descubrir cómo es que le hizo la cajera para saber cuanto dinero la
anciana había contado hasta ese momento.
“¿Qué
es eso?”
La
anciana preguntó, curiosa. La chica no se esperaba esa respuesta,
así que se quedó en silencio y continuó caminando junto con la
anciana, llevando ella varias bolsas.
“Por
cierto… ¿sus compras solo serán ésto, pastel, yogur, y
vajillas?, ¿No cree que le hace falta algo más saludable?”
La
chica preguntó mientras observaba la cantidad obscena de cosas que
la anciana había comprado, y cuanto de eso era realmente útil para
ella.
“A
los gatos les gusta comer yogur. No pueden comer pastel. O tal vez
si. Nunca les he dado pastel, supongo que algún día debo de
hacerlo...”
Una
respuesta extraña, algo que dejó sin comentarios a la chica, quien
decidió guardar silencio durante todo el camino de regreso...
-¿Exactamente
qué es lo que quiere ésta jovencita?- Se preguntaba a si misma la
anciana mientras iba caminando a un lado de la susodicha.
Era
la primera vez en mucho tiempo que había tenido la dicha de poder
compartir la acera con alguien más; la primera vez en mucho tiempo
que pudo hablar con alguien; la primera vez en mucho tiempo de haber
pasado algo de tiempo con otra persona. Era la primera vez de muchas
cosas que no habían ocurrido desde hace ya mucho tiempo, y eso la
tenía emocionada, no sabía qué esperar, y no sabía qué podía
pensar sobre ello.
No
había hecho nada distinto, no había razón alguna por la cual la
chica deseaba tanto estar a su lado; no había razón obvia como para
que estuviese hablando con la chica; no había señal alguna del
porqué esa chica se apareció de la nada -De nuevo, ella no había
escuchado lo que la chica le había dicho ya dos veces, ya que se
había encontrado perdida pensando en los pasteles que terminó por
comprar, y cómo es que al llegar a su casa tomaría una rebanada y
se la comería con todo el placer del mundo-, tal vez era un
familiar, un amigo, alguien cercano; o tal vez era un desconocido,
una misteriosa entidad; tal vez un ladrón, tal vez un maleante, tal
vez alguien que deseaba hacerle daño; o tal vez, tal vez era alguien
como ella, alguien perdido, alguien sin nadie a su lado, alguien
solitario en busca de calor humano, alguien que también vivía en
una casa a punto de colapsar ubicada justo frente a un lago, y quien
se sentaba cada mañana a mirar por la ventana a mirar al horizonte.
Fuese quien fuese, a la anciana no le molestaba ni le afectaba en
nada la presencia de la chica, o mejor dicho, sí le afectaba, pero
para bien, ya que estaba peculiarmente cómoda andando a un lado de
la chica.
Y
llegaron a la casa, ahí ambas se pararon y se miraron entre sí.
“Muchachita,
gracias por ayudarme a llevar mis compras. Si gustas puedes pasar a
tomar una rebanada de pastel.”
Dijo
la anciana, mientras miraba el interior de una de las bolsas,
saboreando el pastel que en unos minutos más estaría consumiendo.
“No
es necesario, muchas gracias.”
La
chica contestó, llevando las bolsas que ella cargaba hasta el
pórtico, para luego regresar con la anciana.
“No
aceptaré un no. Ya compré una rebanada de pastel de más, y no
tengo pensado dársela a los gatos. No, no, no.”
La
anciana tomó del brazo a la chica y la llevó hasta el pórtico, ahí
abrió la puerta e hizo pasar a la chica. Ésta no tuvo ni tiempo de
reaccionar, y lo único que pudo hacer antes de ser llevada dentro de
la casa fue tomar las bolsas que había dejado momentos antes en el
suelo y las llevó consigo. La anciana entró a la casa enseguida que
la chica, y detrás de ella cerró la puerta.
“Lamento
que no esté arreglado, hace ya mucho que no había tenido visitas.”
Dijo
la anciana mientras caminaba hacia la cocina.
La chica solo se quedó parada, observando el interior de la casa, viendo el estado en el que se encontraba, y cómo es que el tiempo realmente había golpeado fuertemente a la casa y todo dentro de ella. Por un momento ella quiso dejar las cosas en el suelo e ir a explorar el lugar, pero de inmediato recordó que la anciana la esperaba en la cocina.
La chica solo se quedó parada, observando el interior de la casa, viendo el estado en el que se encontraba, y cómo es que el tiempo realmente había golpeado fuertemente a la casa y todo dentro de ella. Por un momento ella quiso dejar las cosas en el suelo e ir a explorar el lugar, pero de inmediato recordó que la anciana la esperaba en la cocina.
“Éste
lugar se ve peligroso, ¿no teme que pueda llegar a caerse?”
La
chica dijo, mientras caminaba hacia la cocina, llevando las bolsas
consigo.
“La
verdad, si éste lugar se viene abajo, no importaría.”
La
respuesta de la anciana sorprendió a la chica, quien de inmediato
decidió responder.
“Pero
éste lugar es muy viejo, debe de albergar muchos recuerdos
invaluables, ¿no?”
“Así
es, y de igual forma guarda muchas cosas que son irreemplazables.
¿Ves ese reloj que cuelga sobre la chimenea? Era de mi abuelo. Ha
dejado de funcionar ya, pero cuando aún se movían las manecillas,
era fascinante y muy interesante de ver, podía pasar horas
mirándolo.”
La
chica miró a la sala, y ahí, justo como la anciana había dicho,
descansando justo sobre la chimenea se encontraba un reloj circular.
Las manecillas estaban congeladas en el tiempo, y no se movían para
nada.
“Si
es así, ¿cuál es la razón por la cual no repara éste lugar?”
“Porque,
aun si se derrumba, los recuerdos ya están guardados. Todo puede
cambiar, pero los recuerdos nunca se irán.”
“¿Y
qué hay de sus pertenencias?”
“Todos
son objetos frágiles, con el simple hecho de que los toque llegan a
romperse. No hay forma alguna de poder salvarlos aún si así lo
desease.”
La
chica se detuvo en el pasillo, a unos cuantos pasos de entrar a la
cocina, miró a un lado de ella, y sujetado a un clavo en un muro
encontró una pintura de un lago, una luna brillando y el reflejo de
ésta en el agua.
“¡No
toques!”
El
grito de la anciana se escuchó venir de la cocina. Sabía
perfectamente lo que la chica estaba por hacer, incluso antes de que
ésta siquiera lo pensara.
“Lo-lo
siento.”
La
chica dejó de mirar la pintura y por fin entró a la cocina, donde
se encontró con la anciana llevando en cada mano un plato de
cerámica, y encima de éstos una rebanada de pastel, con una cuchara
de plata a un lado.
“Vamos
a la habitación, ahí podremos comer.”
La
anciana salió de la cocina antes que la chica, y avanzó por un
pasillo hasta desaparecer detrás de una puerta, la chica la siguió
tan pronto como dejó de admirar los viejos muebles que adornaban la
cocina.
“Todas
sus pertenencias… ¿realmente cree que esté bien que se pierdan?
Digo, ya lo dijo usted, son recuerdos de su pasado y además...-”
“-Sí,
está bien que se pierdan. Tengo los recuerdos, y con tenerlos me
basta. Claro que hay algunas cosas que son irreemplazables, pero,
están bien protegidas, así que no pasará nada aún si a ésta
vieja casa la termina por derrumbar el paso del tiempo.”
La
chica ya no pudo continuar hablando, ya que la anciana comenzó a
balbucear cosas que, al principio eran comprensibles, pero que al
final dejaron de tener sentido alguno.
Ella
entró en la habitación, y vio a la mujer sentada sobre el borde de
su cama, viéndola mover los labios mientras palabras salían de su
boca. Frente a ella había una pequeña mesa, en donde los platos de
cerámica y las rebanadas de pastel reposaban. La chica notó la
ventana que había frente a ellas, y de inmediato reconoció el lago
que se dibujaba en el horizonte.
-Es
el lago de la pintura…- Se dijo a si misma.
No
pudo evitar sonreír al haber descubierto por si misma eso. Tomó
asiento a un lado de la mujer, y esperó en silencio a que ésta
dejara de balbucear para poder llevarse la primer cucharada de pastel
a la boca.
Luego
de esperar durante media hora, buscando por fin detener los balbuceos
de la mujer, la chica habló.
“Me
pregunto qué cosas podrían ser más importantes que el reloj que su
abuelo dejó en ésta casa, reloj que veía todo el tiempo.”
“Muchas
cosas querida...”
Contestó
de inmediato la anciana quien continuó hablando luego de una corta
pausa.
“Un
recuerdo no es solo la memoria de algo, no es solo un objeto del
pasado, si no que es algo del pasado que tuvo alguna relevancia en su
momento. Como el primer biberón de un bebé, o su primer zapato, una
cicatriz de una cirugía, o una mancha en el suelo luego de un
accidente. Y no solo eso, si no que, el valor de un recuerdo es dado
por aquél que lo recuerda. Ese reloj lo recuerdo porque todas las
mañanas lo veía; mi abuelo lo recordaba porque lo había ganado en
una competencia de tiro; mi padre lo recordaba porque le hacía
recordar a su padre, quien lo abandonó y nunca regresó. Para mí
ese reloj no es importante, pero, en cambio, ésta cama sí lo es,
mientras que para mi madre nunca lo fue, y mucho menos para mi
abuela. El valor de un recuerdo varía de persona a persona. Tu
puedes darle poco valor al hecho de que tengas frente a ti esa
rebanada de pastel, pero en mi caso es otro, esa rebanada de pastel
marca el día en el que una linda y peculiar muchachita me siguió al
centro comercial, me ayudó con mis compras, y regresó conmigo a
casa, sin si quiera haberme dicho su nombre.”
La
mujer tomó la cuchara con su mano derecha, tomó un poco de betún,
y se lo llevó a la boca, dejando una lágrima correr por su mejilla
en cuanto saboreó el dulce sabor del chocolate.
“… ¿Ahora
entiendes porqué no importa si ésta casa se viene a bajo o no? Aquí
crecí, aquí viví, aquí muchas cosas ocurrieron, pero no fueron
cosas lo suficientemente valiosas como para poder desearlas recordar
durante el resto de mi vida. No son mis memorias de éste lugar lo
que querría salvar, si no las memorias de las cosas que ocurrieron
en él....”
La
chica no pudo responder, y solo se quedó mirando a la anciana, quien
continuó llevándose cucharada tras cucharada de pastel a la boca,
en cada una de ellas derramando una lágrima.
Sin más qué hacer, la chica le dio las gracias a la anciana por la rebanada de pastel y comenzó a comerlo. En poco tiempo las dos hubieron terminado, y cuando esto ocurrió la anciana miró hacia la ventana.
Sin más qué hacer, la chica le dio las gracias a la anciana por la rebanada de pastel y comenzó a comerlo. En poco tiempo las dos hubieron terminado, y cuando esto ocurrió la anciana miró hacia la ventana.
“Si
fuese por mí nunca olvidaría éste lugar, ni nada de lo que pasó
aquí. Ambas memorias serían igual de importantes… Pero no es algo
que yo pueda decidir. Las memorias se van perdiendo; los recuerdos
son llevados por el viento y, todos esos momentos que se vivieron van
siendo olvidados. Por eso es que si la casa sigue en pie o no me es
indiferente. Lo que pasó aquí ya ha sido olvidado casi por
completo… tan solo me quedan algunas cosas por recordar… no es
mucho, pero, al menos tengo algo de lo que aferrarme...”
La
anciana se dijo a si misma mientras observaba la luna alzarse en el
horizonte, se dio la vuelta y miró a la chica.
“Ya
se está siendo algo tarde, creo que es hora de que regreses a casa
muchachita.”
“Si
así lo desea, con gusto me retiraré. Gracias por la rebanada de
pastel.”
“Gracias
a ti muchachita, por haberme ayudado con las compras.”
La
chica salió de la casa y comenzó a alejarse de ésta, sin si quiera
mirar detrás de ella para poder admirar la vieja y desgastada
fachada una última vez, y mientras ella se alejaba a paso
apresurado, la anciana volvía a mirar por la ventana, sonriendo una
vez más al reflejo de la luna que se formaba en la superficie
cristalina del lago.
Esa
noche la chica tuvo un sueño bastante extraño.
Estaba
en su comedor, sentada en una silla, mirando el televisor, cuando de
pronto ésta escuchó un fuerte estruendo venir de una de las
habitaciones de la casa.
Ella
sujetaba en una de sus manos un oso de felpa, casi de su tamaño, y
cuando escuchó el ruido de inmediato se bajó de la silla y comenzó
a caminar con el oso, arrastrándolo por el suelo hasta llegar a la
habitación.
Estaba
parada frente a una puerta, ésta estaba cerrada. Cuando ésta se
alzó de puntas y alcanzó la perilla, sintió su mano helada, como
si la perilla hubiese estado congelada. Sin más, giró en dirección
de las manecillas del reloj la perilla dorada, y con un chasquido la
puerta se abrió.
Lentamente
ella fue empujando la puerta, esperando encontrar la causa del fuerte
estruendo, y, cuando estuvo lo suficientemente abierta como para
dejarle meter la cabeza a través de la apertura, una fuerte luz la
deslumbró.
Despertó.
No
era la primera vez que había soñado con eso, y estaba segura que no
sería la última. ¿Qué significaba? No lo sabía. Y cuando trató
de encontrar alguna relación de ese sueño con su vida normal, de
inmediato el recuerdo de la rebanada de pastel que había tenido el
día de ayer le llegó.
El
recuerdo de la anciana regresó a ella, y volvió a sus memorias todo
lo que hizo el día de ayer junto a ella. No fue tan terrible como
había previsto que sería luego de que las cosas habían comenzado
con el pie izquierdo. Y aunque las cosas no salieron del todo como lo
había planeado, fue suficiente como para poder satisfacer su extraña
necesidad de querer pasar un tiempo con la anciana. Y, ese día,
buscaría poder hacer lo mismo.
Se
levantó de su cama, se vistió, y tan pronto como terminó de beber
una taza de café bien caliente salió corriendo de su casa en
dirección a la casa de la anciana, cargando con un oso de peluche en
sus brazos.
No
tardó mucho en llegar, tan solo unos cuantos minutos, y cuando lo
hizo, lo primero que hizo fue tirarse en el suelo de madera del
pórtico y observar la fachada de la desgastada vivienda.
¿Cómo
es que la anciana podía vivir en ese lugar tan lúgubre?
Ella
siempre había visto a las ancianas como personas increíblemente
pulcras y obsesionadas con la limpieza. Siempre teniendo todas sus
figuras de cerámica ordenadas por tamaño, color, o incluso por la
fecha de cuando las consiguieron.
Se
la pasaban todo el día limpiando la cocina, dejando cada traste
reluciente; barriendo y trapeando la casa entera, haciendo que el
piso fuese tan brillante que durante la noche solo era necesario
encender una luz para iluminar la casa entera.
Que
se la pasaban cocinando todas las tardes, de alguna forma u otra
preparando enormes cantidades de alimento usando tan solo unos
cuantos trastes e utensilios.
Personas
obsesionadas con el orden que, por el simple hecho de que el rollo de
papel no estuviese viendo en una dirección, éstas se enojaban;
personas que gustaban de poder encontrarse con su biblioteca de
libros acomodados, y que lanzaban pestes cuando se encontraban con un
libro en un lugar donde no debía de estar…
Pero,
ésta anciana era completamente distinta a cómo ella las había
visto durante toda su vida.
No
tenía orden en su casa; no limpiaba y tenía una gruesa capa de
polvo cubriendo la gran mayoría de sus pertenencias; no cocinaba; y
tampoco lavaba trastes… Cierto, ¿qué le hacía a los trastes?
Observó el día anterior cómo había comprado varias vajillas, eso
daría a entender que necesitaba nuevos trastes… ¿es que acaso
hacia algo con ellos y se volvían inservibles?, ¿o acaso no le
gustaba lavar trastes y prefería comprar nuevos?
Miró
al cielo, estaba azul, ni una sola nube a la vista, y cuando regresó
la mirada a la fachada de la casa, se encontró con que la puerta
blanca por donde el día anterior había pasado se encontraba
abierta, y justo frente a ésta se encontraba la anciana mirándola,
sujetando en una mano un palo de madera, probablemente el de una
escoba o un trapeador.
“¿Estás
muerta querida?”
“¿Acaso
los muertos hablan?”
La
chica contestó, escaneando con la vista el palo de madera que la
anciana sujetaba. Era el palo de lo que antes había sido un mechudo,
y lo sabía por las marcas de oxido que había en la base de éste,
indicando que antes hubo algo ahí sujeto. El palo estaba cubierto de
astillas, y al ver las manos de la anciana notó cómo ésta sujetaba
la madera justo donde parecía ser el único lugar donde no había
astillas; el palo ya era viejo, y lo notaba por cómo la madera había
comenzado a cuartearse.
“Los
muertos a veces hablan… Por ejemplo, ¿acaso nunca recordaste a un
familiar que un día murió, acaso no lo escuchaste hablar de nuevo?”
“Eso…
sí pero… no, no me refería a eso… No importa.”
La
chica sabiendo que no tenía argumentos para discutir, se puso de pie
y miró a la anciana.
“Por
cierto, ¿qué pensaba hacer con ese palo?”
“¿No
es obvio? Si no hubieses contestado, y aunque lo hubieses hecho, si
no te hubieses puesto de pie, te habría empujado con él hasta
dejarte justo en la acera.”
“Qué
horrible.”
“Una
vez mi madre hizo eso. El cartero se desmayó, y cómo no se
levantaba, ella utilizó una escoba y lo empujó hasta dejarlo frente
a la puerta del vecino de enfrente.”
“¿No
pensaron en llamar a una ambulancia?”
“No
lo vimos necesario. El cartero tenía muchas cosas que entregar, así
que lo ayudamos empujándolo hasta la siguiente casa donde debía de
ir a dejar un par de paquetes. Hicimos bien. El cartero hizo su ruta
sin ningún percance –si no se consideraba el hecho de que se
desmayó- y fue capaz de entregar todo el correo a todos en el
vecindario justo a tiempo.”
La
chica no pudo responder. ¿Qué se suponía que podía responder,
“¡Oh vaya, qué fascinante, deberíamos de hacerlo alguna
vez!”?...
“… Le
traje algo, un pequeño obsequio.”
Dijo
la chica, esperando poder cambiar de tema. Levantó en sus manos el
oso de peluche y se lo enseñó a la anciana, quien sonrió.
“Oh,
“Fluffy”.”
“¿Disculpe?”
“Oh
nada jovencita. Pasa, pasa, que tengo una rebanada de pastel extra
esperando a ser servida.”
“¿Me
estaba esperando?”
“Por
supuesto que no-”
La
chica se desanimó.
“-Pero
sabía que ibas a venir.”
La
chica, aunque se enojó un poco con la anciana, no le quedó más que
sonreír.
Ambas
entraron en la casa. La anciana dejó el palo de madera justo a un
lado de la puerta, y continuó caminando guiando a la chica hasta la
recámara, donde le dio la indicación de sentarse. Desapareció por
unos cuantos segundos y regresó con un par de platos de cerámica
adornados con flores pintadas a mano, encima de éstos, bien
acomodadas justo en el centro, había un par de rebanadas de pastel,
con un tenedor de plata justo a un lado de éstas.
La
chica no le quitó los ojos de vista a las rebanadas de pastel, y no
lo hizo hasta que estuvieron colocadas frente a ella. La anciana
habló captando la atención de la chica.
“Disfruta
de tu pastel. Luego de esto voy a tener qué hacer algo y necesitaré
que te quedes aquí y me esperes.”
“¿Piensa
salir?”
“Tan
solo por unos cuantos minutos.”
“¿Y
para qué me necesita aquí?”
“¿Acaso
tienes otro lugar a donde ir?”
“No,
la verdad no.”
“Entonces,
supongo que el que estés aquí es la mejor opción, si no, la única
que tienes.”
La
chica ya no contestó, esperó a que la anciana tomará el primer
bocado de pastel, y luego ella prosiguió, no a comer, si no a
devorar el pastel. Se había enamorado de éstos, aún si solo había
comido una sola rebanada antes, y cuando acabó, miró a la anciana,
quien apenas había tocado su pastel.
“El
oso de peluche, ¿tu lo compraste, para mi?”
“Sí,
así es. Creí que estaba muy sola y pues, mi madre una vez tuvo un
oso de peluche como éste, me dijo dónde podía comprarlo, y
encontré éste.”
“Es
muy bonito.”
“Lo
sé, mi madre dijo lo mismo cuando me vio llegar con él a la casa.
Que bueno que le ha gustado.”
La
anciana lo tomó de las manos de la chica, acarició una de las
orejas y lo miró directamente a los ojos de cristal.
“Tengo…
tengo que ir a hacer lo que te dije que iba a hacer. Si tardo mucho
no te preocupes, estaré bien.”
“¿Regresará
para la comida?”
“Eso
depende de qué ocurra. Si no regreso para entonces, en el
refrigerador hay más pastel. Puedes llevarte un poco si lo deseas.”
“Está
bien, la esperaré. Si no llega para la comida le habré dejado una
nota.”
La
anciana salió de la habitación, sus pasos hicieron eco mientras se
alejaban, y al final, dejaron de ser audibles.
-¿A
dónde iría?- Se preguntó la chica a sí misma. Tan solo la conocía
de un día, pero, era extraño que saliese así tan de repente
–considerando que había dicho que amaba tanto el pastel y que no
había esperado a que fuese a dejar una rebanada completamente sola-.
Se puso de pie, miró por la ventana hacia el lago, y se encontró
con el reflejo del sol en la superficie cristalina del agua.
Pasaron
los minutos, y la chica se quedó parada ahí, justo frente a la
ventana, mirando hacia el lago. No tenía idea del porqué, pero, lo
que si sabía era que, de esa forma, podía al menos pasar el rato
mientras la anciana regresaba de donde hubiese ido.
Pero,
aunque pudo pasar más de diez minutos mirando por la ventana, se dio
cuenta de que eso no la ayudaría a poder pasar el rato, se dio la
vuelta y salió de la habitación, dejando los trastes donde los
había dejado la anciana no sabiendo qué hacer con ellos.
Entró
a la sala de estar, y comenzó a mirar a su alrededor. Se preguntó
cómo se habría visto ese lugar antes de que el paso del tiempo
hubiese arrasado con todo; se preguntó qué clase de recuerdos se
habrían formado en aquél sitio; qué clase de personas habían
puesto sus pies ahí; cuántas veces fue remodelado; y cuántos
nuevos muebles habrían sido acomodados en esa habitación.
Eh
hizo lo mismo repitiendo el mismo proceso mental en todas y cada una
de las habitaciones del primer piso, recorriendo todo el lugar hasta
que estuvo de regreso en la sala de estar. Estando ahí, habiendo
logrado pasar un buen tiempo llevando a cabo esa extraña actividad,
decidió que, si iba a pasar el tiempo de alguna forma, lo iba a
hacer repitiendo esa misma actividad en todas las habitaciones de la
casa, incluyendo las del segundo piso, y si podía, el ático
Subió
por unas viejas escaleras, que rechinaron a cada paso que ella daba.
Sentía como si estas fuesen a caerse en cualquier momento, pero
estaba segura que no sería así ya que debajo de estas había un
montón de muebles y otras cosas arrumbadas, sirviendo de soporte
para los frágiles tablones de madera que conformaban aquella vieja
estructura.
Varias
veces sintió que la madera se quebraba bajo sus pies, y más de una
vez notó como se llenaban de grietas las tablas de madera anunciando
que pronto terminarían por romperse. Pero de nuevo, ella sabía que
si eso ocurría, fácilmente podría colocar sus pies en otra
superficie sólida: los muebles debajo de ella. No había riesgo
alguno, excepto de que los muebles y objetos debajo de ella no fuesen
lo suficientemente resistentes como para poder soportar su peso, y se
terminaran por venir abajo en cuanto ella pusiera un pie encima.
Aunque
todo eso era ya pensar de más. Vio la madera cuartearse, varias
veces la escuchó crujir, e incluso pudo ver cómo una o dos tablas
se partían a la mitad en cuanto ponía un pie encima de ellas, pero
nunca, nunca llegó a caerse. Todos esos pensamientos que tuvo de
cómo podía simplemente colocar sus pies encima de los muebles, de
qué podría hacer en caso de que se viniesen abajo las escaleras, o
que pasaría si los muebles no lograran sostenerla, solo aparecieron
hasta que estuvo sana y salva parada ya en el suelo del segundo piso,
pensando en cómo las cosas pudieron haber salido mal en su trayecto
hasta donde se encontraba.
Se
dio cuenta de esto, y comenzó a pensar en la razón del porqué
había comenzado a pensar en primer lugar en esas situaciones, y se
dio cuenta de que había comenzado a pensar en otra cosa, y antes de
que volviese a convertirse todo en otra maraña de pensamientos sin
sentido, regresó su atención al lugar donde se encontraba. Sus ojos
se abrieron sorprendidos, encontrándose con una vista completamente
inesperada. Se talló los ojos, no por lo sorprendida que se
encontraba, si no por el polvo que le había irritado los ojos.
¿Qué
fue lo que la sorprendió y que también la hizo tallarse los ojos?:
Un
lugar completamente vacío. Sin ni un mueble a la vista.
Lo
único llenando el aire eran las pequeñas partículas de polvo que
flotaban, como si estuviesen suspendidas en el tiempo.
El
muro que daba al frente de la casa, como era de esperarse, estaba
lleno de agujeros, había varias secciones caídas.
Los
rayos de luz del atardecer entraban por los pequeños huecos en los
muros y paredes que rodeaban el piso, iluminando una gran parte del
lugar con una leve luz de tonalidad sepia.
Era
un lugar mágico. Un lugar especial en el mejor sentido de la
palabra.
Un
lugar con el que muchos soñaban. Un lugar que muchos añoraban.
Un
lugar tan difícil de encontrar y que ésta chica había logrado
descubrir.
Le
extrañaba el saber que la anciana no quería tener nada que ver con
ese segundo piso de su casa. Era un lugar tan bello, y que estaba
seguro que podría ser igual de atractivo que como lo era el lago
detrás de la casa, estaba segura que le encantaría verlo a la
anciana. Dejó de admirarlo, llevó su mirada a una escalera que
subía todavía más, y se encaminó a ella.
Un
escalón. Dos escalones. Tres escalones. Cuatro escalones. Cinco…
Seis… Siete…
Subió
una buena cantidad de escalones, veintitrés para ser exactos, pero
ella no recordaba eso. Había perdido la cuenta al llegar a diez
escalones luego de que fuese recibida con una profunda oscuridad al
momento en el que su cabeza estuvo dentro ya del ático. Comenzó a
pensar en cómo podría iluminar la habitación: pensó en hacer un
agujero en uno de los muros para dejar entrar la luz; pensó en hacer
una pequeña fogata usando la madera vieja y los objetos que se
encontrara; pensó en usar en encendedor; pensó en usar una lámpara
de mano; pensó en darse la vuelta y no volver a entrar en ese
lúgubre lugar…
Pensó
en muchas cosas. Y para cuando terminó de subir el último escalón
y tuvo sus pies en madera firme, sintió su celular en uno de sus
bolsillos de su pantalón, lo sacó, y lo utilizó para poder
iluminar su camino.
Había
un fuerte olor a humedad. Un fuerte olor a polvo. Un fuerte olor a
viejo. Y un fuerte olor a canela.
Sabía que era humedad porque una vez su casa se llenó de goteras y ésta olía exactamente igual.
Sabía que era olor a polvo, ya que cuando sacudía el sofá de su casa y una nube gris salía de éste, siempre, aunque no lo quisiera, aspiraba parte de ésta.
Sabía que era un olor a viejo, porque olía igual que la habitación de su abuela.
Y sabía que algo olía canela ya que era uno de sus sabores favoritos, antes del chocolate pero luego de la vainilla.
Sabía que era humedad porque una vez su casa se llenó de goteras y ésta olía exactamente igual.
Sabía que era olor a polvo, ya que cuando sacudía el sofá de su casa y una nube gris salía de éste, siempre, aunque no lo quisiera, aspiraba parte de ésta.
Sabía que era un olor a viejo, porque olía igual que la habitación de su abuela.
Y sabía que algo olía canela ya que era uno de sus sabores favoritos, antes del chocolate pero luego de la vainilla.
Y
así como recorrió en ese lugar usando su teléfono celular para
poder iluminar su camino, comenzó a usar el mismo para poder
localizar el origen de aquél peculiar olor a canela.
¿Qué
cosa podría oler a canela?
¿Qué
cosa que una anciana podría tener llegaría a emanar ese olor?
¿Qué
cosa habría podido mantener ese olor durante tanto tiempo?
¿Qué
otra persona tendría ese gusto por la canela como para tener un
objeto impregnado con ese olor?
¿Acaso
podría quedarse con lo que fuese aquello que tenía tan curioso
olor?
¿Podría
restregárselo por todo el cuerpo e irse así de la casa, no bañarse,
y oler por el resto de su vida a canela?
Y
mientras buscaba de dónde provenía aquél olor a canela que la
había hipnotizado por completo, terminó encontrándose con un baúl.
Un pequeño baúl de madera, de donde por cierto, era de donde salía
el olor a canela. De inmediato dejó su teléfono en el suelo, la luz
iluminaba directamente su rostro, y mientras su vista se ajustaba a
la nueva luz ella buscaba desesperadamente como poder abrir el baúl
y poder retirar de su interior aquél objeto bañado en tan peculiar
olor.
No
estaba segura si quiera si era un objeto que olía a canela, era el
baúl mismo el que olía a canela, o había canela ahí dentro.
Y
mientras su mente divagaba nuevamente entre las diferentes
posibilidades, sus manos recorrían los costados del baúl, buscando
un lugar en donde pudiese comenzar a trabajar. Y fue entonces que se
encontró con una pequeña placa de metal que sobresalía por
completo del resto del diseño del baúl.
De
inmediato enterró su uñas debajo de la placa metálica, sintió que
debía de poner una increíble fuerza para poder remover la pequeña
placa, pero, en cuanto dio el primer jalón la placa botó cayendo al
suelo justo frente a las rodillas de ella, quien se encontraba
hincada.
Las
uñas de ella salieron ilesas, y tan pronto como notó que el baúl
podía abrirse, con sus yemas de los dedos empujó la tapa, y dejó
que el olor a canela la bañara antes de poder observar el interior
del mismo. Para cuando su necesidad fue saciada, levantó su celular
del suelo y lo utilizó para iluminar el interior del baúl.
Su
primer instinto fue el meter las manos dentro y sacar el primer
objeto que se encontrara, pero logró contenerse y se limitó a
únicamente mirar, y lo hizo no hasta que se topó con algo bastante
peculiar:
Un
pequeña figurilla de cristal descansando en medio del baúl.
Metió
una de sus manos y alcanzó la pequeña figura, acercó el celular a
ella y la iluminó para poder observarla mejor:
Era
un pequeño cisne de cristal. Tenía detalles impresionantes, parecía
una réplica exacta de un cisne –aunque claro, solo lo decía en
referencia a los cisnes que había visto en películas y dibujos y no
por experiencia propia, ya que nunca antes había visto un cisne de
verdad-. Dejó el teléfono en el suelo y sujetó la figurilla con
ambas manos. Miró con gran interés los pequeños detalles que tenía
la figurilla. Y entonces, estando a punto de tocar una de las alas y
sentir la textura de la misma, recordó algo… recordó como su
padre una vez le había regalado una figurilla de cristal de un
cisne… un cisne que tenía exactamente los mismos detalles que el
que sujetaba en sus manos… Un cisne que, en uno de los ojos, tenía
tallada la primer letra del nombre de ella… Y cuando miró al cisne
directamente a los ojos, ahí estaba, en un tallado casi
imperceptible, la primer letra de su nombre…
La
oscuridad la rodeó justo después de que sintiese un fuerte golpe en
la cabeza.
Y
para cuando regresó en si, se encontraba todavía rodeada de
oscuridad.
¿Qué
había ocurrido? No recordaba.
¿Acaso
alguien la había golpeado? No lo sabía.
¿Qué
era aquello que lamía su nariz una y otra vez? No sabía.
Y
entonces abrió los ojos, sintiendo algo que la miraba muy de cerca,
un gato. Un pequeño gato pinto que se encontraba sentado a un lado
de su almohada, mirándola a los ojos, esperando a que sus lamidas
hubiesen funcionado y por fin ella se hubiese despertado. Y para su
suerte, así fue. El gato se levantó al ver cómo ella abrió los
ojos, se subió en su estómago y se acostó.
“¿Me
despertaste para tú poder dormirte?”
La
pregunta de la chica fue respondida con un ronroneo, leve al
comienzo, y cuando la chica dejó de hablar, tan intenso que podía
escucharlo.
“Es
hora de desayunar. Si al menos me hubieses traído mi desayuno antes
de acostarte encima de mí no tendría problema. Pero no fue así.”
El
gato sacó sus uñas y las enterró en el estómago de la chica
repetidas veces, mientas éste aún ronroneaba intensamente, ella
solo se quejó, sonrió, y comenzó a acariciar al gato.
“Si
no tuviese a mamá conmigo, tu serías quien me apapacharía durante
las noches antes de irme a dormir.”
La
niña volvió a cerrar los ojos, esperaba poder volverse a dormir. Y
entonces, el ruido de la puerta del refrigerador abriéndose se
escuchó retumbar por toda la casa. El gato de inmediato se levantó,
bajó corriendo de la cama y salió de la habitación. Ella abrió
los ojos, e hizo exactamente lo mismo que el gato: saltó de la cama
y salió corriendo de la habitación.
Al
bajar corriendo las escaleras logró escuchar varias veces a su madre
regañar al gato, quien al parecer no dejaba de intentar beberse el
vaso de leche de la niña.
“¡Bájate
de la mesa!”
Gritaba
la madre, seguido de eso pasaban unos cuantos segundos, y de nuevo:
“¡Que
no!”
La
niña llegó hasta el comedor, y ahí se encontró a su madre mirando
al gato beber leche de un pequeño tazón que había en el suelo.
“¿Volvió
a ganar?”
La
niña preguntó, limpiándose las legañas de los ojos.
“Sí.
El lado bueno es que ésta vez ya no logró beber de tu vaso.”
“¿¡Ha
bebido de mi vaso!?”
Su
madre no supo qué responder, de inmediato puso un plato sobre la
mesa, y se lo señaló a la niña.
“Es
de chocolate con un toque de canela. Y por ser tan buena niña te has
ganado otra rebanada que te estará esperando justo cuando acabes la
primera.”
“¡Gracias!...
-”
La
niña corrió a la mesa, acariciando el rabo del gato mientras pasaba
junto a él, se sentó frente a la mesa, y antes de llevarse la
primera rebanada de pastel miró a su madre.
“-…
Aun si tengo otra rebanada de pastel luego de ésta, eso no quita el
hecho de que me ocultaste que él había bebido de mi vaso antes.”
Luego
de esto se metió la cuchara en la boca y saboreó el pastel como si
hubiese sido la primera vez que lo probaba.
“Supongo
que no me perdonarás por eso...”
“No.”
Le
contestó la niña llevándose otra cucharada de pastel a la boca.
Pasaron
varios minutos. El gato siguió tomando leche hasta que se la
terminó, y una vez que su tazón estuvo vacío subió a la mesa y
comenzó a tratar de tirar el vaso de leche de la niña, quien tuvo
que bebérselo más rápido de lo normal para evitar un accidente.
La
rebanada de pastel frente a ella terminó por desaparecer; su madre
le entregó la segunda rebanada de pastel, y luego de hacerlo ésta
salió de la habitación, desapareciendo de la vista de la pequeña.
La
niña se comió una parte del pastel, bocado tras bocado saboreando
el dulce sabor del mismo, y lo hizo hasta que el gato decidió pisar
el pastel y salió corriendo de la habitación, dejando huellas de
betún marcadas por todo el suelo. La niña miró el pastel,
consideró seguir comiéndoselo, pero si dejaba al gato irse éste
terminaría dejando sus pisadas por todos lados, y eso no haría a su
padre feliz... o tal vez sí… No, no quería descubrirlo.
Salió
del comedor siguiendo las huellas que había dejado el gato, y
mientras trataba de pensar a donde exactamente éste había ido, un
estruendo se escuchó venir desde una de las habitaciones de la
casa.
Fue un ruido bastante sorpresivo, algo inesperado y que hizo saltar a la niña.
Retumbó por toda la casa, agitó las ventanas, y sacudió los estantes y muebles de todo el lugar.
Fue un ruido bastante sorpresivo, algo inesperado y que hizo saltar a la niña.
Retumbó por toda la casa, agitó las ventanas, y sacudió los estantes y muebles de todo el lugar.
-¿Qué
pudo haber sido?- Se preguntó la niña mientras trataba de buscar el
origen del ruido.
Y
mientras recorría la casa, cruzando frente a la puerta que daba al
estudio, ahí lo escuchó. Un murmuro, un susurro; alguien hablando
tan bajo que apenas era audible.
La
niña se acercó y miró a través de la pequeña apertura entre el
marco de madera y la puerta, solo para encontrarse con un hombre
parado en medio de la habitación. Al principio no entendió qué
ocurría, y mucho menos lo hizo en cuanto vio a su madre tendida en
el suelo justo sobre un enorme charco de algo.
No
pudo identificar las razones aparentes por las cuales su madre se
encontraba tendida en el suelo; no pudo establecer la conexión entre
el hombre y lo que estaba pasando; no pudo relacionar el fuerte
estruendo de antes con lo que ocurría en esa habitación. Y antes de
si quiera poder comenzar a establecer un vínculo entre lo que
ocurría y lo que veía, el hombre se dio la vuelta y mostró su
rostro a la niña. Era su padre.
Éste
tenía una enorme sonrisa en su rostro, que no expresaba alegría si
no malicia; sus ojos estaban inyectados en sangre, y parecía como si
algo hubiese entrado en él y lo hubiese cambiado por completo; tenía
un aura maléfica alrededor de él, ya no parecía si quiera la misma
persona.
Miró
a la niña, y trató de parecer más amigable, pero en lugar de eso
logró lo contrario: su rostro se deformó y ya ni si quiera una
sonrisa era apreciable. Era un remolino de carne sumiéndose en el
interior de su cabeza. Sus ojos estaban colocados en otras partes
donde no les pertenecía, y aunque la carne y la piel se encimaba
sobre ellos ambos seguían abiertos, mostrando las bien marcadas
venas rojizas que había en ellos; su boca se había extendido aún
más, y aquella sonrisa espeluznante había terminado por rodear por
completo el rostro de aquella “persona”, o lo que aparentaba ser
una persona.
Él,
o eso, caminó hacia la niña quien para sorpresa de cualquiera, no
mostraba señal alguna de estar asustada ante aquél ser, y de hecho,
se encontraba totalmente absorbida en la escena frente a ella: su
madre tendida en el suelo sobre un enorme charco de una sustancia
extraña y una criatura andando ahí.
“Por
fin lo hice…”
La
criatura susurró con una voz grave y metálica; probablemente se lo
dijo a la niña, probablemente se lo dijo a él mismo.
“… Por
fin podré descansar…”
La
criatura susurró de nuevo, ésta vez ya no mirando hacia ningún
lugar en particular, si no a la niña.
“… ¿Sabes
cuál era su lugar favorito, no?”
“Sí,
el lago.”
“Llévala
ahí. Llévala lo más dentro posible que puedas. Ahoga el cuerpo en
los recuerdos del pasado. Hazle saber que fue lo correcto y dale la
oportunidad de descansar.”
“Eso
significa que…”
“Que
yo podré descansar al haber logrado hacer esto. Y ella podrá
descansar cuando tú la lleves al lago y ahí la hundas.”
“¿Quién
eres?”
“Soy
tu padre.”
Contestó
la criatura mirando hacia la puerta.
“Tú
no eres mi padre.”
“Tal
vez eso sea cierto. Tal vez ya no sea tu padre. Pero un día lo fui,
o al menos eso creo haber sido… la memoria me falla… creo que
debí de haberte avisado antes de que perdiese mis recuerdos.”
“¿A
dónde irás?”
“A
descansar. Y tu madre estará conmigo también. Seremos felices, y
algún día tú podrás acompañarnos.”
“Sigo
sin creer que eres mi padre.”
“Y
no necesito que lo creas, solo que lo sepas…”
Y
antes de poder continuar hablando con esa voz metálica, la criatura
observó a la niña acercarse al cuerpo abriendo la puerta y entrando
a la habitación por primera vez desde que la conversación había
dado inicio.
“¿Debo
de llevarla al lago?”
La
niña preguntó, mirando el cuerpo con mucho más detalle que antes,
éste estaba cubierto de lo que ella concluyó era sangre. El vestido
amarillo con blanco había sido teñido de un oscuro color rojizo, y
un enorme agujero que había justo en el pecho del vestido atravesaba
desde un extremo a otro, saliendo por la espalda. El charco que había
en el suelo, al igual que antes, concluyó que era sangre, y cuando
se dio cuenta de que sus pies descalzos se habían empapado ya era
demasiado tarde como para poder hacer algo.
“Sí,
sólo así podrá descansar.”
Y
con estas palabras, la niña tomó de las manos a su madre y la
comenzó a jalar hacia la puerta, dejando detrás un rastro de
sangre. Para cuando estuvo parada ahí, miró hacia todos lados
esperando poder encontrarse con esa criatura que aparentaba ser su
padre, solo para percatarse de que se encontraba completamente sola.
Dejó de pensar en ello y comenzó a jalar de nuevo el cuerpo sin
vida de su madre, finalmente terminando por salir de aquella
habitación, una vez más, dejando un rastro de sangre detrás de
ella.
No
tardó mucho en terminar afuera de la casa, había jalado el cuerpo
desde aquella habitación, lo había arrastrado por el comedor, por
la sala de estar, y por un dormitorio, y por fin lo había terminado
por llevar hasta fuera de la casa, donde decidió dejarlo en el suelo
justo sobre un pequeño manto de flores.
Miró
hacia el lago, la luna se reflejaba sobre la superficie cristalina
del agua, y parecía como si debajo de ésta hubiese otra luna
brillando con gran intensidad.
Miró detrás de ella, y se encontró con la casa donde había pasado toda su vida; donde había crecido; donde había creado todos sus recuerdos y memorias; donde tuvo su vida con sus padres, y donde vio la vida de ambos llegar a su fin.
Aquél lugar que nunca olvidaría, aquél lugar que nunca perdonaría; aquél lugar de donde no escaparía, pero aquél lugar a donde no regresaría.
Miró detrás de ella, y se encontró con la casa donde había pasado toda su vida; donde había crecido; donde había creado todos sus recuerdos y memorias; donde tuvo su vida con sus padres, y donde vio la vida de ambos llegar a su fin.
Aquél lugar que nunca olvidaría, aquél lugar que nunca perdonaría; aquél lugar de donde no escaparía, pero aquél lugar a donde no regresaría.
Su
atención regresó, y recordó lo que tenía qué hacer: llevar al
cuerpo de su madre hasta el lugar más profundo del lago.
De
inmediato se agachó y tomó las manos de su madre, la alzó un poco
y comenzó, una vez más, a arrastrarla. Aunque ésta vez ya no fue
un rastro de sangre lo que dejaba atrás, sino un rastro de lodo y
tierra.
Caminó
y caminó durante varios segundos, sintiendo que la distancia entre
la puerta de la casa y la orilla del lago era kilométrica, y que
nunca llegaría a su destino, pero, luego de quejarse mentalmente de
lo cansada que estaba y de lo idiota que había sido su padre al no
haberla matado frente a la orilla del lago, por fin llegó, sus pies
tocaron el agua helada, y su vista se oscureció.
Cuando
su mente regresó, la joven se encontraba parada justo a la orilla
del lago. Sus tenis estaban llenándose de agua fría y helada, y
cuando ella se dio cuenta de esto de inmediato se preguntó si todo
lo que había visto había sido un sueño o realmente ella lo había
vivido.
Miró
hacia adelante, y se encontró con el reflejo de la luna en la
superficie cristalina del agua del lago, y justo en donde la luna se
reflejaba, ahí estaba parada la anciana, con sus bellos cabellos
plateados agitándose con la brisa del viento.
“¿¡Qué
está haciendo!?”
Le
preguntó la chica mientras miraba cómo la anciana se hundía en el
agua, dejando solo al descubierto su cuello para arriba.
“Supongo
que has encontrado mi baúl…”
“¡Sí,
lo hice, ¿qué tiene que ver eso con esto, qué se supone que piensa
lograr hacer con ésto?!”
“¿Recuerdas
cómo te dije que no me gustaría ahogarme en mis recuerdos? Sigue
siendo cierto. Por eso todos mis recuerdos están en ese baúl. Para
que no terminen ahogándome.”
“Sus
recuerdos, ¿eran esas objetos frágiles de los que hablaba, aquellos
que tanto deseaba proteger?”
“Y,
¿recuerdas cómo hice énfasis en que no me gustaría ahogarme en
MIS recuerdos? Pues no me gustaría ahogarme en mis recuerdos, pero
si me gustaría ahogarme en los recuerdos de alguien.”
La
joven dio unos cuantos pasos, dándose cuenta de que el agua ahora le
llegaba hasta los tobillos. Nunca sería capaz de volver a usar ese
par de tenis.
“Una
cosa es ahogarse en recuerdos de forma figurada, y otra es ahogarse
literalmente en agua.”
“¿Agua?
Sí, tal vez tengas razón. Tal vez sea agua.”
“Vamos,
venga de regreso a la casa, tiene que darle al menos un nombre al oso
o éste se sentirá muy mal.”
“No
puedo, tengo que ir a buscarla.”
“¿Buscar
a quién?”
“A
nuestra madre. ¿Es que acaso no recuerdas cómo fuiste tú quien la
sacó de la casa y la llevó arrastrando hasta la costa del lago,
para poder dejarla descansar por el resto de la eternidad, en aquél
lugar al que ella tanto amaba?”
“¡Esos
no fueron mis recuerdos, fueron los suyos! No tan tonta. Usted fue
quien trajo el cuerpo de su madre hasta aquí y luego lo hundió.
Vamos, deje de jugar y regresemos a la casa, el oso la está
esperando.”
“Fluffy”
La
mujer susurró. La chica, de alguna forma u otra logró escuchar que
la mujer había dicho algo, pero al no comprender lo que había dicho
de inmediato la cuestionó.
“¿¡Qué
fue lo que dijo!?”
“¡El
nombre del oso, es Fluffy!”
La
anciana comienza a salir del agua, dejando su pesado cabello golpear
su desnuda espalda. Da unos cuantos pasos, y la chica la detiene.
“¿Dónde
está su ropa?”
La
chica de inmediato notó que la anciana estaba completamente desnuda.
El contorno de su cuerpo la delataba por completo.
“La
arrojé.”
Contestó
la anciana indiferente.
“¿Realmente
se había tomado en serio eso de ahogarse verdad?”
“Mi
madre está ahí abajo, solo quería estar de vuelta con ella.”
“Sabe,
hagamos algo. Cuando usted muera yo me encargaré de llevarla de
vuelta con su madre. Arrojaré en él todos sus recuerdos, y la
dejaré junto a su madre descansando por el resto de la eternidad a
un lado de ella.”
“No
es buen visto desde ningún punto de vista el decirle a un anciano
que se va a morir.”
“Pues
si sigue comiendo pastel y únicamente pastel, eso finalmente
terminará ocurriendo, quiera o no… ¿acaso me escuchó?”
La
anciana había estado contemplando el cielo nocturno, dejando a la
joven hablando sola. Cuando ésta habló más fuerte de inmediato la
atención de la anciana regresó a la joven.
“¿Lo
siento? Estaba pensando en la rebanada de pastel que comería ésta
noche.”
“No
importa…”
La
joven se dio la vuelta y comenzó a caminar, escuchando detrás de
ella los pasos de la anciana.
“… Sabe,
dejemos las cosas así por el momento. Regresemos a la casa, se
pondrá ropa, y una vez hecho eso podrá pasar el rato con “Fluffy”.
Por cierto, ¿de dónde sacó ese nombre?”
La
mujer salió por completo del lago, y la chica lo supo de inmediato
luego de que dejó de escuchar el agua siendo salpicada mientras la
anciana caminaba. No quiso mirar hacia atrás sabiendo que se
encontraría con el cuerpo desnudo de ella, algo que la hizo
sonrojarse.
“Si
realmente quieres saberlo, cuando entremos a la casa, lleva el baúl
a la habitación; lleva un par de rebanadas y un par de vasos de
leche y ponlos sobre la mesa; acomoda a Fluffy sobre la cama y, una
vez que termines de hacer eso, ¿podrías ir a conseguirme un cambio
de ropa? La que arrojé al lago era la única muda que me quedaba...”
FIN...
FIN...
Y el final alternativo para no dejarlo afuera; tal vez sea hasta mejor que el final original que le di a la historia... Quien sabe.
Final Alternativo
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Deja un comentario con tu opinión acerca de lo que leíste ;)